II
Doscientos cincuenta años después…
El capitán del Paraíso, cansado e intentando mantener la cordura, escribía de nuevo en el diario de abordo. Desde el principio dejaban un sencillo registro en placas de porcelana y acero, finas como el papel y resistentes como la fibra de carbono, para que nada pudiera perderse con el paso del tiempo. Los ordenadores, a pesar del constante mantenimiento, cada vez estaban más deteriorados y no aguantarían para siempre; así que en caso de catástrofe esta clase de registro perduraría durante muchos años, proporcionando información a aquél que consiguiera acceder a él.
Las pocas líneas que se registraban en las tablillas, no eran ni optimistas y esperanzadoras, sencillamente relataban una realidad que para muchos hombres resultaría una verdadera locura soportarla. Pero a estas alturas los clones se habían degenerado tanto que apenas se les podía considerar como seres inteligentes. Más bien se trataba de máquinas orgánicas, cuyo propósito era el de alcanzar el planeta que aparecía en sus pantallas para que los pocos sujetos no clonados, pudieran reproducirse.
Por suerte, los éxitos cosechados en el laboratorio de la gestación “in vitro”, eran muchos. Cuatro nuevas parejas trabajaban como ayudantes para los clones. Se trataba de unos ejemplares humanoides magníficos, que se comunicaban entre sí y también se reproducían; de hecho, dos de las parejas esperaban a dos nuevos miembros. Un niño y una niña. Pero a pesar de sus extraordinarias aptitudes físicas, su cerebro, menos desarrollado no era capaz de procesar gran cantidad de datos y por ello no les capacitaba para manejar la nave o participar en los experimentos que se llevaban a cabo en los laboratorios. Los clones tampoco disponían de la capacidad de enseñar.
Los nuevos humanoides aprendían todo lo primordial en un ordenador llamado Prometeo, donde se familiarizaban con la escritura, la historia de su planeta, matemáticas básicas, algo de física y geología, además de todo lo necesario para poder cultivar la tierra, alimentar a la fauna que pudiera ser comestible, construir sus casas y crear herramientas.
*
Una señal roja apareció en el panel de control principal. El insoportable ruido de la alarma puso nerviosos a los nuevos humanos y desconcertó a los clones. A tan sólo un año de su destino ya casi ni se les podía atribuir el sobrenombre de máquinas. Las células de su organismo se deterioraban tan deprisa, que en vez de copiarse cada cincuenta años ahora lo hacían cada cinco. Nada tenía sentido para ellos y actuaban gracias al instinto de su pervivencia y de la escasa información que se había grabado en su ADN.
Miraban las fotos que sus originales hicieron en su planeta natal antes de emprender el viaje y se reconocían en ellas, pero no sabían quiénes eran realmente. Con la vista vacía trasteaban sus cosas y buscaban cualquier utilidad para ellas. Todo carecía de sentido. Cuando no trabajaban, deambulaban por la nave en busca de respuestas a preguntas, que nunca serían capaces de encontrar. Ya no escribían en los registros y los nuevos humanos no se comunicaban con ellos. El nacer de un nuevo día llegaría tras la muerte de una promesa de futuro.
Cuando por fin la alarma dejó de sonar, el sistema automático asumió el control de la nave. Disminuir la velocidad en el vacío del espacio no molestó a los hombres y mujeres de la nave. A pesar de tratarse de un cambio de velocidad de miles de kilómetros por hora, lo único que sintieron era la cálida y suave caricia del sol que moraba en el centro de ese sistema solar. En cuestión de horas, los nuevos humanos aterrizarían en su nuevo hogar para dar comienzo a una era llena de esperanzas.
PROXIMAMENTE
En el año 66 d.C. Judas de Galilea encabezó un alzamiento contra los romanos y reclamó el reino de Judea. Fue entonces cuando decidió enviar a su hombre de confianza en busca de la reliquia con la que sería coronado rey. La primera corona.
Puedes ver el video aquí:
http://www.youtube.com/watch?v=ngdZVTPvRm0&feature=youtu.be
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Proyecto: Adán y Eva
Science FictionRelato de ciencia ficción y misterio. Cuando miramos hacia el cielo en busca de la benevolencia divina, escrutamos los misterios de la naturaleza en busca del saber que nos identifica como seres humanos y nos representa como tal.