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Revisé todas mis cosas por décima y última vez. Realmente me daba mucho miedo olvidarme de algo, ya que eso implicaría tener que recorrer toda la ciudad para conseguir comprar algo que lo reemplace y no me haga vaciar toda mi billetera. Abrigos, pijamas, medias, ropa interior, zapatillas, cámara de fotos, cargadores, auriculares, laptop... Cerré los ojos y solté un leve suspiro. Creo que ya está todo. 

Cerré la maleta, le coloqué un candadito y una identificación mía en caso de pérdida, y tomé mi bolso de mano y pasaporte para dirigirme hacia la sala de estar, donde estaban esperándome Valentín y Mateo, mis compañeros de piso. Al verme, ambos se levantaron del sofá, y me ayudaron a cargar mis cosas, dirigiéndose hacia la puerta del apartamento. Mis ojos lo recorrieron por última vez, intentando guardar cada detalle del mismo. Iba a extrañar los desayunos entre risas, gritos y desastres, o las noches de pizza, helados, fernet y películas con aquellos dos monitos que llamaba amigos. Son solo tres semanas, Vanya, vas a poder seguir con tu vida, me dije a mi misma para convencerme, y salí de una vez por todas.

Cargamos mi equipaje al auto, subimos a éste y, finalmente, emprendimos viaje hacia el aeropuerto. Mateo conectó su celular al estéreo, y comenzó a pasar música en modo aleatorio. De un momento a otro, Lose Yourself de Eminem retumbó en todo el vehículo, y comenzamos a cantarla a los gritos. Eran cerca de las 8 de la noche, estaba comenzando a oscurecer, y ver el atardecer junto con música y mis dos mejores amigos había logrado tranquilizarme un poco.

Iba a irme de viaje durante veintiún días a Europa a visitar a mi familia, que se encontraba viviendo en el sur de Italia. Se acercaba la época de las fiestas de fin de año, y al tener la posibilidad de conseguir vuelos baratos, decidí ir a visitar a mis abuelos y tíos para pasar con ellos navidad y año nuevo. Ya estaban bastante grandes de edad, y no sabía cuántas veces más iba a poder compartir momentos en familia con ellos.

Si bien no había conseguido vuelos directos a Italia, sí había logrado conseguir un vuelo con destino a Madrid a un precio prácticamente regalado para lo que era la situación actual de mi país, así que lo saqué sin dudarlo mucho. Luego me las arreglaría con los pasajes de tren o de vuelos low cost cuando llegara a destino.

También intenté convencer a mis amigos de venir conmigo, había lugar de sobra en la casa de mis abuelos y ellos los recibirían encantados. Sin embargo, entre sus estudios y trabajo, les resultaba casi imposible hacer coincidir las fechas. De cualquier forma, decidí no ponerme mal por eso, de seguro ya tendríamos más tiempo para organizar un viaje entre los tres, y mucho mejor planeado que este.

Cuando llegamos al aeropuerto luego de cuarenta minutos de viaje, estacionamos en doble fila frente a la terminal de partidas internacionales, y me ayudaron rápidamente a bajar mis cosas, antes de que se nos acercara algún guardia de seguridad a gritarnos algo.

—¿Me prometen que le van a dar de comer a Michifus y van a regar todas mis plantitas? —pregunté una vez más, para asegurarme de que no se olvidaran de nuestro gatito ni de mis hijas plantas. Igualmente, iba a llamarlos todos los días para hacerlos recordar, sabía que eran capaces de dejarlos morir. Bueno, quizás estaba siendo un poco dramática, pero de verdad me daba un poco de miedo dejarlos a cargo del pobre animalito. Con suerte, sabían cuidarse a ellos mismos.

—Podés quedarte tranquila Nya, va a estar todo bien —Valen me sonrió, y me relajé un poquito más al escuchar sus palabras. Él era el más "responsable" del grupo.

Abracé a ambos con fuerza, les di las gracias una vez más, y tomé mi maleta y mi mochila para poder dirigirme hacia el interior de aquel aeropuerto. Gracias al universo, no había demasiada gente, por lo que seguro no iba a tener que esperar mucho para hacer todos los trámites.

Aún quedaban cerca de 3 horas para el embarque, así que me dispuse a hacer la fila correspondiente para despachar mi maleta, sin mucho apuro que digamos. Al llegar al mostrador, dejé la valija en la cinta y entregué mi pasaporte a la muchacha de la aerolínea, quien tecleó algunas cosas en su computador. Dos minutos después, me lo devolvió con el pasaje dentro, me dio las indicaciones necesarias sobre el embarque y, para finalizar, me deseó un buen viaje. La saludé amablemente, y me fui de allí para dejar pasar a la siguiente persona.

Decidí dirigirme hacia la zona de migraciones y aduana, lo que más tiempo me llevaría de todo por atravesar. Cuando me estaba acercando hacia las escaleras mecánicas y así subir al primer piso, donde se ubicaba esta zona, sentí que alguien me tomaba suavemente del hombro. Me di vuelta casi al instante, y me encontré a un chico de más o menos mi edad. Su cara reflejaba desorientación en su expresión máxima, se notaba que realmente no tenía ni puta idea de dónde estaba parado.

—Perdón por molestar pero, ¿sabes dónde queda el sector de aduana? —Me llamó la atención su acento español, sin dudas no me lo esperaba para nada—. He preguntado ya a más de tres personas, y me han tenido dando vueltas por aquí como un estúpido.

Era un chico alto, debía medir cerca de metro setenta y algo. Su cabello era bastante rubio, y tenía unos hermosos ojos color celeste que pasaban algo desapercibidos por las grandes ojeras que llevaba.

—Sí, justo estoy yendo para allá —sonreí intentando sonar amigable, y noté como la tensión de su cuerpo desaparecía un poco—. Podemos ir juntos, si te parece.

—Me parece perfecto. Me llamo Ginés por cierto, un gusto —extendió su mano hacia mí, a modo de saludo formal. Acerqué mi mano a la suya, y la apreté de forma divertida—. ¿Y tu eres...?

—Vanya, soy Vanya. El gusto es mío.

Delayed Flight - [Walls]Where stories live. Discover now