Se sumergió de golpe en las frías y transparentes aguas del río, a pocos metros de la cabaña donde se había recluido durante aquella infernal semana. La chica que lo acompañaba, una de sus amigas de la infancia, no había querido salir a despejarse, a pesar de que se lo ofreció, más por cortesía que por querer realmente su compañía.
Necesitaba unos minutos a solas, mientras el calor que le recorría el cuerpo estuviese aplacado. En cuanto la temperatura corporal se le elevase de nuevo hasta el punto en que las gélidas aguas en las que se encontraba sumergido no serían capaces de contenerla, tendría que volver dentro para volver a saciarse.
Era un maldito ciclo sin fin que lo traía loco desde el año pasado, cuando había alcanzado aquel punto de madurez, sobre todo porque él hubiera querido pasar aquella época con alguien en concreto y no con la joven que lo esperaba en la cabaña, con el cuerpo desnudo y saciado estirado sobre los sacos de dormir.
Gimió, frustrado, al notar que su miembro volvía a endurecerse. Envidió a sus padres una vez más, por poder pasar aquel infernal calor con la persona amada en vez de con la primera persona que les pasara por delante.
Salió del río, sacudiendo su cabellera rubia para deshacerse de las gotas heladas que permanecían entre los encrespados mechones de su cabello. El miembro volvió a latirle, demandando atención; y él volvió a gemir, llevando la mano hasta aquel órgano enteramente masculino, agarrándolo de la base y acariciándolo un par de veces, como para comprobar su resistencia. Si podía retrasarlo un par de horas más...
Pero su segunda cabeza no pareció conforme con su pensamiento, porque volvió a latir e incluso se hinchó un poco más, en protesta por su clara intención de ignorarlo.
―¡Maldita sea!―exclamó, soltando su mano y apretándola en un puño.
―¿Boruto? ¿Te encuentras bien?―Desde el interior de la cabaña, la voz de Sumire lo hizo hacer una mueca―. ¿Necesitas ayuda?―Su tono divertido teñido de descarada coquetería provocó que apretara los dientes.
―¡Ahora voy! ¡No salgas!―Se dio la vuelta y se sumergió una vez más en el río, mientras a su fino oído llegaba el suspiro resignado que daba la chica.
No es que la odiara, era una de sus mejores amigas, la delegada de su curso, nada menos. Era una buena chica, dulce y sensible, dispuesta siempre a ayudar a los demás. En algunas cosas, le recordaba a su madre, siempre solícita y comprensiva, pero fuerte al mismo tiempo.
Sabía lo que ella buscaba de él... bueno, lo que todas las demás chicas de Konoha buscaban de él. Era el hijo de la persona más importante por allí, su madre provenía de una buena familia y no es que estuviera forrados, pero tampoco vivían mal.
Salió del río nuevamente, sin molestarse esta vez en sacudirse el agua que le escurría a chorros por el cuerpo. El calor había comenzado a quemarle las entrañas una vez más, así que tenía que volver a la cabaña para desfogarse, deseando que, cuando lo hiciera, no fuera Sumire la que estuviera tumbada sobre los sacos, sino alguien muy distinto, alguien que lo retaría con la mirada, que sonreiría con ligera arrogancia pero tímida al mismo tiempo, incapaz de ocultar su nerviosismo.
Se le retorció el estómago al recordar que ya ni siquiera podía verla en clase o paseando por el pueblo con su padre. Que ya no iba a casa a estudiar ni a pasar el rato y que no podía hacerla rabiar para tener una buena discusión que le levantara el ánimo.
Se había ido, su madre se la había llevado hacía ya cinco largos años... casi seis. Él no lo entendió en aquel momento, no entendió porqué la tía Sakura se la quería llevar, alejarla de Konoha. Recordó también que sus padres intentaron convencerla y los señores Haruno, los padres de la tía Sakura, habían llorado y suplicado.
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Rayo de Luna
FanfictionNo entendía por qué estaba allí. ¡Había desobedecido! Pero cuando los ojos negros se cruzaban con los azules, todo perdía sentido para él. El cuerpo se le tensaba, empezaba a sudar, las manos le temblaban y su corazón latía tan rápido que parecía qu...