III

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[31 julio 2010]

Sabía que ambas ya confiaban en mí y que yo confiaba en ellas después de esa tarde en la que me contaron todos sus secretos. Aún así no pude evitar emocionarme ante el hecho de que me habían invitado a pasar todo un fin de semana de vacaciones apenas dos semanas más tarde. Convencer a mi madre fue otra historia, aunque con una llamada de la madre de Jane se solucionó. La rubia misma me confesó que ni a su madre le parecía buena idea, y ambas nos reímos casi incrédulas de que nos hubiesen dejado ir de todas formas.

Podía ver en los ojos de Jane lo nerviosa y a la vez excitada que estaba con la idea de pasar cuatro días enteros del chico que le gustaba, naturalmente. Y al ver el nerviosismo en su mirada, a mí me recorrió por el cuerpo la sensación de que iba a ser uno de los mejores veranos de mi vida. Ellen incluso me había comprado regalices para el viaje.

La sensación sólo aumentó cuando le vi por primera vez.

Recuerdo sus grandes ojos castaños analizarme desde el otro lado de la sala, en silencio, pero sin ocultar la curiosidad en su mirada. Todavía puedo sentir aquel cosquilleo en las palmas de las manos y el sudor en la nuca como consecuencia, despreocupadamente sonriendo y sin todavía saber de mi existencia. Cómo se detuvo en sus movimientos al ponerme los ojos encima.

A los dos se nos detuvo el tiempo en unos segundos. Él mirando mis ojos azules y recorriendo la silueta de mi cuerpo y memorizándola una y otra vez, yo pudiendo ver el caramelo en sus pupilas desde la distancia, la dulzura de sus labios, los tatuajes dibujados en su pecho tan meticulosamente.

Ninguno de los dos sabíamos quién sería el más valiente de acercarse el primero, y dirigir la primera palabra.

Miento; yo sí lo sabía. Sabía que sería él el primero.

Ni siquiera había escuchado su voz dirigida hacia mí, y ya sentía mi pulso acelerarse en mis muñecas cuando lo veía mirar en mi dirección. Y cuando apartaba la mirada rápidamente al darse cuenta de que le había pillado. Todo eso, en un par de horas.

Pero esa tarde, cuando apenas era hora de empezar a preparar la cena, se acercó a mí mientas estaba sentada contra la fachada de la casa, leyendo entre el barullo de la gente que se estaba todavía bañando en la piscina. Se sentó a mi lado como si nada, como si no hubiese estado repasándose las palabras que me diría durante las pasadas horas.

Yo pretendí continuar leyendo el libro que apoyaba contra mis rodillas dobladas, aunque ya se me había puesto la piel de gallina. Empezaba a esbozar una pequeña sonrisa al verle mordisquearse el labio por el rabillo del ojo, mientras jugaba con sus dedos y tenía la mirada clavada en la piscina enfrente nuestra.

—¿Qué lees? —me preguntó Zayn, tan repentino que inconscientemente giré mi cabeza hacia él, a pesar de saber que estaba ahí a mi lado.

Tenía un acento marcado, la voz melodiosa y algo rasposa. Bonita, como la sonrisa que en esos momentos me dirigía, con una ceja alzada y despreocupado. Pero pude verle el nerviosismo en los ojos.

Le devolví la sonrisa.

—Jane Austen. Es una mierda —respondí con una carcajada.

Le brillaron los ojos un segundo, y me devolvió la carcajada él también.

—Nunca la he leído, pero te creo.

—Siempre pienso que ya va siendo hora de leer los clásicos ingleses, pero la verdad es que ni siquiera tengo el nivel suficiente para hablarlo.

Desde que comencé a hablar, dudaba en mirarme a los ojos. Se dedicaba a mirarme las manos mientras se humedecía con frecuencia los labios. No voy a mentir, su timidez es lo que me estaba permitiendo a mí analizar cada detalle de su cara, ahora más cerca de mí. Cualquier adolescente de 17 hubiese envidiado sus inexistentes imperfecciones. Y tuve que apartar la mirada.

Jess |s.m|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora