Alexandra

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Golpeé a Alexandra en la cara.

Creo que me dolió más a mí que ella. Mi mano dolió durante una semana.

—¡NO HABLES DE ALEXANDRA!- Gritó.

—¿Por qué? —Pregunté con rabia.— ¿Por qué Alexandra era tu hermana? Al menos ella sí era tu hermana, no como tú falso hermanito con leucemia.

Silencio. Me reí.

Me agaché y agarré su pelo rubio y lo tiré para que me viera a la cara.

—Te cogías a tu puta hermana, cerdo.— Le dije.

Me levanté. Lo miré con desprecio.

—¿Recuerdas qué me dijiste un par de días después del golpe? —Pregunté con ironía. Hice una pausa. —Me dijiste que tenía suerte que Alexandra no me demandara, que tú la convenciste de no hacerlo, de que luchaste por mí. Te creí. En ese entonces no sabía que ella era tu hermana y que sería capaz de hacer cualquier cosa por ti. Luego me golpeaste.

Unas carcajadas roncas salieron de mí.

—¡Cállate!— Soltó, pero sonó más como un gemido que una orden.

—Manipulabas a Alexandra, a tu hermana. Te la cogías y le decías que todo eso estaba bien. Pobre chica. Incestuosa.—Me burlé.— Le tenías lavado el cerebro.

>>También me manipulabas, creí que me habías golpeado porque me lo merecía. Ojo por ojo, diente por diente, me dijiste. La diferencia es que yo sólo le dí un golpe a ella y tú casi me destrozas la cara.

>>Creía que me lo merecía, creía que era mi castigo y que tu tenías la razón. Lo creí luego de que manipularas las cosas a tú favor. Como siempre lo haz hecho.

Seguía con la mirada gacha. No la levantaba.

—¿Y qué pasó con Alexandra? —Pregunté.

—¡CÁLLATE!— Gritó con mucha fuerza, sólo para darse cuenta de su error. Lo callé con una patada en su cara y con eso conseguí que por fin la levantara y me mirara a los ojos.

—Tú la mataste.— La agachó rápidamente.— Al principio no me dí cuenta pero con el tiempo lo noté, tan sólo dos días después la policía dejó de buscar al asesino, lloraste en su ''funeral''. No permitiste que nadie entrara a su departamento, nunca apareció el cuerpo, y al día siguiente sacaste varias bolsas de basura de tu departamento.

Lloró.

—¿Por qué lloras?— Pregunté con rabia.— Jamás te importó ella, sólo te la cogías. Y después de su supuesto funeral no la volviste a mencionar. Creía que la olvidaste sólo porqué fue una amiga pasajera, pero encontré sus cosas debajo de tu cama y ahí supe todo.

>>Pero jamás dije nada, tal vez por miedo, pero me mentí a mi misma diciéndome que eso era falso, que había una explicación para eso y que me la darías cuando estuvieras preparado. Pero nunca pasó. Pobre chica, me arrepiento por haberme callado. Si tan solo hubiera hablado, nunca hubieran pasado tantas cosas.

>>Pero callé y tú me volviste a engañar.

—Yo no sería...—Comenzó a hablar.

Lo pateé en el estómago.

—Espera, olvidaba a Minerva.

Al recordarla mí odio se reavivó.

La última balaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora