4

93 14 15
                                    

Al escuchar un repentino llanto de un bebé, me desperté casi de golpe. Dios, detesto a los niños, pensé. Me refregué los ojos pegoteados por las lagañas, y me estiré en mi lugar. Pestañeé varias veces hasta que mis ojos se acostumbraron a las luces artificiales del lugar. Miré hacia todos lados, intentando ubicarme en espacio y tiempo, y me encontré con Ginés a mi lado, aún abrazándome por los hombros. Cuando notó que ya estaba despierta, me dedicó una media sonrisa, y se la devolví, acomodándome un poco mejor en su pecho. Era imposible no sonreír con él al lado, sus sonrisas eran muy contagiosas.

—¿Has dormido bien? —preguntó, mientras acomodaba uno de mis mechones de pelo por detrás de mi oreja.

—Sip —pronuncié con la voz algo ronca, y alargando la p—. ¿Qué hora es?

—Casi las 5. Aún no han dicho nada sobre nuestro vuelo —bufé de mala gana y revoloteé mis ojos, provocando una risita de su parte—. Podemos desayunar en un rato, si quieres.

Asentí y saqué mi celular del bolsillo. Mis abuelos ya debían de estar despiertos debido a la diferencia horaria con Italia, por lo que decidí escribirles y avisarles que llegaría unas horas más tarde de lo esperado. De paso, aproveché para husmear un poco en Twitter, y ver en qué andaba metida la gente. No solía ser tan chusma, pero a veces me tentaba. Casi que parecía aquellas viejitas de mi edificio cuando se juntaban en la puerta a chismotear sobre la vida del resto de los vecinos.

Algunos minutos después, nos levantamos de nuestro lugar, tomamos nuestras cosas personales y nos dirigimos al sector de los baños. En definitiva, necesitaba arreglar un poco mi cara de destrucción total. Cualquiera que me cruzara, pensaría que era un personaje sacado de una película barata de zombies.

Apenas entré, me ubiqué en el lavabo frente al espejo, y saqué mi kit de higiene, el cual tenía guardado en mi mochila. Me lavé la cara y los dientes, cepillé un poco mi cabello, me eché un poco de perfume, e intenté tapar mis ojeras con un poco de corrector. No estaba en mi mejor momento, pero al menos estaba más presentable que antes. Suspiré, volví a colgarme la mochila en mis hombros, y salí de allí.

Justo junto a la puerta, me estaba esperando el rubio, con una sonrisa de oreja a oreja. Me acerqué a él lentamente, ubicándome a su lado, y comenzamos a caminar juntos en busca de alguna cafetería que estuviera abierta.

Me sobresalté un poco al sentir una mano rozando la mía. Miré hacia abajo, y me sorprendí al ver que era la de Ginés. Lo escuché susurrar un perdón apenas audible, mientras sus mejillas se teñían de un rojo intenso, y amagó a apartarse, pero se lo impedí. Tomé su mano, entrelazando mis dedos con los suyos, y seguí caminando como si nada hubiera pasado. Aunque, en mi interior, todas mis emociones estaban en puro descontrol. No entendía cómo, pero lograba generar en mí algo que ninguna persona había logrado antes, y que no me gustaría dejar de sentir.

Vimos que el local de Starbucks a punto de abrir, por lo que decidimos esperar un poco y desayunar ahí. No iba muy seguido porque los precios no eran precisamente muy económicos, pero me gustaba ir de vez en cuando y pedirme un café bien cargado o algún frapuccino.

Finalmente, cuando el muchacho terminó de abrir y arreglar todas las cosas, entramos y nos dirigimos hacia la caja para ordenar.

—Buenos días, bienvenidos, ¿saben qué les gustaría llevar?

El chico parecía sacado de una serie de Netflix. Estaba excesivamente alegre, con una sonrisa perfecta de dientes blancos y el cabello arreglado como si hubiera estado horas frente al espejo intentando arreglarlo. Noté que me estaba mirando de una forma un tanto extraña, pero decidí ignorarlo, era mejor así. No era un pibe feo, pero no era para nada mi tipo.

—A mi me gustaría un Frapuccino de frutilla, el tamaño pequeño, ¿y a ti, mi amor?

Si hubiera tenido algo en la boca, probablemente lo habría escupido. ¿Mi amor? ¿Me había dicho mi amor? ¿Qué estaba pasando? ¿Era una cámara oculta de VideoMatch e iba a salir Marcelo Tinelli a decirme que era todo una broma? La cara del chico detrás del mostrador, de un momento a otro, había cambiado rotundamente. Creo que ambos estábamos igual de sorprendidos de lo que salió de los labios de mi acompañante. Cuando me acordé de que todavía debía hacer mi pedido, moví un poco la cabeza, e intenté salir de mi trance antes de que alguien lo notara.

—Eh... Dejame ver... —levanté mi vista hacia las pantallas, pues con todos mis nervios ni siquiera había visto qué quería comprar—. Te pido un Frapuccino de dulce de leche, también en tamaño chiquito.

El chico asintió, anotando todos nuestros pedidos y sin volver a siquiera mirarme. Pagamos y nos dirigimos al final de la barra a esperar nuestras bebidas. Aproveché ese momento para aclarar aquella situación.

—¿Mi amor? ¿Enserio? —susurré, reprimiendo una sonrisa. Supongo que cualquier otra chica, en mi lugar, se hubiera molestado y armado una escenita de drama queen. En mi caso, no me molestaba, pero me había tomado por sorpresa, y quería saber qué había sido todo.

En lugar de darme una respuesta, sólo rió, negó con la cabeza y se encogió de hombros. ¿Quién te entiende, flaco?

Delayed Flight - [Walls]Where stories live. Discover now