Capítulo 50

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Hace veintisiete años...

Cuando se enteró del compromiso de su hermano con Carmen, José tuvo que fingir un entusiasmo que no sentía. Desde ese primer beso que le dio, su mente no dejó de atormentarle con imágenes de ella en la que su sonrisa era provocada por él y no por Francisco. Una rabia ciega se apoderó de él y durante días estuvo inmerso en sus pensamientos, sin atender a Fuensanta como sabía que merecía. ¿Qué podía hacer si tenía a otra mujer clavada en el pecho y metida en su cabeza?

Tenía que poner remedio a la situación, dejar las cosas claras y volver a su vida lo antes posible. Podría saltar directamente a lo último, pero no lo consideró posible porque en ese caso era consciente de que seguiría pensando en su futura cuñada. ¿Cómo pudo pasar con lo poco que se conocían? Creyó que se debía al carácter prohibido de lo que había surgido entre ellos, aunque Carmen no hubiera mostrado interés en contactarle tras lo de esa noche. Ese día, mientras regresaba del trabajo en su coche, resolvió intentar algo de lo que no estaba totalmente seguro: llamar a la casa de su hermano. Una mínima esperanza se apoderó de él en cuanto sonó el primer tono, pero se desvaneció al escuchar los siguientes. A punto estuvo de colgar cuando alguien respondió al otro lado.

—¿Dígame?

La voz femenina llegó a su oído y le paralizó por un instante. Su corazón se volvió loco y no supo cómo reaccionar en un principio. Carraspeó al notar que su voz podría no salir como quisiera.

—¿Está mi hermano?

Cuando Carmen escuchó la voz de su futuro cuñado al otro lado de la línea, enmudeció de repente sin saber por qué. Su prometido había salido un momento para ir a la ferretería y no le acompañó porque él le pidió que se quedara allí por si surgía algo. Como aquella llamada.

—No, hace un rato que salió —murmuró.

Ambos quedaron en silencio tras la respuesta. José apretó los labios y tragó saliva repetidas veces mientras pensaba en la posibilidad de hacerle una propuesta.

—Oye, Carmen, me preguntaba si... —Se relamió, nervioso, sin saber cómo se tomaría su atrevimiento—. ¿Te gustaría venir a cenar conmigo un día de estos? Quisiera... —Carraspeó de nuevo al notar que la voz se le iba—. Quisiera que habláramos sobre mi hermano.

Fue lo primero que se le ocurrió, ya que lo que quería de ella era otra cosa completamente distinta.

—¿Y no puede estar él presente? No debería estar con otro hombre, que además está casado —hizo especial hincapié en esa palabra—, antes de la boda. Si alguien nos viera...

—Nadie lo hará —la interrumpió, con un tono de seguridad que la terminó de convencer.

Aunque no hacía falta mucho para conseguirlo. José la escuchó suspirar.

—Está bien, pero solo cenaremos.

—Por supuesto, no tengo ninguna otra intención contigo.

Y Carmen, sin saber el motivo, se sintió decepcionada con esas palabras.


···


Quedaron en verse la siguiente noche, ya que la de ese mismo día era demasiado precipitado para ambos, aunque a José no le habría importado. La esperó en el restaurante y cuando la vio llegar no fue capaz de controlar su boca, que se abrió debido al asombro de verla tan hermosa, mucho más que la vez que coincidieron en la discoteca. La observó impaciente, con ganas de levantarse de una vez para recibirla, pero se recreó con el movimiento de sus caderas al andar. Llevaba una falda roja que realzaba su cintura y una camisa que combinaba bastante bien los colores negro y rojo. La tenía abierta solo por arriba, pero sin que su escote resaltara. Las ondas de su cabello suelto caían sobre sus hombros haciéndola aún más atractiva. Se perdió en sus ojos verdes, posados sobre él desde que lo encontró, nada más entrar en el restaurante.

Sucumbir a lo prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora