Cenizas del estío

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El orfanato ardió durante las últimas horas de la madrugada.

Adormilada, Shianni tiró de la puerta. El inesperado panorama, más similar a un espejismo del Velo, evidenciaba la tragedia. La pequeña pelirroja frotó sus ojos con un puño, espabilando poco a poco. Se preguntó de manera fugaz si, en efecto, no estaría dentro de un sueño todavía, porque el extraño amanecer no pertenecía a la monótona elfería. Sobre un lienzo anaranjado y rojizo flotaban restos ennegrecidos y una especie de bruma. La curiosidad la hizo pegar un brinquito y estirar la mano para atrapar una de aquellas volutas oscuras con la intención de identificarla. Falló y apretó los labios, pero indispuesta a rendirse, decidió seguir las espirales de humo hasta su origen.

Sus ojos inspeccionaron más allá de las murallas de la elfería. La herrería más próxima trabajaba con normalidad. El mercado no revelaba señas de ningún siniestro. Prosiguió con la exploración. Pronto, no pudo ignorar la fuente, a pesar de su escepticismo inicial, entre un par de callejones, el viejo edificio del orfanato lanzaba humo gris hacia el cielo.

El miedo la atenazó y su primer impulso fue correr. Al traspasar el umbral advirtió que seguía descalza. Echó un vistazo dentro, estaba demasiado oscuro, no podía perder tiempo tanteando en la penumbra por un par de botas. Corrió sin importarle los guijarros que se enterraban en la planta de sus pies, esquivó a un par de mendigos y dio vuelta en una esquina para quedar atrapada por una multitud. Estiró el cuello y agachó el cuerpo, en busca de un resquicio por el cual observar; alcanzó a ver las armaduras de varios guardias de la ciudad. La preocupación bloqueaba sus pensamientos, porque en otras circunstancias habría sabido qué hacer; ahora no podía concentrarse en otra cosa que no fuera el temor bullendo en sus entrañas.

Shianni emitió un gemido desesperado, su corazón martillaba contra su pecho y se sentía aturdida. Deambuló entre la multitud, a espera de un paso que se abriera lo suficiente. Los pensamientos de miedo y culpa no aguardaron e hicieron causa común con los recuerdos más bonitos que atesoraba junto a los niños del hospicio. Estaba tornando en tortura no poder abrirse paso entre los adultos y, en cambio, tener que someterse a una espera durante la cual su terror no hizo sino agravarse hasta dejarla muy cerca del llanto.

No fue sino hasta que giró sobre sus talones por enésima vez, aborreciendo el reducido margen de movimiento entre la gente apiñada entorno al edificio, que sus ojos recorrieron vertiginosamente los rostros de los elfos amontonados hasta identificar a su tío. Se estremeció, agobiada por los entristecidos derroteros por los cuales había dio su mente. Acto seguido, se lanzó a una de sus piernas, abrazándolo con toda su fuerza. El sobresalto de Cyrion fue breve, agachó la mirada y se encontró con la de ella. Shianni parpadeó y justo en ese momento las primeras lágrimas nublaron su vista. Apretó los parpados y desahogó una parte del cumulo de emociones que la abrumaban, no obstante, no podía dejar de pensar en los niños. Volvía, una y otra vez, al secreto guardado que era por seguro la causa de la catástrofe.

Al abrir los ojos, los volvió hacia el cielo. Las cenizas (ahora sabía que eran cenizas) daban la impresión de haber quedado suspendidas en el aire a la par del tiempo. Frunció el ceño, al tanto del silencio. Había una multitud, pero la calma imperaba. Las escasas conversaciones activas se susurraban y el crepitar de los escombros y las pesadas botas de los guardias impedían que la profundidad del silencio se volviera intolerable.

Shianni parpadeó para aclarar su vista de lágrimas. Las cenizas no estaban estáticas, eran mecidas por la suave brisa, se precipitaban lentamente sobre las cabezas de los... de los curiosos, pensó Shianni. Los había por montones. Se fijó en la gente entorno a ella y su tío, con una sensación de vacío repentina, impresión que duró apenas un momento. Una suerte de rabia irrumpió dentro de ella en su lugar: a nadie le importaban los niños huérfanos. Los habitantes de la elfería estaban allí reunidos por la noticia de la tragedia y no porque estuvieran tristes -al menos- por la perdida sufrida. A nadie salvo a Shianni, y tal vez a su tío, le preocupaban aquellos niños de veras. Ella misma y Soris eran huérfanos después de todo; la orfandad se mimetizaba entre los otros infortunios de la familia Tabris.

El reino desvanecido [Dragon Age]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora