Hasta que se nos acabe el tiempo

Capítulo 1

Mis pupilas dilatadas, la respiración entre cortada y agitada, las pulsaciones en mi pecho y un grito ahogado que acababa de salir desde lo profundo de mi garganta eran una causa del estruendoso golpe que Nicolás le había dado a la mesa donde sin querer me había pasado dormida Las miradas de todos en el lugar se habían posado en mí, mis mejillas inevitablemente se rasgaron de un rojo intenso, enviado como la temperatura se elevaba en mi rostro, habían desaparecido, sobre todo cuando a lo lejos vi como mi jefe me señalaba que limpiase el pequeño rastro de saliva que había caído por el borde de mis labios. No trabajar culparme, trabajar en una biblioteca era desesperante.

¿No pudiste elegir mejor manera de saludar, Nicolás? Todos se han dejado mirando —dije entre susurros.

—¡Vamos gruñona! De otra forma había sido aburrido.

Refunfuñé por lo bajo, a lo que él solo respondió con una risotada.

Nicolás es mi mejor amigo, lo conozco desde que tengo memoria, estudiamos juntos desde el jardín hasta graduados, su casa era prácticamente mi casa y viceversa. Hemos enfrentado altos y bajos alrededor de toda nuestra vida juntos, era alguien en quien podía confiar y contar para todo, incluso cuando todo en mi vida tenía un tornarse oscuro.

Hace casi cinco años, el evento más traumático de mi vida sucedió, perdí a mi madre. Recuerdo estar estudiando en casa de Nicolás para una evaluación de matemáticas cuando alrededor de las una vez de la noche sentimos dos fuertes estruendos, el ruido proveniente de mi casa, han ingresado a robar y causa de la resistencia de mi madre por entregar las pertenencias, le habían disparado en el tórax, murieron camino al hospital. Todo fue tan rápido y tan confuso, recuerdo haber corrido a casa una vez que había llegado la policía, esquivé a todos lo que quisieron evitar que viera aquel escenario, pero la adrenalina me ganó, necesité ver a mi madre. Luego de eso no recuerdo mucho más, las luces de la ambulancia y la mancha de sangre fresca que lamentablemente, correspondía a mi madre. Imágenes que no salieron tan fácil de mi cabeza.

De mi padre jamás supe nada, es más, llevo los dos apellidos de mi madre, porque ni eso sé de él. A través de vagas respuestas a las preguntas que le realicé a mi madre, supe que mi padre nunca fue parte de mi vida, al parecer eran muy jóvenes y él no fue capaz de aceptar esa responsabilidad.

En fin, tras el fallecimiento de la única persona que se había encargado de cuidarme a lo largo de mis veintiún años, Nicolás y su familia fueron fundamentales para mí, me acogieron en el tiempo en que se realizó todos los procesos para un tutor legal, pues si bien mi madre siempre me crió, mis abuelos y tíos siempre estuvieron presentes en mi vida. Roberto o Tito como me gustaba apodarlo, era el alcalde de los hermanos de mi mamá, era el clásico estereotipo de tío soltero a los cuarenta, alguien muy amigable y que solo se encargó de consentirme en cada visita que nos realizaba. Él fue quién de mis otros dos tíos, pensó apelar por mi custodia, bastó un par de trámites legales para que yo fuera su responsabilidad legal, a los pocos meses del accidente me mudé de la casa de Nicolás a su pequeño, pero muy acogedor, departamento en el centro de la ciudad. Jamás hemos tenido mayores problemas entre los dos, sin contar los clásicos reproches que un adulto le ejerce un adolescente en formación. Con su ayuda y la familia de mi mejor amigo trabajé las heridas que me dejaron la muerte de mi madre, año y medio con psicóloga que permitió que hoy pueda tener mi vida con completa normalidad y sin cargar tantas penas o traumas.

¿Lento lento? —Pregunto mi amigo, sacándome por completo de mis pensamientos.

Hace meses que no me permitía divagar tanto respecto al fallecimiento de mi madre, pero era inevitable no hacerlo cuando mi mente evalúa lo buena persona que ha sido este chico conmigo. Jamás podré pagarle por todo lo que ha hecho.