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[31 mayo 2010]

Probablemente el despertador hubiese sonado unas tres veces antes de que me sacara del sueño abruptamente. El sol me golpeó en la cara en cuanto me incorporé en mi cama nueva.

—¡Kraftedme! —maldije en un grito tras observar la hora, y darme cuenta de que ya era muy tarde.

Me tropecé con las quinientas cajas que todavía estaban esparcidas por mi habitación, y traté de buscar el atuendo que había preparado para ese día, sin tener tiempo de que meterme en la ducha y rezando por que el desodorante y un poco de perfume fuera suficiente.

Bajé corriendo por las escaleras empinadas tratando de no tropezarme, y todavía atándome el cinturón fui a la cocina para por lo menos no ir con el estómago vacío.

Mis padres estaban sentados en la cocina mientras desayunaban con la televisión puesta.

—¿Por qué no me habéis despertado? —casi les grité, mientras me acercaba al frigorífico a por algo de leche.

Puse una mueca de asco después de tragar y traté de amortiguar el sabor con una tostada que robé del plato de mi padre. La leche en ese condenado país sabía fatal.

Mi madre se miró el reloj de muñeca con las gafas bajadas.

—No me acordaba que tenías la entrevista hoy.

Gruñí con fuerza, todavía mascando, y corrí hacia la puerta para ponerme las zapatillas y salir corriendo de casa con la bandolera colgándome del hombro.

Por suerte, la boca del metro estaba a tan sólo cinco minutos de mi casa, y si llegaba al primer tren, tal vez no llegaría tan tarde como apuntaban todas las apuestas.

Mi vida estaba a punto de cambiar radicalmente (el radical que por aquel entonces conocía). Y también estaba a punto de convertirse en el cliché más grande que existía. Chica de quince años se muda a un país distinto. Y que encima llega tarde a la entrevista más importante que tendría en mi vida. Un cliché como una catedral de grande.

En un momento de completa paranoia, mi corazón dio un vuelvo al ver en mi mente mis partituras sobre una de las cajas en mi habitación, y tuve que mirar en mi bolso. El suspiro se escuchó por todo el vagón, cuando respiré en alivio al ver los papeles en la carpeta.

Antes de murarme, no tenía ni idea de qué es lo que acabaría haciendo en ese país nuevo al que mis padres me habían forzado vivir, aunque lo que más claro tenía, es que no quería dejar de lado la música.

Allí en Inglaterra eran algo más estrictos en lo que a estudios se trataba, aunque por mucho que había estado delante del piano practicando como podía, no había manera de que supiera cómo iba a ser el examen ni la entrevista de ese día, ni cómo prepararme para él. Aunque, en esos momentos, mi única preocupación era no llegar demasiado tarde, y más importante, no oliendo a sudor.

Miré mi reloj al salir del metro y si corría, tan sólo llegaba dos minutos más tarde de lo previsto. Con los dedos de mis dos manos cruzados, entré en el edificio y traté de recuperar el aliento.

Mi corazón dejó de martillearme con locura en el pecho, y pude tranquilizarme mientras caminaba por los pasillos del hermoso edificio antiguo en el que se asentaba la academia. Reconozco que había pasado buena parte de la noche preocupada por la entrevista, y tal vez por eso me había quedado dormida. Pero una vez supe que ya no estaba en el ojo del problema, estaba bastante más relajada. No era la primera vez que tenía una entrevista de ese tipo, en el mundo de la música eran demasiado habituales, y era bastante consciente de que las solía bordar.

Jess |s.m|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora