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En cualquier otro viaje, doce horas de vuelo me habrían parecido eternas. Mis piernas suelen entumecerse demasiado, me cuesta horrores conciliar el sueño, y no encontraba nada con qué entretenerme por mucho más de diez minutos. Además, siempre intentaba buscar que en mis trayectos haya alguna escala intermedia, para estirar un poco las piernas y que el viaje se me hiciera un poco más llevadero. Sin embargo, esta vez fue completamente diferente a las anteriores.

Pocos minutos después de despegar, encendimos una de las pequeñas pantallas ubicadas frente a nuestros asientos, y comenzamos a buscar alguna buena película para ver.

Ginés estaba super convencido de querer ver alguna comedia, mientras que yo optaba por alguna de misterio o policial. Luego de discutir un poco como dos niñitos caprichosos, terminamos eligiendo "El niño con el pijama de rayas", que no tenía mucho, por no decir nada, que ver con las temáticas que habíamos propuesto antes. Pero a Ginés pareció llamarle la atención, y me resultó bastante difícil resistirme a las caritas que me puso. Además, siendo sincera, Asa Buttterfield era un actor que me fascinaba, y no pude negarme a sus encantos actorales.

Levantamos el apoya brazos que separaba nuestros asientos, mi compañero pasó uno de sus brazos por encima de mis hombros para acercarme un poco más a él, y nos colocamos los auriculares, para finalmente darle play a la película.

Ya había visto el film hace algunos años para un trabajo en la escuela acerca de la Segunda Guerra Mundial, aunque no me acordaba de muchas de las escenas.

Mis ojos no tardaron en llenarse de lágrimas, y en menos de media hora, yo ya estaba tan metida en la trama que sentía todo el dolor, confusión y perturbación que sentían Bruno y Shmuel. Me sentía dentro de las escenas, como si fuera una más del elenco, como si estuviese viviendo en carne propia toda la historia encarnada por esos dos niños.

✈️✈️✈️

—¡No dijiste uno! —exclamé emocionada. Mi espíritu competitivo se estaba apoderando cada vez más de mí.

—¿Y eso qué? —preguntó Ginés, algo confundido.

—Cuando te quedan dos cartas y tirás una de ellas, tenés que decir "Uno", porque te queda una sola carta —expliqué, por tercera vez—. A eso hace referencia el nombre del juego.

—¿Y entonces?

—Tenés que levantar dos cartas porque no lo dijiste.

—Pues vaya mierda de juego.

Reí al ver la cara de frustración que ponía Ginés al tener que levantar dos cartas más del "pozo", y le saqué la lengua, recibiendo un bufido de su parte.

Quedaba tan solo 1 hora para el aterrizaje, y ya no teníamos mucho para hacer. Luego de dormir un rato, comer, mirar algunas películas y besarnos, ya nos resultaba una tarea difícil seguir encontrando formas de entretenernos.

Mi mente se iluminó casi al instante, haciéndome recordar que había traído un mazo de cartas del juego "Uno", mi favorito. A pesar de mis esfuerzos por explicarle todas las reglas y mostrarle para qué servía cada una de las cartas especiales a Ginés, él parecía olvidar todo en cuestión de segundos. De todas formas, era eso o seguir aburriéndonos. Y esto último no estaba en mis planes.

—Atención pasajeros y pasajeras, les informamos que estamos próximos a aterrizar en la ciudad de destino. Les recordamos que deben ajustar sus cinturones, levantar las mesas delante de ustedes y acomodar los bolsos debajo de sus asientos. Muchas gracias por su atención.

Miré a mi compañero con emoción, para rápidamente guardar las cartas, ajustar mi cinturón y suspirar de alivio. Bajamos el apoya brazos, no sin antes entrelazar nuestras manos, y nos dedicamos a esperar pacientemente el tan esperado aterrizaje.

✈️✈️✈️

Bajar por las escaleras metálicas del avión, y sentir en mi cara el leve pero constante viento de aquella fría noche en Madrid me dio una gran sensación de tranquilidad. El tramo más importante ya estaba hecho, solo quedaba buscar el pasaje más barato disponible a Roma y seguir esperando.

Me dirigí junto a Ginés hacia la zona de Migraciones Express. Atravesamos el Free Shop, en dirección a la zona donde debíamos retirar nuestras maletas, y nos ubicamos junto a la cinta transportadora número cinco.

—¿Qué pasará después?

Giré mi cabeza hacia el rubio, y fruncí el ceño. Sus ojos estaban brillosos, como si estuviera aguantando las ganas de llorar o algo por el estilo. —¿Con qué?

—Con nosotros. Es decir, no quiero que perdamos el contacto y... —hizo una pausa breve, tragando fuerte y soltando un suspiro antes de continuar—. ¿Nos veremos de nuevo?

Saqué finalmente mi maleta de la cinta, dado que era lo último que falta por recoger, la apoyé en el piso, y comenzamos a caminar hacia la salida.

Con la mano que me quedaba libre, entrelacé suavemente mis dedos con los de Ginés, y miré hacia el suelo, conteniendo las ganas de llorar.

—Eso va a depender de nosotros —levanté mi vista, topándome con unos ojos verdes llenos de ilusión y, quizá, esperanza—. Pero contá conmigo.

Deposité un casto beso en sus labios, sonreí con tristeza, y me alejé finalmente de él, para así dirigirme al sector de venta de pasajes del aeropuerto de Madrid.

No debería haberse sentido como una despedida, sino más bien como un "Hasta luego". Pero estoy casi segura de que esto se sentía igual o peor que cualquier despedida que había visto en años.

Delayed Flight - [Walls]Where stories live. Discover now