Verano

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El pelo de Kallian había crecido bastante los últimos meses. La niña repetía el gesto de retirarse el flequillo de los ojos y los bucles castaños ondeaban en al aire. Acto seguido, Anora sacudió la cabeza y abandonó sus cavilaciones para prestarle atención a lo que las apremiaba. Esquivó al mabari con un movimiento que emulaba la gracilidad élfica de su compañera. Le dio alcance y logró colar su mano entre la de ella. A su espalda se oyeron los alegres ladridos y la protesta encolerizada del hombre a cargo de las perreras. Cerca de la entrada a otro pasaje, la chiquilla rubia emitió una risa ahogada.

El pasadizo se oscureció conforme avanzaban y al llegar a la torre el ascenso las obligó a soltarse. Frente a una puerta estrecha por poco derriban a un sirviente. La segunda estaba atrancada. La elfa tiró de ella para saltar a través de una gran ventana, hacia un largo pasillo que corría por el exterior. Fuera, el tiempo fresco les suministró una dosis de vitalidad adicional. Aceleraron el ritmo de sus pasos hasta alcanzar de nueva cuenta las escaleras. Bajaron por unos peldaños estrechos y altos donde sus pisadas resonaron con un eco tétrico; cruzaron un comedor inmenso y, al final, alcanzaron las cocinas.

El tintineo se detuvo al soltarla. Interrumpió su risa para darle a sus pulmones el aire que suplicaban. Se tocó el vientre con extrañeza. No estaba familiarizada con aquella sensación en el estómago al reír durante largo rato.

—Para ser una niña tímida, eres muy revoltosa —declaró como un cumplido.

Se arregló la falda del vestido de seda verde que una de sus doncellas le había escogido para lucir en la tarde veraniega frente a las otras jóvenes de la corte. Lamentó que no estuviera roto o arruinado de otro modo y echó un vistazo a los pantaloncillos de la elfa y su blusa blanca con cierto anhelo. A ella, oficialmente, solo se le permitía portar ropa cómoda cuando entrenaba, cosa que no ocurría con la frecuencia que a ella le habría gustado. Ferelden estaba en paz, así que su instructor confiaba en que un par de sesiones a la semana estaba bien para una señorita como ella.

—No soy tímida —protestó Kallian.

Estaba al otro lado del comedor, regulando su respiración mientras apoyaba las manos sobre sus rodillas.

—¿Revoltosa sí?

La niña elfa se encogió de hombros.

—Tenías hambre —señaló con obviedad.

—Y la escandalera para llegar aquí...

—Vale, tal vez sí soy un poquito revoltosa —zanjó Kallian.

Meses atrás había sido imposible arrancar de ella otra cosa que no fueran monosílabos o fórmulas de reverencia. Impensable en la misma medida que había sido convencerla a ella de corretear hasta la cocina a una hora indebida. Kallian y Anora habían estado perfeccionando el arte de volver posible lo altamente improbable. Las cosas inmutables podían doblegarse con el método adecuado y una dosis alta de paciencia. De esta manera, el futuro sería todo para ellas.

—La próxima vez deberíamos cambiarte de ropa —sugirió la elfa mientras empujaba una última puerta—. Llamas la atención vestida así.

Anora coincidió con un silencioso asentimiento. Luego, un vaho de calor y el aroma del pan recién horneado asistieron su llegada a la roja penumbra de la cocina. En un principio, un grupo de mujeres giraron en su dirección y contemplaron, sin comprender, la llegada del par de niñas. La que cargaba una olla entre las manos debía ser la mujer encargada. Su atención se quedó unos instantes más en Kallian. Distinguió a la niña elfa en su ropa gastada y su cabello revuelto como una figura habitual, pero reconocer a Anora Mac Tir en los ojos azules de su padre, el cabello rubio, la ropa fina y una expresión impávida, debió ser una novedad.

El reino desvanecido [Dragon Age]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora