Capítulo 40

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Pasaron cinco días desde su última conversación con Valeria y Manuel permaneció encerrado en su estudio saliendo nada más para compartir momentos con sus padres. Ella no volvió a visitarlo y supo que había sido para poner tierra de por medio, lo que le tranquilizó. Con un suspiro se levantó de la silla y se acercó a una pequeña estantería donde tenía una caja, que tomó entre las manos. La abrió y sacó un colgante parecido al que le regaló a su prima por su cumpleaños. Hasta el momento no se lo había quitado, ¿lo seguiría usando desde la última vez que se vieron? Depositó la caja de nuevo sobre el estante y se colocó la cadena alrededor del cuello. A partir de ese momento, lo llevara o no su prima, él portaría la carga de su amor prohibido en el pecho, muy cerca de su corazón, de forma que solo los dos entendieran su significado. Más que nunca.

No pensaba quedarse por más tiempo encerrado allí y por eso le mandó un mensaje a Margarita. Necesitaba despejarse o al menos procurar quitarse de la cabeza a Valeria. Si no lo intentaba, jamás lo conseguiría. Otra cosa es que eso fuera a suceder pronto.

Volvió a salir en moto y se dirigió a casa de su amiga tras quedar allí con ella. Margarita lo recibió y él, sin pensarlo dos veces, se lanzó hacia ella en un abrazo que dijo más que si hubiera abierto la boca. La mujer acarició su espalda con movimientos lentos y supo que estaba llorando por las pequeñas sacudidas de su cuerpo.

—Mi bello... ¿Qué ha pasado? ¿Qué te tiene así?

Él suspiró y enterró la cara en el cuello de Margarita. Después de unos instantes se separó para limpiarse las lágrimas y mirar a los ojos a su amiga.

—Ha pasado lo que tenía que pasar.

No dijo nada más, pero eso le bastó a ella para saber que se refería a ese tema del que tan poco sabía: su amor secreto.

—Si quieres contármelo, ya sabes que soy toda oídos...

Con un gesto del brazo derecho lo invitó a pasar y a sentarse en el sofá frente a la televisión. Ella se acercó a la mesa en busca del mando a distancia y pulsó el botón de apagado para poner toda su atención en Manuel. Cuando ambos estuvieron sentados, esperó a que él hablara.

—Todo ha terminado. —Margarita abrió los ojos un poco más, no sabía si de asombro o como producto de su ilusión por volver con él—. Hemos tenido que zanjar las cosas porque no llegaban a ninguna parte. Siempre ha sido y será algo prohibido...

La chica parpadeó, confusa.

—¿Prohibido? ¿Por qué?

Manuel le dedicó una mirada larga que ella entendió, o eso quiso creer él.

—Así que por eso tu actuación extraña en aquella cafetería y que no me prestaras la atención que me dedicarías en una situación normal... —manifestó entre murmullos.

—¿Lo sabías?

—Solo intuía algo, pero no me imaginaba que sintieras eso por ella. Solo supuse que era el instinto sobreprotector de un familiar. Pensé que para ti era como una hermana...

Él apretó los labios al escuchar esa última palabra, pero no dijo nada al respecto.

—Si la hubiera visto como una hermana jamás me habría permitido sentir esto. Si no se hubiera tenido que ir por el trabajo de su padre... Si hubiera seguido viviendo aquí, no habría pasado nada —aseveró.

—¿Cómo estás tan seguro? Al fin y al cabo sois primos...

—No lo estoy, pero es lo que quiero creer.

Dejó caer su espalda sobre el respaldo del sofá y alzó la mirada al techo, perdiéndose en su blancura. Margarita se quedó mirando a su compañero y exhaló todo el aire que parecía haber retenido durante un tiempo. Colocó su mano sobre la pierna de Manuel y este solo volteó el rostro para observarla.

—Ya nada puede ir peor, solo a mejor. Ya lo verás. —Le dedicó una sonrisa sincera.

Y no hizo falta que dijera nada más para que se sintiera algo más tranquilo.


···


Cuando regresó y pasó con la moto por delante de la casa de su tío, lo encontró en la puerta. Como la hora de cenar se acercaba supo que llegaba de trabajar. Paco le saludó y él se detuvo para hablar con él.

—¿Recuerdas de lo que hablamos el otro día? —le preguntó tras saludarse desde la distancia. Manuel asintió al recordar ese amargo momento, a lo que su tío agregó—: León y Valeria al fin salen juntos. ¿Te lo dije o no? Solo era cuestión de tiempo.

Paco parecía feliz con la noticia, todo lo contrario al joven. Eso que le contó solo significaba una cosa para él: que Valeria ya había empezado a adentrarse en el camino del olvido. Manuel también estaba en ello, pero aún le costaba iniciarlo. El temor se apoderaba de él y era incapaz de dar el primer paso.

—Eso parece... —musitó—. En todo caso, me alegro por ambos. —Alzó la voz y esbozó una pequeña sonrisa que no llegó a sus ojos.

No obstante, su tío estaba tan ciego que no se dio cuenta de nada.

—Voy a invitarlos a cenar esta noche, ¿te vienes? Podrían venir también mi hermano y mi cuñada.

—No lo creo, ya sabes que somos de costumbres... No quiero arruinar ese momento vuestro y supongo que estoy en lo cierto al decirte que mis padres tampoco.

—Está bien, pero por favor, la próxima vez os avisaré con tiempo para que no podáis negaros. Tenemos que organizar más cenas o almuerzos juntos, somos familia, ¿no es así?

—Sí, se lo diré a mis padres a ver qué opinan. Si no tienes nada más que decirme, te dejo que llego tarde y me estarán esperando para cenar.

—Está bien, ve tranquilo.

Manuel se despidió de su tío y condujo el resto del trayecto que lo separaba de su casa. Al quitarse el casco y guardarlo, limpió las pocas lágrimas de su rostro antes de encajar la llave, abrir y entrar en la vivienda.

Sucumbir a lo prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora