Héctor Carver estacionó en el arcén de la avenida Cloris; el impala negro dejó de rezongar en cuanto quitó la llave del contacto, dejando que el silencio se reanudara en la desértica calle. Consultó su reloj de muñeca: 9:13 pm. Era buena hora; no tan temprano como para estar tan concurrido ni tan tarde como para derivar en una soledad imperturbable. La oscuridad hacía juego con el auto, fundiéndose con la carrocería y haciéndolo parecer como un negro y reluciente pedazo más de la noche. Se retrepó cómodamente en el cuero sintético del asiento y clavó la mirada en la calle: vacía, lóbrega. Por las mañanas solía pasar el juvenil grupo de scout hasta la avenida principal diez cuadras más adelante, seguidos por los corredores y ciclistas. A eso del mediodía concurrían los testigos de jehová y los liceístas, hasta que por la tarde el repertorio de transeúntes se reducía a individuos casuales que iban seguramente a la plaza o al mercado. Ya por la noche, de vez en cuando, algún que otro mocoso iba por ahí con su pareja o algún viejo triste llegaba del trabajo desde la parada de bus doblando la esquina de la principal. Era un vecindario tranquilo, corriente. Y solo.
Héctor encendió un cigarrillo y extravió la mente en la pelea del próximo sábado, el maldito campeonato mundial. Vivir solo y aislado provocaba dependencia en algunas actividades en las que se perdía por horas hasta casi desconectarse por completo de la realidad, y una de ellas era el boxeo y el Ultimate Fight no se qué mierda, UFC como todos lo conocen. Adoraba consumir violencia, desde siempre. Sí, muy divertidas las películas y todo, pero lo que hacía de especial estas peleas era la sangre real, la auténtica lucha entre dos bestias que están ahí para destrozarse. Mientras más sanguinaria y cruda fuera la pelea, mejor, obvio. Y luego estaba el cigarro, otra de sus manías favoritas; había empezado a fumar desde los once años y desde entonces no paró, ni jamás lo haría, preferiría tener que cortarse las bolas antes de dejarlo. Además, había descubierto que fumar lo sumía en un estado como de sosiego, pero también de lucidez, en el que podía quedarse completamente inmóvil, nada más que respirando, con cada sentido funcionando a plenitud. Era algo casi místico. Esperar podía llegar a ser insufriblemente aburrido en ocasiones como esa, pero cuando la nicotina entraba en su sistema se volvía tan imperturbable como el auto en el que estaba montado.
Casi a la hora de espera, mientras terminaba el tercer cigarro y recorría con la yema del pulgar los contornos de la mujer de acero de su yesquero, apareció alguien. La silueta aún estaba muy distante como para determinar de quién se trataba, pero parecía alguien menudo, joven, de paso despreocupado. Arrojó la colilla por la ventana y se inclinó para divisarlo mejor. Las farolas a un costado de la calle le iluminaron el rostro ya a pocos metros: era un adolescente, un chico. Iba caminando con los aurículares puestos y la mirada en el suelo, ajeno al mundo. El cabello largo y apelmazado bajo un gorro verde oscuro de lana, una cara de virgen que no se la quitaba nadie, la ropa holgada y opaca seguramente sin lavar, la mochila escolar donde llevaría más porros que cuadernos, los Converse desgastados. Un hippie de mierda.
Héctor exhaló el último vapor del cigarro en una sonrisa que se habría visto desde la calle a pesar de la oscuridad.
Marco recorría el arcén con los auriculares puestos a todo volumen. Foo Fighters desgarraba el reducido aire con un solo de guitarra al son de sus lascivos pensamientos. Sasha sí que estaba buena, todavía no podía creer que lo había invitado a su casa. ¡Sasha! !A él! Es que si le contaba sus amigos apenas llegara a casa pensarían que esta vez el humo de la hierba se le había subido al cerebro. Desde un inicio le dijeron que era demasiada mujer para él, que sólo se juntaba con los de fútbol o los populares. Su anterior novio había sido el mismísimo J. Ray, quien ahora rapeaba para una disquera y se había convertido en una celebridad local. Y sin embargo fue él quien estuvo hoy en su casa. Claro, la excusa era que le ayudara con las prácticas de física, pero no era posible que sólo lo hubiese invitado por eso. Había estado tan cerca de ella que hasta le llegaba el aroma de su cabello, de su perfume, y ella lejos de evadirlo, le echaba unas miradas que poco dejaban lugar a dudas. Pronto sería suya.
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Vive en el bosque
HorrorHéctor es un hombre poco corriente, de gustos poco corrientes y pasatiempos poco corrientes. Se aisló de la civilización en una cabaña adentrada en el bosque donde pudiese llevar a cabo con tranquilidad sus morbosas actividades. Pero pronto se dará...