El taller

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Aunque me costó bastante decidirlo. Tomé el brazo y lo metí en mi mochila escolar. Sabía que era una locura. Pero no podía darme el lujo de que sepa primero mí mamá. Además, como no me relacionaba tanto en la escuela habia pocas chances de que descubran el secreto. Sin embargo, antes de irme recogí un perfume del baño y rocíe el brazo que comenzaba a emanar olor.

De camino a la escuela busqué evitar el río con miedo de volver a encontrarme a ese hombre y que descubra lo que escondía. Gracias a Dios no sucedió nada fuera de lo normal en el camino y pude llegar al taller normalmente.

En la entrada me recibió el profesor González con un beso. El problema fue que se me habia ido la mano con el perfume y no lo dejó pasar por alto
-Ahh! Pequeño vago, amor juvenil eh? Ese perfume me recuerda al que usaba mi novia en la secundaria-mi cara se habia puesto rojisima. No solo habia puesto mucho perfume sino que había usado el de mi madre. Simulé una sonrisa y con la excusa de ser vergonzoso avancé rápido al salón.

Sentía que iba a ser la clase mas larga de mi vida. Apenas entré comencé a cronometrar el tiempo. Nunca fui muy buen mentiroso y se notaba. Ese día, todos me observaban y aún mas por lo que habia sucedido con el perfume a la entrada.

El profesor González ingreso al salón y pidió silencio para comenzar con la clase. Ese dia estudiamos acerca de los relatos envueltos en la guerra civil española. El reconocidísimo Cid el campeador fue la primer obra que analizamos. Ya habia leído esa obra con anterioridad, así que a mitad de clase,para bajar un poco la atención sobre mi persona, decidí ir al baño.

-Profe ¿puedo ir al baño de urgencia?-.
-Lo siento Jean pero no puedes irte a mitad del análisis. Es una obra que acabamos de empezar-.
-No se preocupe profe, estudiaré mas en casa si es necesario, no creo que prefiera que me haga encima-bromee.
-Muy bien, de acuerdo ,ve pero no te tardes- dijo finalmente González.

Apenas recibí permiso me dirigí al baño llevando la mochila medio escondida. Una vez dentro del baño suspiré. Era la primera vez que se fijaban tanto tiempo en mí y cargaba una gran presión asi que encendí la canilla al máximo y me lavé la cara nuevamente para despejarme.

Estaba por retirarme del baño luego de hacer un poco de tiempo, cuando oí que alguien se aproximaba. Por el ruido que hacía supuse que era la mujer de la limpieza con su gran carro repleto de cosas. Me encerré en un baño poniendo la traba y coloqué la mochila encima del inodoro para que no se viera por debajo de las paredes que lo rodeaban. Luego,me paré encima de este mismo para ver en que momento se retiraba la mujer.

Trás una limpieza parcial, alcancé a oir como el carrito comenzó a moverse y nuevamente el nerviosismo abandonó de a poco mi cuerpo. De todas formas, me bajé lento del inodoro, me coloqué la mochila asegurándome que no se viera nada dentro de ella y salí.

Al salir me topé con Lucas, el bravucón del curso, quien no tuvo la mejor idea que empujarme por haberlo chocado. Como el suelo estaba recién trapeado resbalé y sufrí una gran caída. Me golpeé bastante la cabeza y para cuando logré reincorporarme ví la palidez en la cara de Lucas y supe que había descubierto.

Corrí hacia la puerta de salida y la trabé para que no pudiera escapar.
-Lucas, se que todo esto es muy turbio pero tenes que confiar en mi-.
-¿Cómo pretendes que confíe en un enfermo?¿ Cómo vas a tener un brazo en tu mochila?-gritó al tiempo que yo lo obligaba a que bajara la voz. No podía seguir mintiendo, así que le conté todo.

Logré convencerlo de creerme justo cuando el profesor González se hallaba golpeando la puerta y vociferando nuestros nombres. Nos miramos fijamente y salimos. Recuerdo que nos retaron como nunca e incluso llamaron a nuestros padres. En dirección nos quedamos esperando a que nos fueran a buscar no sin antes recibir un extensisimo sermón de la vieja directora.

Finalmente, mi madre llegó y habló con el profesor. Como siempre mantuve buenas calificaciones y comportamiento,mi problema fue mucho menor que el de Lucas y pude irme a mi casa. Desde entonces comencé a odiar el taller de González. Parecía que ese día no se acababa más pero al menos habia conseguido a alguien, que a pesar de no querer mucho, creía en mí.

SerendipiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora