Cuando le dije a Carol de ir a cenar algo afuera me refería a un lugar tranquilo y pequeño. El edificio enorme de infinitos pisos frente a mí, no tenía nada de pequeño. Y la cantidad de personas entrando y saliendo, inclusive las que estaban haciendo fila para entrar, no lo hacían ver como un lugar tranquilo.
Los hermanos Lombardi ingresaron con una envidiable seguridad, como si fueran los malditos dueños de todo el lugar. Los guardias de seguridad se corrieron para dejarnos pasar, haciendo un asentimiento de cabeza hacia ellos y murmurando un "señores Lombardi", y la escena me recordó al guardia del bar. Extraño. Les preguntaría luego.
Apenas le di una mirada al lugar y supe de inmediato que una persona como yo jamás habría podido entrar sola. No solo porque era lujoso, extravagante y gritaba "limpio mi trasero con billetes de cien euros", sino porque las personas se veían como muñecos de lo perfectos que lucían. Las mujeres estaban repletas de joyas y vestidos tan bonitos que, estaba segura, si los tocaba podría sentir la seda y el encaje deslizarse por mis dedos. Los hombres llevaban enormes relojes y vasos de, probablemente, algún tipo de whisky caro. Eso sin contar sus zapatos lustrados y sus trajes hechos a medida.
Me sentí avergonzada de forma repentina al sentir sus miradas despectivas en mi cuerpo. Mi ropa gritaba segunda mano y el collar que tenía en mi cuello era una imitación de oro. Había optado por no llevar bolso, así que había guardado mi celular y billetera dentro de la cartera de Carol.
Para mi suerte, nadie se dio cuenta de mi inseguridad. Carol tomaba mi brazo al caminar y sus hijos estaban unos pasos delante nuestro. Me permití observar con detalle al trío italiano. No lucían para nada agradables. Se veían serios, intimidantes y jodidamente cortantes. Nada que ver con los muchachos con los que había bromeado con anterioridad. Cuando una rubia delgada y de sonrisa perfecta se detuvo delante de nosotros y coqueteo descaradamente con ellos y luego los llamó "jefes", hice otra nota mental para preguntarles.
La rubia, de nombre Helen, miró una sola vez en nuestra dirección y solo le sonrió a Carol. Al llegar mi turno, obtuve una mirada desdeñosa y sumamente denigrante, que molestó de sobremanera a mi compañía e hizo que Carol le lanzara una mirada enojada. La rubia se encogió bajo sus ojos. Me hubiera sentido poca cosa si no hubiera sabido que lo había hecho por celos. Fue obvio. Su necesidad para complacerlos, el inclinarse para que vean sus pechos y su mordida de labio había sido suficiente para darme cuenta de que les tenía ganas.
El placer que me generó la indiferencia de ellos hacia ella fue muy confortable. Así que con una sonrisa de oreja a oreja, vi como pasaron por su lado hacia el ascensor. Adrián sacó una tarjeta dorada de su bolsillo y apretó unos cuantos botones. Las puertas se abrieron y entramos los cinco. Una suave música se escuchaba por los altavoces mientras subíamos hacia el último piso.
El ascensor se detuvo en el piso quince y las puertas se abrieron. Mi boca cayó abierta por la sorpresa. No podía creer lo que estaba frente a mi.
Carol tiró de mi brazo y nos condujo hacia afuera.
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El Anhelo de Elena.
RomanceElena estaba lista para dejar su doloroso pasado atrás y comenzar de nuevo. Para lo que no estaba lista era para conocer a los hermanos Lombardi. Bruno, Adrián y Demian. Atraían con su mirada, te seducían con sus palabras y te atrapaban con sus be...