Capítulo 1

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Valeria recordaba a Manuel como un chico de pocas palabras. Ella también lo había sido de pequeña, y en cierta forma seguía siéndolo; no le gustaba hablar por hablar. En el trayecto hacia su pueblo natal se preguntó si su primo seguiría siendo igual o si habría cambiado con el paso del tiempo. Reconoció para sí misma que los nervios la estaban consumiendo, no solo porque volvería a ver a alguien que había sido importante en su infancia, también porque era la primera vez que visitaba a sus tíos desde que sus padres se separaron. Una de las cosas que se preguntaba era si reaccionarían bien al verla o si la mirarían de forma que la hicieran sentir incómoda. ¿Cómo la miraría Manuel? ¿Lo sabría?

―Ya estamos llegando. ―La chica contuvo el aliento durante unos segundos y luego expulsó el aire de repente. Su padre se dio cuenta de que algo no iba bien al oír ese suspiro―. ¿Qué te pasa?

Valeria giró la cabeza hacia la ventanilla del coche para observar el paisaje.

―Tengo miedo de cómo reaccionen ―respondió ella sin apartar su mirada del cristal.

Al principio, él no sabía a qué se refería, pero después recordó todo lo sucedido en los últimos meses, el caos familiar que había provocado la separación y el dolor que había experimentado su hija Valeria.

―No te preocupes, ellos no van a reprocharte nada a ti, si es lo que te preocupa. Tú no tienes la culpa de lo que ha pasado, así que piensa en que te tratarán como siempre. Al único al que podrían decir algo es a mí, ya lo tengo asumido.

Paco miró de soslayo a su hija, que seguía con la mirada perdida en el paisaje que estaban atravesando. Ella, por su parte, pensó en las palabras de su padre y llegó a la conclusión de que tal vez tuviera razón. Solo le quedaba esperar...


···


Reconoció los edificios que se dibujaban en el horizonte y en los carteles de la carretera ya hacía tiempo que se anunciaba el pueblo. Por primera vez en todo el trayecto recordó todo lo que dejaba atrás, pero no se lamentó por ello. Había renunciado a un trabajo que ya no le llenaba y no permanecería para siempre en el pueblo, por lo que podría ver a sus amigos cada vez que fuera a visitar a su madre o cuando le apeteciera cambiar de aires. Si se detenía a pensarlo claro que estaba perdiendo cosas, pero le quedaba mucho por vivir en su nuevo hogar y eso la reconfortaba.

El coche se detuvo frente a la puerta de sus tíos. Valeria miró a su padre y él le devolvió la mirada antes de decir:

―Ve llamando mientras yo aparco. No tardaré mucho.

La chica se quitó el cinturón de seguridad y abrió la puerta. Se despidió y la cerró de nuevo antes de darse la vuelta hacia la casa. En pocos pasos llegó y llamó al timbre. Tuvo que esperar unos segundos mientras su padre volvía a ponerse en marcha con el coche. Mientras esperaba, giró la cabeza hacia la derecha y observó la calle vacía. Un gato apareció de pronto a lo lejos y le observó con atención, pendiente de sus movimientos. Al menos hasta que oyó que la puerta se abría y volvió a voltear la cabeza. Lo primero que vio fue un bello rostro masculino de ojos oscuros y pelo revuelto. Sus labios se abrieron para formular una pregunta que a Valeria le costó asimilar.

―¿Eres tú? ―Al ver que ella no reaccionaba, lo intentó de nuevo―: ¿Eres Valeria?

La chica se recompuso y respondió con un movimiento afirmativo de cabeza.

―Mi padre ha ido a aparcar, no había sitio por aquí.

―Entra, así le esperas dentro ―propuso Manuel.

Sucumbir a lo prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora