Entre planes

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Abrió los ojos y se volvió, topándose con el rostro profundamente dormido de su compañero. Elevó una mano y acarició los cabellos cortos y rubios, sintiendo su suavidad bajo sus dedos. Él suspiró en sus sueños y ella sonrió, con cariño.

Pasó del pelo a su rostro, a las líneas duras de sus rasgos, ahora suavizados gracias al apacible abandono del descanso. De ahí al cuello, a su pecho y a sus brazos llenos de definidos y fuertes músculos. Suspiró, con anhelo, recordando los días de su juventud, cuando una sola mirada de sus hermosos ojos azules en su dirección bastaba para que las piernas se le convirtieran en gelatina, conminándola a acabar en el suelo producto de un desmayo seguro.

Recordó también aquella ocasión en que su mirada se perdió en la suya, anhelante y a la vez desconcertada, como si la estuviese viendo por primera vez, como si no la reconociese, pero ella fuese todo lo que deseaba en el mundo. El mismo sentimiento que ella tuvo, aunque en su caso multiplicado por mil, porque ella lo amaba desde mucho antes de que el destino decidiese juntarlos.

Con cuidado, despacio, apartó la mano tras dedicar una última caricia a ese cuerpo que adoraba y se dio la vuelta nuevamente. Midiendo cada uno de sus movimientos para evitar que su compañero de cama se despertase, se levantó lentamente. Apoyó los pies descalzos en el suelo frío que envió un cosquilleo más que agradable por todas sus terminaciones nerviosas.

Se acercó a la mesa que había en el medio de la habitación, entre la mini cocina y la cama. La cabaña no era muy grande, tan solo constaba de una habitación con todo incluido y un cuarto de baño que casi era tan amplio como la propia habitación. No obstante, no podía quejarse. Esa construcción, por ser la reservada exclusivamente al alfa de la manada y a su compañera es que contaba con un poco más de lujo que el resto, sencillas construcciones de madera antiguas. Poco a poco las iban remodelando todas, pero ello implicaba gastar recursos y dinero que preferían invertir en el bienestar de la manada, en medicinas, tratamientos médicos, becas para educación y préstamos o ayudas para abrir negocios o para reflotar alguno que estuviese teniendo una mala racha.

Se acercó a la mesa y se hizo con su teléfono móvil, sintiendo el orgullo recorrerla al pensar en que todo lo que se había logrado, todo lo que Konoha era actualmente, se lo debían a Naruto. Él había sido el artífice de que la pequeña aldea no solo fuese reconocida como un destino turístico atractivo que permitió activar la economía de la zona, sino que además estaban volviendo a abrirse las viejas granjas. Familias enteras que habían marchado años atrás escapando de la mala situación que se vivía en las zonas rurales estaban regresando a sus hogares de toda la vida, contentos y aliviados de poder volver a casa.

Acarició con mimo la madera de la mesa, consciente de que habían sido las fuertes y capaces de su esposo―utilizando el término humano para pareja de toda la vida―las que habían modelado aquel mueble, al igual que prácticamente el resto de los muebles que adornaban el resto de las cabañas y de su propio hogar.

Sonrió, feliz orgullosa de saberse la compañera de vida de alguien como su Naruto. Y precisamente porque era su marido y ella era su mujer no podía simplemente quedarse de brazos cruzados ante una situación que claramente haría sufrir a un buen número de personas si no le ponía remedio cuanto antes.

Que una de esas personas fuese su propio hijo solo hacía que la determinación de Hinata por arreglar todo aquel entuerto fuese todavía más férrea. No pensaba permitir que su pequeño tornillo sufriera el mismo tormento que ella misma y Naruto habían tenido que pasar años atrás, mucho antes de que él y Himawari, su hija pequeña, nacieran. Antes incluso de que él le dijera―y le demostrara―que la amaba más que a nada ni nadie en el mundo.

No, los errores del pasado no debían repetirse. Por nada del mundo.

Tomó en un agarre firme uno de los teléfonos móviles que descansaban encima de la mesa. Se los habían llevado por si las moscas, en caso de que algo grave ocurriese que requiriera la presencia inmediata del alfa de la manada. Ahora se alegraba, porque así no tenía que esperar para comunicarse con alguien que la ayudaría, sin duda, a que todo se encauzara en el buen camino.

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