Cleo.

6 0 0
                                    

1000 AÑOS DESPUÉS.

-Tenía muchas ganas de verte- le dijo el príncipe mientras le mordía el cuello.

-No, no podemos hacer esto aquí- dijo entre risas la joven -alguien podría vernos.

-Calma conejito- la llamo por el apodo que le había designado -nadie nos verá, y si lo hacen les cortare la lengua- dijo muy serio, sería el Rey algún día y podía hacerlo si quisiera.

La joven lo miró, se perdió en esos ojos azules de los cuales estaba muy enamorada y se dejó hacer, dejó que la amara como lo había deseado tantas veces, él por su parte como buen conquistador que era hacía meses que venía cortejando, jurándose amor eterno a pesar de las diferencias sociales y ella, que había esperado toda su vida por ese momento, el momento en el que al fin dijera las palabras te amo, se entregó en cuerpo y alma a su amado como debía ser.

Y así lo hicieron, a orillas del Lago Dorado que ahora era cristalino, pero contaban las leyendas que hace miles de años había sido completamente dorado y mágico, claro que solo eran más que eso, leyendas.

Fue tan romántico, o al menos lo fue para la joven, para el príncipe no fue más que uno de sus conquistas.

Después de un par de horas, de planear un futuro juntos, su príncipe encantador la llevó hasta su pueblo prometiéndole volver al día siguiente para pedir su mano a sus padres como un hombre enamorado haría aunque ella fuera una Gris y él un Azul.

Los grises, forma en la que llamaban a cualquier persona que no fuera adinerada o tuviera un cargo real, eran la clase trabajadora, los que le ponían el pecho a la vida día a día.

Los azules, cada persona que tuviera una cantidad de tierras considerable, trabajara dentro y para el palacio con fines reales y por supuesto los nacidos con sangre Azul, que en su totalidad eran descendientes de los fundadores, la familia Foret.

El día que la joven estuvo esperando nunca llegó, el príncipe no volvió a buscarla, y días después se enteró de que estaba comprometido con la princesa del reino vecino, que ilusa había sido, se había dejado convencer, entregándole lo más preciado que tenía, rogaba no haber quedado embarazada después de ese encuentro pero sabía que debía continuar con su vida, las cosas no iban bien económicamente en su casa y lo que menos necesitaban sus padres era un problema.

Comenzó a preparar el pan como lo hacía todas las mañanas, la misa comenzaría pronto, su pueblo era muy tradicional y cada fría mañana de domingo era normal que todos concurran a la iglesia y al salir, la panadería de su familia se llenaba de gente hambrienta.

Trabajo duro todos los días hasta el cansancio, tanto que por las noches prácticamente se desmayaba en su cama, no quería comer y siempre estaba desganada.

Sabía que algo iba mal.

No sabía qué hacer, tenía sus sospechas de lo que le estaba pasando pero no tenía como confirmarlo, la aldea no era grande y si iba al doctor, un muy buen amigo de su familia, iba a hacer que todos se enteraran.

Decidió ir a lo de la curandera, una señora mayor, que se dedicaba a hacer brebajes para los dolores y molestias de la gente que todavía creía en esas cosas. Era la única que la podía ayudar, esperaba que su poder de adivinación en el que no creía, pero que ahora necesitaba mucho la ayudara a despejar cualquier duda.

Camino hasta su casa que se encontraba muy cerca del bosque que dividía el pueblo del reino.

El bosque, verde e inmenso con sus grandes y viejos árboles la aterraba tanto que le parecía alucinante que la gente lo atraviesa como si nada, porque aunque fuera enorme y tenebroso a los ojos, resultaba muy relajante y era capaz de calmar los nervios de cualquiera.

A lo lejos vio una casa pequeña que se asomaba de entre los árboles, apuro el paso y cuando llegó no tuvo necesidad de golpear, la anciana abrió la puerta justo en el momento en que ella alargó la mano para tocar. Como si supiera que estaba detrás de la puerta.

-Las estabas esperando - le dijo dulcemente.

Le recorrió un cosquilleo por todo el cuerpo, había dicho "las".

-Buenas tardes señora- dijo como pudo - perdón pero dijo las- quiso saber.

-Si niña, pasa, pasa no te quedes afuera, déjame darles algo de comer- seguía hablando de ella en plural y eso le daba miedo, estaba arrepintiéndose de haber ido.

-Tranquila, siéntate que no muerdo- le dijo entre risas.

Trató de relajarse y se sentó.

-Gracias, lamento mucho molestarla, pero creo que usted es la única que me puede ayudar- dijo apresurada.

-Sí, y me alegra tanto que hayas venido primero aquí- dijo la anciana como si supiera a qué había ido.

-Es que usted sabe a qué vengo- le pregunta.

-Si niña, no te asustes, pero dentro de 8 meses tu cuerpo dará vida al ser más importante de esta tierra-

No lo podía creer, era cierto, estaba embarazada, que iba a hacer, el príncipe por supuesto no se haría cargo de su hijo, Los Foret como se había dado cuenta recientemente eran seres malos y arrogantes, pero eran la sangre azul de Ciel D'or, por lo tanto, ellos gobernaban.

Con los ojos llenos de lágrimas le preguntó a la viejecita.

-Cómo lo supo, es que ya se nota- dijo aterrada.

-No cariño, lo sé desde hace años, he estado esperando este momento toda mi vida, te he estado esperando a ti toda mi vida- dijo.

Aún sin lograr comprender siguieron hablando.

-Debes cuidar de esta niña con todas tus fuerzas, su destino ha sido trazado hace años, y nada puede evitar que la profecía se cumpla-

-¿Profecía? ¿Qué profecía?- dijo sin entender.

-Ya lo sabrás cuando crezca esa hermosa niña que llevas dentro. Tú tienes que ser la encargada de guiarla y convertirla en una buena persona-

Estaba más confundida que nunca, pero algo le decía que se dejara ayudar, que no tenía más opciones.

-Ahora debes irte, y hablar con tus padres, es probable que no les caiga bien la noticia así que si surge algún problema siempre eres bienvenida aquí-

-Gracias, sabía que no me equivocaba al venir con usted, gracias señora-

-Dime Cleo querida- dijo sonriente y se despidió.

El lago de HannaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora