Pequeño inconveniente

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Un gruñido retumbó en la habitación. Apretó el cabecero con las manos, las pupilas se le dilataron hasta que casi se tragaron el azul cielo de sus ojos. Encima de él, a horcajadas sobre su cuerpo, una auténtica Diosa se arqueaba, cabalgándolo con ímpetu, gimiendo con descontrol. Las uñas femeninas se alargaron un tanto y se le clavaron en el abdomen, enviando el dulce dolor por todo su cuerpo que enseguida se transformó en desbordante placer.

Sus propias uñas crecieron hasta desgarrar el cabecero de la cama, partiéndose este en varios pedazos grandes. Sin apoyo para su espalda, se incorporó, obligando a su compañera de cama―y de vida―a echarse ella sobre el colchón. Fue un movimiento repentino pero ejecutado con cuidado, asegurándose de no salirse de su húmedo y cálido interior.

De rodillas él ahora sobre las sábanas, ancló las manos en las caderas femeninas y la levantó, hundiéndose todavía más profundamente en ese cuerpo que con el pasar de los años le gustaba más y más.

Ladeó la cabeza con una sonrisa de superioridad al ver cómo ella se retorcía, se arqueaba y suplicaba. Pero él se movió lento, clavando su longitud hasta el fondo de esa cueva ardiente y estrecha que era su propio paraíso personal.

Soltó una mano y acarició aquel cuerpo que había visto cambiar de niña a mujer, maravillándose de su suavidad, de lo bien que encajaban juntos. Jugueteó con los duros pezones, sacándole más de esos gemidos que le encantaban y lo volvían loco, loco de deseo, loco por poseerla, loco por saberla suya y solamente suya.

Con un grito, ella al fin sucumbió, sacudiéndose sobre la cama. Fue cuando él sintió romperse su férreo autocontrol y echó la cabeza hacia atrás, aumentando el ritmo de sus empujes, mientras ella lo dejaba hacer, temblorosa.

Sintió su clímax construirse y se arqueó contra la fémina mientras volvía a agarrar con fuerza sus caderas. Aulló cuando al fin explotó, llenándola, un aullido que reverberó en aquella cabaña solitaria en medio del bosque.

Temblando, esperó hasta que se vació completamente y luego se dejó caer como un fardo sobre su acompañante, el cuerpo relajado y saciado, los ojos cerrados y una sonrisa de completa satisfacción en su rostro, que amplió cuando notó las pequeñas y amorosas manos de ella acariciarlo, como si fuera lo más bello y precioso del mundo.

Un suspiro abandonó los labios femeninos; apoyando los codos a los lados de ese pequeño cuerpo que adoraba se incorporó, mirándola ahora con preocupación.

―¿Estás bien?―La voz ronca la hizo curvar los labios en una sonrisa.

―Sí... ―suspiró, temblorosa, con los ojos cerrados, disfrutando de la sensación del cuerpo masculino, caliente y duro, sobre el suyo.

Con algo de esfuerzo, él la rodeó con los brazos y se revolvió en la cama, hasta darse la vuelta y apoyar ambos la cabeza en la almohada que, sorpresivamente, había sobrevivido a sus garras y a sus afilados dientes.

No así el bonito cabecero de madera, que yacía destrozado, astillas desperdigadas por el suelo. Suspiró.

―Tendré que hacer uno nuevo'ttebayo. ―Oyó una risita femenina que le calentó el corazón.

Bajó la vista hacia su compañera y ahora sí, pudo ver aquellos orbes perlados, ahora casi plateados, bordeados de lila, que lo miraban con todo el amor del mundo reflejado en ellos. Él debía de estarla mirando de igual manera, porque un leve sonrojo tiñó las mejillas del pálido rostro.

Rio y la abrazó, feliz.

―Hum... ¿cómo crees que estará Boruto?―preguntó la mujer tras varios segundos de silencio, acariciando el vello rubio del pecho de su compañero.

Rayo de LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora