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El estridente ruido del teléfono despertó a Jennie al día siguiente.

En sus sueños, llevaba un precioso vestido de noche y caminaba por una campiña verde hacia Lisa, que nunca había parecido más una estrella de cine. Entonces, de repente, el sueño se convertía en una pesadilla porque Lisa se cansaba de esperar y desaparecía. Aunque intentaba frenéticamente llegar a ella, Lisa se alejaba cada vez más. Le pesaban las piernas, no podía acercarse.

Se incorporó en la cama de un salto, murmurando su nombre. Cuando descolgó el teléfono, estaba convencida de que era ella y no pudo evitar un suspiro de desilusión cuando descubrió que era Santana.

Su amiga estaba tan emocionada, que tardó un momento en entender de qué estaba hablando. Un famoso diseñador londinense había visto el artículo en el que aparecían sus bolsos y estaba impresionada. Quería conocerla de inmediato. Jennie llamó al número que le dio su amiga y quedó con el diseñador esa misma tarde.

Contenta, saltó de la cama, hizo la maleta y llamó a un taxi para que la llevase a la estación. La relajante estancia en el campo había durado sólo cuarenta y ocho horas, pero daba igual, estaba muy emocionada con la noticia de que sus bolsos habían llamado la atención de un diseñador tan prestigioso.

Antes de cerrar la casa, un mensajero le llevó un teléfono móvil, cortesía de Lisa. Era de color gris, un último modelo. No debería aceptarlo, pensó, pero quizá le haría falta en caso de emergencia. Al fin y al cabo, estaba embarazada y, si se ponía de parto antes de tiempo, establecer una relación amistosa, o algo así, con Lisa era la mejor opción. Después de todo, iban a tener un hijo. Aunque la tranquilidad que había conseguido yendo al campo había quedado destrozada con su aparición, como siempre.

Tenía que aprender a vivir sin ella de una vez por todas, se dijo. Y esa entrevista con el diseñador podría ser justo lo que necesitaba para concentrarse en algo que no fuera Lisa.

Su nuevo teléfono sonó en ese momento.

—¿Sí?

—Soy yo —dijo Lisa innecesariamente. ¿Quién si no iba a llamarla a ese número?— Esta tarde tengo una reunión familiar, pero me gustaría verte mañana.

Jennie respiró profundamente.

—¿Para qué?

—Quiero pedirte consejo sobre una casa que voy a comprar. Me gustaría que vinieras a verla conmigo.

¿Lisa quería su consejo? Eso sí que era nuevo.

¿Un consejo sobre una casa que iba a comprar? ¿Pensaría mudarse? ¿Y por qué le pedía consejo precisamente a ella?, se preguntó atónita. Pero decidió darle una oportunidad.

—¿Con qué derecho se ha llevado Hoseok a Luke y Matt a casa de su madre? —murmuró Rosé por enésima vez.

—Estás muy disgustada. A lo mejor tu marido pensó que te hacía un favor.

Hoseok solía llevar a los niños a casa de su abuela con el consentimiento de su hermana. En esa ocasión, sin embargo, Rosé estaba haciendo un drama.

Aunque Lisa  llevaba con ella casi una hora, seguía sin entender por qué Hoseok había desaparecido. Rosé estaba tan histérica cuando llegó que había tardado un rato en calmarla.

—¿Quieres decirme por qué se ha marchado tu marido?

—¡No sé por qué! —contestó ella, petulante.

—Tiene que haber una razón. ¿Por qué tienes miedo de que se haya llevado a los niños para siempre?

—A lo mejor está aburrido de mí... a lo mejor ha conocido a otra mujer. ¡Podría estar inventando mentiras sobre mí para quedarse con la custodia de mis hijos! —exclamó ella, mirándola de reojo para ver cómo reaccionaba.

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