Capítulo VI. Bandera izada.

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Otro día más de escuela y Ángel estaba consternado. La chica nueva era realmente una joya. Demostró ser bonita, carismática e inteligente. Por lo menos, en lo referente a matemáticas. Emiko logro resolverse una ecuación muy difícil en el pizarrón frente a toda la clase. Era prácticamente perfecta y como es lógico una legión de muchachos la seguían.

Ángel se sentía cada vez peor, era realmente inalcanzable para él, además del hecho de que no tenían nada en común, Ángel demostró ser un inepto para cada cosa en la que Emiko sobresalía.

Él no era guapo, ni carismático, ni inteligente. Tampoco es que fuera horrible, asocial o totalmente inepto para los estudios. El problema de Ángel es que no destacaba ni por lo bueno, ni por lo malo. Ángel siempre estaba en la mediocridad de todo. Solo existía una cosa que Emiko y Ángel guardaban en común. Ambos eran terriblemente malos para los juegos de pelota.

Ángel no atinaba una a la hora de jugar fútbol, básquet y volibol. Simplemente no podía coordinarse en lo más mínimo para recibir o mandar el balón a ninguna parte. No de forma intencional por lo menos.

Emiko por su parte también era terrible para coordinarse en cualquiera de esos deportes, con la salvedad que las chicas y sobre todo los chicos estaban dispuestos a perdonarle sus errores.

Por el contrario, para Ángel cada error iba acompañado de una burla, un insulto o una llamada de atención del profesor de deportes.

Hoy era la quinta clase que recibían juntos y estaban practicando futbol. Ángel recibió un balonazo en la cara al intentar interceptar un disparo. El pobre chico salto para desviar el balón con la cabeza, pero termino dándole de lleno en la nariz, lo cual lo tiro al suelo haciéndole ver estrellitas. Su nariz estaba sangrando.

La hemorragia nasal que comenzó a emanar de Ángel hizo que lo mandaran a las gradas a descansar. Algo que Ángel estaba acostumbrado a hacer debido a sus muchos accidentes en clase de deporte.

Al mirar hacia las gradas su corazón se aceleró, se ruborizo y le faltaba el aire. Allí sentada en la gradería estaba ella, la diosa asiática, Emiko Ena. Estaba frotándose grácilmente una toalla blanca por las largas, blancas y perfectas piernas.

Ángel camino hacia las gradas flotando como en un sueño. Sus pasos lo llevaban hasta su amor imposible. No podía creer la enorme suerte que tenía. Realmente estaba tan, pero tan emocionado que olvido completamente que estaba sudado, despeinado, con las gafas torcidas y todo mal trecho a causa del golpe. Lo peor es que olvido su hemorragia nasal.

Ángel se quedó de pie a un metro de Emiko sin saber qué hacer. No se le ocurrió ni si quiera saludar. En cuanto se dio cuenta que era incapaz de decir media palabra se dio media vuelta para esfumarse de ahí, pero escucho la dulce voz de Emiko a su espalda.

- Hola.-

Angel se giró lentamente sintiendo un gélido torrente recorrer su espalda.

- Jola.-

La voz le sonaba gangosa debido a la sangre que salía de su nariz. Ahora ya le goteaba por la barbilla y ensuciaba sus zapatillas de lona.

Ángel intento mostrar su sonrisa más dulce y carismática, pero solo logro tener un aspecto bastante psicótico con la sangre goteando por su maltrecha cara. Pudo ver como Emiko se mordía el labio y levantaba una ceja al ver su rostro.

- Eh ¿Estás bien?- Los ojos de la adolescente recorrieron de pies a cabeza al desalineado Ángel.

- Jola.-

Definitivamente Ángel estaba acabado. Su capacidad de respuesta se convirtió en la misma que la de un niño de tres años.

- Estas sangrando.- Dijo Emiko con un poquitín de desagrado. - No tengo papel higiénico solo mi toalla.- Añadió enseñando su toallita blanca con la que se limpió el sudor. - Creo que lo mejor es que vayas a la enfermería.-

Mi Locura Por ElezardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora