Hellboy & Éire

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Desde las sombras, ella observaba a aquel enorme híbrido de piel roja. Ya era el tercer día que llevaba desparramado sobre la barra de la cantina, bebiendo sin darle un solo respiro al cuerpo para procesar el alcohol, que hasta le causaba algo de lastima de ver. El cantinero, por su parte, no se quejaba de tenerlo ahí día y noche. Cada botella que se terminaba, un nuevo billete salía de entre los bolsillos de su chamarra o pantalones, pidiendo sin palabra alguna una nueva ronda. Así que gustoso, le dejaba una nueva botella de whisky.

Había captado la atención de Éire después de verlo salir de un panteón que se encontraba cerca de la capilla "La Virgen de Guadalupe" con uno par y notables rasguños: en parte de la cara, en la zona de la clavícula y casi todos los brazos. Daba el aspecto de haber luchado contra algo de garras muy afiladas.

En aquella atareada ciudad, oriunda del país de México, no existía criatura peligrosa o agresiva como el nido de vampiros del que tanto se quejaban a las afueras de ésta. Zonas rurales, cercanas a la capital. Sin embargo y en esta época, casi todo ser humano ha dejado de creer que aún existen criaturas salidas de esos libros de fantasía que algunos disfrutan leer. Afortunada o desafortunadamente, dependiendo de la versión, todavía existan personas que creían en la magia. Las últimas noticias que había escuchado de los vampiros fueron sobre un grupo de hombres que pretendían exterminarlo. Ante el poco interés que le presentó al asunto, ya no supo como termino o si había tenido suerte en aquella misión suicida; aunque la verdad, dudaba que salieran vivos de eso.

Pero regresando con su objetivo. Al ver que iba por su décima botella en la noche, decidió intervenir, sobre todo al ver que las heridas que había recibido seguían sin sanar del todo, aumentando sus sospechas de que había peleado con un vampiro. Las garras de esas criaturas suelen evitar que las heridas cicatricen, matando a la presa que consiga escapar.

Ajustó la capucha de la chaqueta de cuero, cuidando de no parecer sospechosa ante los humanos. Porque no, Éire tampoco pertenecía a ese mundo, sino de uno más viejo pero sobre todo sano.

—Ya fue suficiente, fortachón —dijo, evitando que los labios del hombre-demonio trabaran contacto con la bebida. Sus ojos se quedaron clavados en su mano ciertamente confundido por lo que estaba pasando gracias al efecto de los litros y litros de licor que había estado consumiendo—. Acompáñame, por favor.

—Lo siento, cariño, pero ahora no estoy buscando servicios especiales —arrastró las palabras, soltando una risa entre dientes y apartando la mano de Éire amablemente para así terminarse de un trago la botella; sacudió la cabeza y sacó un nuevo billete—. Estoy honrando la muerte de un buen hombre; así que si no te importa...

—Lamento la pérdida, pero has bebido demasiado y te estás desangrando —insistió, ignorando el hecho de que él pensara que se trataba de una prostituta y tratando de hacerle ver las heridas que aun seguían grabadas en su piel y que por el alcohol no sentía—. Debes atendértelas. Y yo puedo hacerlo.

Le hizo una señal al barman para que dejara de traer más bebidas y ante la mirada tan penetrante de la mujer, se hizo el que no escuchó y se puso a atender a otros clientes. Aquel gesto molesto al hombre rojo, a lo que acompañado de un gruñido de disgusto se levantó, tambaleándose, para encarar a la molesta entrometida y así ponerla en su lugar para que lo dejara en paz.

—Escucha...

Las palabras se quedaron atoradas en su garganta cuando por fin reparo en la presencia de la mujer al momento que ésta se quitó la capucha para plantarle frente.

Pese a la lúgubre luz que poseía el bar, pudo darse cuenta de la tez blanca que poseía, casi como la de la luna; cabello negro, ondulado y a la altura de los hombros. Pero lo más impresionante eran sus cuernos curveados. Nacían desde los costados de la frente, pasando detrás de las orejas y sobresaliendo en los costados de las mejillas; y eran protegidos por una especie de metal. Al igual que él, sus ojos se encontraban hundidos, pómulos perfilados con sumo detalle; su frente se encontraba en un punto medio, ni tan alzada ni tan aplastada, aunque si dando ligeramente el aspecto de estar enojada con la vida; labios pronunciados y ovalados, de un rosado natural; cejas largas y de arco suave acentuando su mirada acaramelada; mandíbula delgada acompañada de una barbilla alzada y considerablemente ancha.

Sin lugar a dudas, o eso pensó el hombre demonio, una mujer endemoniadamente atractiva y sensual, que no pudo pasar por alto el inconveniente respingón que cruzo por su entrepierna como si quisiera comprobar por sí mismo lo que pensó sobre ella.

—Hellboy me hola llamó —se presentó sin tener sentido alguno, hipnotizado por las facciones de aquella excepcional mujer.

Éire sonrío a medias, ladeando la cabeza de un lado a otro a modo de reprobación.

—Soy Éire —respondió a la presentación y con un tono más calmado, aunque todavía un poco insistente—. Serías tan amable de venir conmigo.

—Sí. —Dijo de manera automática, limpiando la saliva que escapaba de su boca adormilada y despegándose de la barra, como un cachorro emocionado por su primer paseo.

—No te emociones, grandulón, son tus heridas las que me preocuparon. Luchaste contra un vampiro y cuando te arañan, sin una atención adecuada morirás desangrado.

—Debí hacer algo bueno para que un ángel como tú se haya preocupado por un idiota como yo.

Malamente se le hizo adorable su actitud torpe y queriendo verse galán para impresionarla.

—Vámonos antes que sigas humillándote —rio a la vez que lo jalaba de la mano.

Agua & Fuego [Hellboy x Oc] [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora