Estrés

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—¿Sabes qué día es hoy? —me pregunta mientras apunta a mis ojos con una linterna pequeña,  intermitentemente.

—Si —digo —, miércoles.

—¿Qué fecha?

—¿Dieciocho?

—Diecinueve. ¿De qué mes? 

—Noviembre.

—¿De...?

—2014.

—Bien. ¿Sabes dónde estás y por que?

—Sí.

Apaga la linterna y la guarda en el bolsillo de su cotona. Mira a mis padres.

—No hay pérdida de conocimiento, eso es una buena señal. Claramente no fue un desmayo corriente,  porque estuvo inconsciente mucho rato. ¿Dice que tenia los ojos abiertos? — le pregunta a mi mamá  y un escalofrío me recorre la columna vertebral. Cada vez que describen la forma en que estaba cuando me encontraron, me siento extraña y aterrada. ¡Inconsciente y con los ojos abiertos! ¡Mierda!

—Sí —dice mamá —. Y hacía un sonido gutural, como si se estuviera ahogando.

—Eso podría ser señal de convulsión. No puedo asegurarlo, para eso vamos a hacer los exámenes, pero está la posibilidad.

—También me mordí la lengua —intervengo yo.

El doctor me mira serio y frunce los labios.

—¿Dónde? Muéstrame.

Saco la lengua tanto como puedo y la apego hacia el lado derecho de mi boca.

—Sí —dice —. La mordida lateral en la lengua es clásica de convulsión.

Oh, Dios.

—A ver. Lo que tuvo debió ser una sola convulsión, que no es lo mismo que convulsionar. Cuando es una sola, no hablamos de epilepsia, ni ataques, ni mucho menos. Tener una convulsión durante un desmayo es más común de lo que se piensa. 

—¿Entonces pudo ser sólo por estrés?

—No. Nunca es provocado por puro estrés. La mezcla de estrés y algo más, si. Pero nunca sólo. —Camina hacia el mesón de la sala y arranca un papel de su talonario. Continúa hablando mientras escribe en él. —Vamos a hacerle algunas muestras de sangre y un escáner para descartar alguna enfermedad, y teniendo esos resultados, haremos interconsulta con un neurólogo. ¿Bien?

—Okay —dice mi papá.

Cierro los ojos cuando sale el médico de la habitación. Mi mamá suspira y se acerca a papá. Los dos se apoyan con los codos en la camilla y me miran.

—El sustito que nos diste, ¿eh? —Mi papá pregunta con humor y mi mamá se ríe por lo bajo.

—Mi vida estaba muy aburrida, necesitaba un poco de emoción —bromeo.

—Si, claro.

Pocos minutos después viene una enfermera muy joven y de estatura baja, arrastrando un carrito delante de ella. Una vez que me saluda, no pierde ni un segundo antes de amarrar un elástico grueso, poco más arriba de mi codo, y comienza a tantear con los dedos la superficie de mi brazo. 

— Creo que mis venas son delgadas —le digo, recordando cuando me lo dijeron aquella ocasión en que fui a donar sangre.

—Finísimas —concuerda ella. —Va a doler un poco.

Suspiro, sabiendo lo que me espera como cada vez que tienen que sacarme sangre por alguna razón. 

—¿En el dorso de la mano tal vez sea más fácil?

—No, amor. —Medio se ríe. — Esas son más finas aún. Pero vamos a tratar de hacerlo rápido —dice y me regala una sonrisa cálida. 

Yo asiento con la cabeza y miro a mis padres, de pie al lado contrario de la camilla. Ya he pasado por esto antes, puedo aguantarlo.

—¿Y qué fue lo que te pasó? — la enfermera me pregunta mientras pasa un algodón con alcohol por mi piel.

—Me desmayé —digo.

—¿Comiste mal?

—No, creo que fue por estrés.

— Apuesto que estás con las pruebas finales.

— Sí —me río.

***

—No, no te levantes. —dice mi mamá cuando la miro. Esta arrodillada a mi lado y yo estoy en el piso.

—¿Qué pasó? ¿Por qué estoy en el suelo?

—Porque te desmayaste, pero ya pasó.

Trato de mirar hacia atrás y me doy cuenta de que estoy en el baño. Mi hermano esta de pie junto a la puerta y tengo una almohada debajo de la cabeza.

Mierda, mi trabajo de taller. Tengo que terminarlo.

—Tengo que ir a terminar lo de taller.

—No, ¿estás loca?

—Pero es que no voy a alcanzar a terminar, mamá —lloriqueo. —Y estoy a punto de reprobarlo.

—Bueno, lo repruebas. Pero mírate, te acabas de desmayar por estar tan preocupada de los trabajos. Me da lo mismo si repruebas todos tus ramos, a mi me importa tu salud. Y ya llegaste al límite del estrés.

—Es que no quiero reprobarlo. Todos mis amigos van a pasar, menos yo, y voy a tener que terminarlo sola.

—Tus amigos van a seguir contigo en las demás materias, hija. Deja de pensar en eso ahora, ellos te van a ayudar después.

—¿Les aviso lo que paso para que estén al tanto? —Ignacio pregunta.

—Ya. A Isa, ella les puede decir a los demás —le pido.

—Ahora quédate tranquila mientras llega la ambulancia. Papá también viene en camino. 

***

—No te estreses —me dice la enfermera. Justo en ese momento siento el pinchazo en mi brazo, pero rápidamente el dolor pasa. —. El cuerpo es sabio, y muchas veces nos pide parar, pero no lo escuchamos, y es ahí cuando todo el cansancio y la autoexigencia nos pasa la cuenta. 

—Sí, recién ahora me estoy dando cuenta —medio me río. 

—Eres muy joven para estar en la clínica por fallas del cuerpo, ¿sabes? Y muy bonita para estar estresándote. 

—Gracias. —Sonrío.

Esto me sucedió hace un tiempo. Estuve demasiado metida en mis exámenes finales, tratando de pasar todos mis ramos y durmiendo casi nada por terminar todo a tiempo. Dejé de disfrutar mi carrera por la ambición de ser la mejor y finalmente mi cuerpo me obligó a parar. Siempre he sido una persona estresada y con constantes preocupaciones, muchas veces más preocupada de lo necesario por cosas que realmente no son tan importantes, y con esto aprendí que vale más la vida y vale más pasarlo bien y disfrutar lo que hacemos que ser perfectos en todo y no tener tiempo de ocio. 

Hoy no me estreso más de lo necesario, disfruto lo que hago. Elegí esta carrera porque me encanta, no para ser la mejor en el mundo. Cada uno a su ritmo y cada uno a su manera :)

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