Vhenadahl

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Primera parte

- Fuego -

"Nunca brillará si no arde primero"

. . .

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—¿No es...? ¿No es sagrado?

Ella tampoco lo recordaba. En los últimos días el comportamiento de Kallian había ameritado un tropel de regaños de parte del hahren sin otro móvil que su curiosidad, de modo que las advertencias sobre el vhenadahl se habían revuelto en su memoria con una serie interminable de preceptos a los cuales adherirse. En ese instante, un gesto pesaroso acudió a su cara. Acto seguido, se adelantó un paso y extendió la mano para rozar la corteza con la punta de los dedos. La venerable naturaleza del árbol podía ser cierta, en cuyo caso estaría en problemas de nuevo. De nuevo significaba otro sermón que se confundiría con otros tantos.

O podría no ser nada, razonó mordisqueando su labio inferior. De cualquier forma, el entorno no lo sugería en lo absoluto. Colgaban algunos viejos adornos de varias ramas, lo que no hacía sino conferirle un aspecto tétrico desde abajo, y un olor acre se intensificaba al acercarse. No era así como imaginaba que las cosas sagradas debían ser. Kallian no creía que a eso se refriese la hermana de la Capilla cuando daba sus loas interminables acerca de Andraste y todos esos símbolos sagrados, consumiendo tiempo que perfectamente pudo haberse destinado a explorar y jugar, esto solo posible si los adultos lo consentían en lugar de pedir ayuda con las tareas, a veces no tan insignificantes, en la elfería.

Tal vez era que los símbolos sagrados de los humanos diferían del todo de los élficos. Justo entonces, el peso de un descubrimiento sombrío la aplastó. Su ceño se frunció y, experimentando una vaga impresión que quedaba entre el horror y el enfado, abrumadora para su corta edad, Kallian reflexionó sobre el mal lugar en que su revelación posicionaba a los elfos. ¿Por eso vivían separados? ¿Esa era la razón por la cual los humanos no los querían, porque eran demasiado simples y desagradables para tenerlos muy cerca? Para sorpresa de sí misma, en los ojos comenzaron a escocerle las lágrimas. Contempló el árbol como si quisiera atravesarlo con la mirada y esclarecer del todo sus nuevas dudas.

Era solo un árbol, lo mirase como lo mirase.

—Solo un... —pensó en voz alta, agobiada.

Al retroceder de nuevo y girar hacia un aturdido Soris, ya sin la amenaza de las lágrimas, Kallian lo había concluido: los símbolos sagrados carecían de sentido. Ella entendía que tenía proyectos apremiantes para aquel día y debían consumarse antes de la caída del sol; escalar hasta la rama más alta, por ejemplo. Cualquier complicadísima abstracción adulta estaba más allá de su joven entendimiento. Los conceptos de los mayores se antojaban demasiado tristes y oscuros ahora y sus deseos de despegar los pies de ese suelo, de esa tierra de adultos deprimente y enredada, aumentaron enormemente.

—Pero Valendrian... —insistió Soris con un leve puchero. Elevó la vista hacia el inmenso roble y el gesto de desesperación se acentuó—. ¿Cómo bajaremos?

Soris parecía a punto de llorar. El hahren solía decir que ella había llegado tarde el día que el respeto y la prudencia se habían repartido. En esos momentos, Kallian se preguntaba si acaso no le tocó mucho porque Soris se lo había quedado todo.

Con un gesto dubitativo se acercó otro paso hacia su primo.

—Del mismo modo en que subimos —replicó.

El reino desvanecido [Dragon Age]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora