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Lisa hizo una mueca. ¿Qué le estaba pasando?

Probablemente, pensó, su amiga Jisoo fuera la responsable de aquel cambio. ¿Era ella quien había destruido su alegría? ¿Quién si no? Jennie le había repetido alguna vez los ácidos comentarios de su amiga sobre ella. Y tenía la impresión de que Jisoo la freiría en aceite hirviendo si tuviese oportunidad.

Que subestimase su relación con Jennie la sacaba de quicio. Ella se sentía orgullosa de cómo la trataba. Cuidaba de ella y era una mujer feliz. ¿Por qué? Porque Lisa mantenía alejada la dura realidad de la vida. Incluso conseguía que sus sueños se hicieran realidad.

Aunque Jennie no lo sospechaba, dieciocho meses antes había usado sus influencias para que entrase en un curso de diseño en la universidad. Gracias a ella, había empezado a diseñar bolsos que, en su opinión, ninguna mujer sensata debería comprar. Recordó entonces el bolso que parecía tener forma de tomate... Pero el asunto era que Jennie estaba contenta con su vida o, al menos, lo había estado hasta que la serpiente entró en el paraíso.

Estaba secándose con la toalla cuando Jennie entró en el cuarto de baño.

—Si no podemos celebrar aniversarios, ¿qué podemos celebrar? —le preguntó, muy seria.

Lisa se quedó parada con la toalla en la mano, las gotas de agua deslizándose por sus pechos. No había esperado un segundo asalto. El primero la había tomado por sorpresa.

—No sé qué...

Jennie se dio cuenta de que tenía un nudo en la garganta, un nudo que crecía con cada segundo.

—Una vez me dijiste que nada permanece igual, qué todo debe progresar —le recordó— Dijiste que las cosas que permanecen estáticas mueren. Sin embargo, en los dos últimos años nosotras no hemos cambiado en absoluto.

En ese momento, Lisa decidió que debía guardarse sus sabias palabras para sí misma.

Jennie hablaba con el corazón. Quería entender lo que estaba pasando entre ellas, necesitaba saber qué eran la una para la otra.

—¿Qué pasa entonces, Lisa? ¿Dónde va nuestra relación?

Que Jennie la sometiera a tal interrogatorio exasperó a Lisa. Pero, decidida a cortarlo de raíz, la atrajo hacia sí y buscó su boca con tal ansiedad, que la dejó temblando, desconcertada.

—¿Vamos a la cama? —murmuró.

Ella se puso pálida, como si la hubiera abofeteado. Aparentemente, Lisa creía que era muy fácil distraerla.

—¿Ésa es la respuesta? Quiero sentir que soy parte de tu vida, no sólo alguien con quien te acuestas.

Lisa abrió los brazos, suspirando.

—¡Pero eres parte de mi vida!

—Si eso es verdad, ¿por qué no conozco a tus amigos? ¿Te avergüenzas de mí?

—Cuando estamos juntas prefiero tenerte para mí sola. No voy a pedir disculpas por eso —contestó Lisa — Cálmate. Te estás poniendo nerviosa.

—No estoy nerviosa. Sencillamente, estamos teniendo una discusión —replicó ella, buscando dentro de sí la tranquilidad que le hacía falta.

—No pienso discutir contigo.

—¿Otra cosa más que te niegas a hacer?

En ese momento, empezó a sonar el teléfono y Jennie se alegró de la interrupción.

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