Esto no es un jaque mate.

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Soy fuego.
Soy una bola de fuego gigante que surca el cielo estrellado.
Especificando, soy un meteorito, uno que no se desintegra, que rodea el puto planeta.
Nada de lo que puedas hacer o decir cambiaría mi trayectoria, en absoluto.
Mis chispas se desprenden de mi cuerpo y arrasan. Abrasan bosques, cabos, casitas en la montaña... Incluso, a veces, corazones, cuando se aburren.
Me gusta la neblina, y la humedad que deja sobre la tierra de madrugada. Su magnetismo atrae mis rótulas, me manifiesto en forma humana.
Puedo destruir cualquier cosa. Rompo platos, árboles, vigas... Entonces, me recuesto al lado de los objetos quebrados. Los recorro suavemente con mis dedos, y, como si de un truco ilusionista se tratase, arden.
Escucho sus gritos, se clavan en mis tímpanos, me recorren las entrañas. Intentan adentrarse en la más profundo de mi subconsciente, buscando mi culpabilidad. Lloro ceniza. Intento reconstruir lo que destrocé,pero hay demasiados pedazos consumidos por las llamas, y desisto.
Comienza a llover, la lluvia es espesa. En seguida me cala hasta los huesos. Las llamas a mi alrededor se disipan. Cuando el ambiente recobra la calma, las gotitas se detienen frente a mis ojos. Impregnados en sangre y cenizas.
El Prado es precioso, colorido, totalmente llano. La atmósfera de gotitas de agua lo representan aún más bello. Paradigmática, la siniestralidad del clima conjugada con la belleza de un paisaje.
Rozó las gotas con la yema de mi dedo, compruebo si son reales. Me aproximo a una de ellas y la observo detenidamente. En su interior percibo movimiento. Es una escena. Soy yo, dentro de la gotita. Estoy sentada en una silla de madera maciza,antigua,frente a una mesa, de la misma caoba. Frente a mí, se encuentra sentado mi hermano. Jugamos al ajedrez. Él se aburre, quiere cambiar de juego, pero yo no. Discutimos. Quiero acabar la partida. Sabe que voy a ganarle y se enfada. Nunca supo ser un buen perdedor, a decir verdad, yo tampoco.
Leo golpea el tablero con el puño cerrado.
Los peones, los caballos y el resto de fichas se desprenden a cámara lenta y chocan contra el suelo, dejando en el aire un sonido estridente.
Sólo una ficha sobrevive el ataque del rey Leo. La reina negra. Se mantiene erguida e intacta en el epicentro de su fila. Entonces, Leo lanza un segundo ataque, lanza el tablero contra la pared. La reina se resiste y al final cae sobre las sonoras baldosas. Mi perro entra en escena y la atrapa entre sus fauces. Puedo sentir sus gritos de impotencia.
Laika la lleva al jardín delantero y cava su fosa. La suelta en el agujero y la cubre de tierra.
El mundo entero sufre un apagón de unos segundos, y después, todo vuelve a la normalidad. Cómo si nada hubiera ocurrido, como si la reina hubiera sido un peón más sin identidad.

A veces me siento como ella. Una reina, implacable, con la capacidad de hacer todo lo que se me antoje. Y entonces caigo al suelo, y vuelvo a ser ese puto peón.
Pero a veces, los peones pueden atravesar todo el tablero y adentrarse en filas enemigas. Rara vez sobreviven, pero cuando lo hacen, y alcanzan la última casilla, pueden convertirse en aquello que más deseen. Un solo peón, es capaz de exterminar a todo un tablero. Es cuestión de estrategia.

Laudon,el recolector de almas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora