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  Campa y yo vivimos los mejores momentos, durante años, pasamos grandes aventuras. Éramos dos locos sueltos, juntos, siempre. Con el paso del tiempo empecé a sentirme más liviana, mas extrovertida y las cosas comenzaron a tornarse simples.

  Ya no me costaba tanto socializar, cada día que pasaba me conformaba un poco mas con mi cuerpo, siempre antes de salir, me tomaba unos segundos para ver mis ojos, estuvieran brillantes o no, estuvieran alegres o tristes, jamás me iba sin antes verme.

  Probaba cosas nuevas y retomaba cosas que con el pasar del tiempo había olvidado lo mucho que me gustaban. Me dedique a mí.

  Campa estaba siempre a mi lado, vivía en casa, había días en los que papa solía llegar a casa y lo encontraba cocinando, decía cosas como: "Otra vez vos acá, tráete el bolsito y te adoptamos de una vez, todo el tiempo estas acá".

  Campa se reía. Le gustaba molestar a mis viejos y mis viejos molestarlo a él. Era un hijo más. También conocí a su familia, un poco distinta a la mía, pero personas muy agradables, muy amables.

  No había día que no anduviéramos por la calle haciendo lo que queríamos, éramos como el viento, yendo de un lado al otro, viviendo en nuestro propio mundo.

  Un día, exactamente cuando se cumplía un año del incidente de aquella noche, Campa y yo estábamos en cuarto ordenando mi ropa. Entonces encontró en el fondo del armario mi campera, la vieja, la pesada, la asfixiante.

  Ese día traía las uñas rosa. Lo reconocí al ver como movía de un lado al otro la odiosa prenda.

  Frunció el ceño y me dijo: "¿Todavía esta acá?". Yo me reí. Se acerco a la ventana y vio algo, antes de que pudiera guardar otra remera, tomo mi muñeca y salimos de la habitación, bajamos las escaleras y salimos a la calle.

  Mi viejo estaba a un par de metros, ya era un poco tarde, estaba quemando un par de cosas que no servían, nos acercamos y me dio la campera. No tuvo que decirme lo que debía hacer, era obvio.

  La arroje al fuego, tuvimos que retroceder cuando las llamas empezaron a crecer un poco más, mi papa nos vio como si fuéramos unos locos, pero después de un tiempo ya no nos prestaba atención.

  Nos quedamos frente al fuego, viendo como la prenda que me protegió y me atormento durante un par de años, se extinguía.

  Campa entrelazo sus dedos con los míos, pero solo un poco, nuestras palmas no llegaban a tocarse.

  No habíamos vuelto ese año. Habíamos renacido, como renacen las flores en primavera. 

EtéreoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora