Los meses pasaron y la panza creció, hacían ya 5 meses de que vivía con Cleo, por supuesto sus padres a los que tanto quería y a los que siempre había ayudado, habían decidió echarla de la casa, ellos no tendrían una hija soltera y embarazada viviendo bajo su techo, las personas hablaría mal de ellos.
Cleo que sabía que eso iba a pasar, la recibió encantada en su humilde casita, donde nunca le faltaba comida y abrigo.
Faltaban tres meses para que naciera su bebe, había decidido ponerle Cielo, siempre le gustaba sentarse cerca del lago a mirar las estrellas, le traía tanta paz, tenía pensado ponerle Estrella pero algo le decía que Cielo era más adecuado y así lo decidió era el nombre perfecto para su hija.
La anciana estuvo preparándose desde que se mudó a su casa, contándole historias llenas de criaturas ficticias y poderes mágicos, repetía incansablemente que su hija era un ser especial y que su nacimiento iba a traer la paz nuevamente al bosque, no lograba creer todas esas historias pero era una mujer mayor y le agradaba su compañía por lo que lo dejó pasar y trato de darle la razón en todo lo que podía.
El séptimo mes llego y ella ya no podía ni caminar, las caminatas cerca del lago le resultaban cada vez más difíciles, pero no imposibles.
De momento caminaba lento y sin prisa hasta llegar al banquillo viejo en donde siempre se sentaba.
Esa noche no era diferente a las demás, asique con paso lento se dirigió al lago.
Estaba más cansada de lo normal pero sabía que la fecha de parto se acercaba.
Cleo había viajado al reino vecino a comprar unas cosas que le hacían falta para recibir a la niña, esa noche dormiría sola, no sabía que la niña nacería esa misma noche, aún faltaban unos meses.
Cuando llegó a su banquillo se sentó y se puso a pensar en todo por lo que había pasado en unos pocos meses, se había enamorado, la habían engañado, echado y vuelto a amar, y ahora estaba a nada de convertirse en madre, la vida estaba siendo buena con ella, le quitó a sus padres pero a cambio le dio a una hija a la cual amar, sabía que todo iría bien.
De repente comenzó a sentirse mal, un dolor fuerte la hizo enderezarse, y de pronto sintió empaparse por completo de cintura para abajo, no podía ser, no podía estar teniendo a su bebé, todavía le faltaban dos meses, un pinchazo en el abdomen la doblo del dolor, como pudo se paró y comenzó a caminar, no estaba muy lejos de la casa pero sabía que no iba a llegar a tiempo si no se apuraba, le costaba respirar y cada paso que daba le resultaba muy doloroso.
Cuando al fin llego a la casa, entró y como pudo logró recostarse en su cama, los dolores eran cada vez más fuertes tenía contracciones cada cinco minutos sabía que en cualquier momento su hija iba a nacer, estaba sola y aterrada, no sabía qué hacer y el dolor no la dejaba pensar.
Se sentó en la cama poniendo un almohadón en su espalda, se agarró las piernas abriendolas lo más que pudo y se dispuso a pujar, si había roto fuente su hija debía nacer pronto y no iba a permitir que nada le pasara.
Pujo una vez, dos veces, diez veces, le faltaba el aire y estaba agotada, tomó todas sus fuerzas y pujo una vez más, sintió como su niña salía de ella, la tomó, ayudándola a salir por completo y la apoyó en su pecho, envolviendo torpemente con la sábana, no paraba de llorar tenía unos pulmones fuertes, parecía estar todo bien con ella, a simple vista, revisó cada parte de su cuerpo, era tan pequeña, la volvió a acostar sobre su pecho e instantáneamente dejó de llorar y comenzó a olfatear, debía tener hambre, liberó uno de sus pechos y dejó que sola se acercara a él.
Enseguida comenzó a succionar, lo que le causó un leve dolor, la miró por unos segundos mientras se alimentaba y no supo más, se quedó dormida del cansancio por el esfuerzo realizado.
Cleo llegó a la madrugada, su regreso estaba programado para dentro de unos días, pero su intuición la hizo volver antes.
Al llegar a su pequeña casa del bosque y entrar se encontró con un panorama desolador, Lire, la joven a la que había alojado durante meses en su hogar y a la que tenía el deber de proteger junto con su hija, estaba acostada en su cama, parecía dormida, pero la mancha de sangre de las sábanas le decía que no lo estaba.
Se acercó muy nerviosa a ella y la vio tranquilamente con los ojos cerrados, con una expresión de paz y tranquilidad, había muerto, le corrió el pelo de la cara a modo de caricia y se dio cuenta que el cuerpo estaba tibio todavía, su partida había sido hace minutos nada más, si tan solo hubiera llegado antes.
Un quejido la hizo mirar a uno de los costados de Lire y ahí estaba, la pequeña que estaba esperando, abrió sus pequeños ojitos, la miró y sus ojos brillaron, su color, dorado, tan intenso como lo había sido alguna vez el lago.

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El lago de Hanna
FantasyLa sangre que aquí yace, que no se extinga jamás. Dentro de mil años, nacerá una criatura, de sangre dorada, pero también humana. Tendrá todos los poderes de un ser mágico, su bondad y desinterés. Pero también, será humana, tan humana que podrá odia...