V: despedidas sin decir adiós

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—¿Estás lista? —Desirée subió la última caja a su auto y se dio media vuelta esperando una respuesta.

—Yo... —Ivette tomó una bocanada de aire intentando calmar sus nervios— Lo estoy, por completo, pero hay algo q-...

—¿Qué sucede? ¿Algo malo? —repentinamente en la voz de la joven se percibía preocupación.

—No, no es eso, nada más siento que, no sé, me falta algo y no tengo idea de lo que eso es, ¿estás segura que todo está en las cajas? —inquirió, un sentimiento de inquietud llenaba su pecho sin razón alguna.

Desirée frunció el seño mientras contestaba—: revisamos todo como tres veces —comentó—, pero está bien, una vez más no va a cambiar nada, supongo —agregó mientras abría la puerta de propiedad que estaban por dejar. Enseguida, como si alguien la estuviera llevando a la fuerza hacia allí, Ivette se dirigió a la habitación y una vez ahí, en el pequeño escritorio del cuarto donde solía dejar sus partituras y las fotografías que le eran regaladas, se encontraba un pequeño sobre, amarillento y desgastado. No recordaba haber recibido ninguna carta en ningún momento.

—Ivvy, ¿sucede algo? —la voz detrás suyo se fue acercando, decidió no contestar ante la obviedad.

—¿Dejaste esto acá? —indagó. Ambas lucían igual de confundidas.

—¿Por qué dejaría una carta? —la tomó suavemente, como si tuviera un veneno y un tesoro en sus manos. Al leer la dedicatoria, las pupilas de sus pálidos ojos parecieron doblar su tamaño normal—. Creo que lo correcto sería que la leyeras sola, no sé qué es, pero mientras tanto... Te espero afuera —cuando estaba decidida a salir, Ivette tomó rápidamente su mano, impidiéndolo.

—No, quiero que te quedes —aseguró sin duda alguna—, te juro que esto sonará como una locura, pero no tengo la más mínima idea de dónde salió esto porque yo no la escribí.

Ninguna expresión salió del rostro de Desirée, que parecía mantenerse expectante de lo proximo que sucedería. Por lo que Ivette tomó el viejo sobre, lo abrió y con una voz insegura comenzó a leer:

"'Poco sé de la noche
pero la noche parece saber de mí,
y mas aún, me asiste como si me quisiera,
me cubre la conciencia con sus estrellas.'
-Alejandra Pizarnik

Luego de mucho tiempo, lo único que hay en mi alma son palomas y flores campestres, el olor a la sal del mar y paredes cubiertas por plantas, arena blanca y melodías tan dulces y tristes como La noche estrellada. Aún sigo temiendo que todo eso se desvanezca pero, ¿qué puedo hacer, en todo caso? La vida también terminará haciéndolo y el ser consumido no es digno ni le sucede únicamente a los muertos.
He visto cosas que no pensé posibles, y me he perdonado por negar que el cielo y el océano podían ser uno, también por haberme alejado de todo lo que amaba por tanto tiempo.
No tengo mucho que decir pero mucho que todavía no pude contar, la seguridad que traté de construir no era más que una burbuja que explotaría en cualquier momento. Extrañaba ser yo. De cierta forma, también extrañaré lo que solía ser. Pero ya no voy a desarmar ni romper, las ruinas son ruinas y a veces, deben mantenerse de esa forma y no olvidarlas, porque eso sería un crimen. Por eso mismo, ahora, cuando mis palabras dejen de tener sentido y las halle antes de comenzar de nuevo, ya estaré lista y todo el amor que en algún momento sentí por miedos a los que me aferraba (no diré que no tenían sentido, porque sí lo hacían) hizo metamorfosis y ahora son nuevas cosas, nuevas personas y nuevas posibilidades.
Al fin y al cabo, quién puede enseñarme a no olvidar, más que yo misma. Espero que siempre tengas en cuenta en eso.

PD: las fotografías ayudan a no olvidar lo que no merece ser olvidado, espero que Desirée siempre recuerde eso.

Ivette"

Una vez que terminó, dejó la carta en el mismo lugar donde estaba, dentro del sobre, y junto a Desirée, se miraron al mismo tiempo, ambas tenían los ojos algo llorosos, pero no hacía falta decir palabra o dar explicación alguna entre ellas. El silencio cayó ante ellas hasta que una decidió hablar.

—Vamos a volver, ¿no? No sé por tu parte, pero yo al menos, lo haré —Ivette esperaba una respuesta, que tardó varios segundos en llegar.

—¿Por qué no iría a hacerlo? —una sonrisa sincera se asomó en el rostro de la otra joven, terminó siendo correspondida.

Hasta etonces, el océano y las estrellas aguardarían a la juventud hasta que volviera el momento de ser sus más íntimos amigos y acompañantes.

Ceux qui rêventDonde viven las historias. Descúbrelo ahora