Jeanine

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—Basta. —Me suplicó con un gemido.

—¿O cómo Minerva?— Con la punta de mi tacón le pateé el rostro con una fuerza extraordinaria como para volver a tumbarle en el suelo, tumbarle de nuevo a esa ridícula posición fetal. Me agaché y le agarré el pelo y lo arrastré hacía para que me viera fijamente a los ojos. —¿O no recuerdas lo mucho que me lastimaste a causa de ellas... y de muchas más?

Cuando supe del primer engaño no lo pude creer, cuando supe del segundo, lo confronté, con el tercero simplemente me alejé.

—¿Para ti soy peor que Jeanine, verdad? —Le pregunto con una voz rasposa a causa del odio.—¿Porque te hice suplicar, verdad? —Le golpeo con la culata de mi arma en la cabeza. —Porque ella si volvió a ti arrastrándose a tus pies luego de que la dejaras.

>>Pero yo no fui así, eso te dolió, ¿verdad? Te dolió el hecho de que existiera una mujer que dejara de resistirte a tus encantos pero tu ego y tu pene tienen la necesidad de ser irresistibles para las mujeres.

—No...

—¡Cállate!- Le grito.—¿Sabes que sentí cuando descubrí que te acostabas con Jeanine?

Lo miré con odio.

—No, no lo sabes.— Recordé aquel dolor que sufrió mi corazón? —Me desmoroné, me rompí, mis inseguridades volvieron, peores que nunca. Tú, aquel hombre que me hizo sentir como la mujer más bella y perfecta del mundo, me desmoronaste.

>>Sabías que yo era la mujer más insegura en la tierra, ¿por qué lo hiciste?—Le reproché.—¿Por qué me hiciste eso?

No obtuve respuesta.

Claro, como si en verdad creyese que me daría una.

—Ilusionada fui a nuestro lugar favorito de la ciudad, la Rueda de la Fortuna del parque de diversiones del muelle. Eran ya seis meses de conocernos y tres siendo pareja. Caminaba por el muelle, mientras la luz anaranjada del atardecer iluminaba mi rostro. Las olas de mal, se movían suaves y se escuchaban perfectas. Te vi desde la lejanía y corrí para llegar más rápido a ti, hasta que la vi.

>>Hasta que la vi, con sus labios pegados a los tuyos, las piernas me desfallecieron, mi corazón se detuvo y las lagrimas salieron. Sólo te diste cuenta cuando ya llevaba más de cinco minutos llorando.

>>Y no te diste cuenta por ti mismo, fue Jeanine la que me vio y te preguntó quién era yo o que si me conocías.—Se me quebró la voz.

—Y tú como un cobarde dijiste que no. Y te largaste con ella. Yo no lo podía creer, pero me varios días después te disculpaste, prometiste que no lo volvería a hacer e hiciste como si nada hubiera pasado...

>>Y yo te lo creí...

>>Hasta que conocí a Alexandra de la peor manera.

La última balaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora