Domingo, casi mediodía: el colectivo naranja regresaba de la excursión al cementerio. Cintia y Bruno se habían cambiado de ropa. Cintia escondió las prendas mojadas en el fondo del canasto de la ropa sucia para no dar explicaciones. El tren llegaba al pueblo de Azul y todos se concentraron en el andén. El silbato anunció las once y media. Bruño y tocó el y timbre de su bicicleta para que Cintia saliera de su casa con la suya. Se apuraron. El tren era una especie de cita obligada. Los chicos jugaban en el corredor de la estación, las señoras caminaban por la plataforma de la vía, los hombres hablaban de fútbol también en el andén.
La máquina se acercaba echando humo, el ruido imponente espantaban a los perros y a las gallinas que andaban sobre los rieles, y todos se detenían a observar a los viajeros que al mismo tiempo y con el mismo asombro reparaban en los lugareños.
Algunos pasajeros descendían y se iban a la posada del intendente para almorzar y a la tarde hacer la excursión a la casa abandonada. Otros seguían hacia diferentes destinos. Los visitantes tenían una sola posibilidad de regreso, el tren de las once de la noche. Eran los únicos horarios de trenes drl pueblo desde que el nuevo presidente del país había decidió recortar gastos. La gente que no tenía auto no podía ir a la ciudad más que un domingo.
Ese acontecimieno producía otros: la llegada de las noticias con el único diario que venía a Azul en todas las semanas.
Cintia se acerco a Manolito, el encargado del quiosco. Le pidió dos ejemplares, uno para la abuela y otro para su padre, pero sólo vendía uno por persona. Tuvo que hacer la cola dos veces. Luego Bruno compró uno para su madre. Y así los dos, muertos de risa, salieron en bicicleta por la calle principal desafiando una carrera para ver quién llegaba hasta casa de Cintia.
La mañana se embutió de lleno en el mediodía pueblerino donde no faltaba la música dominguera, que salía por los amplificadores de la camioneta del intendente. Las cumbias resonaban provocando una alegría momentánea en los habitantes.
El colectivo naranja entraba en el galpón de la municipalidad. La gente se iba a leer el diario a sus casas. La música que ofrecían los altoparlantes de la camioneta del intendente sólo quedó de fondo cuando una voz dijo:
—Señores y señoras del pueblo Azul. Visitantes y vecinos: como todos los domingos, los esperamos para realizar la excursión a la casita Azul, sólo por un peso. Sea puntual: a las seis de la tarde el colectivo naranja parte desde el galpón municipal. No se pierda la gran novedad.Bruno y Cintia se alejaron por la calle de la plaza corriendo una carrera, mientras el tren proyectaba su retirada.
El sol vino a calentar al menos un poco las bocanadas de aire frío que desparramaba el invierno. Los tilos de la plaza estaban desnudos y los juegos tan solitarios como la casa abandonada.
El único local que estaba abierto era la librería de don Simón, que prestaba libros y dejaba al alcance de quien lo deseaba el diario que él había comprado, después de leerlo,claro.
El olor a tuco salía de las casas mientras las viejas amasaban tallarines. En la posada, el menú también era tallarines con tuco.
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La casita Azul
Fiksi Remaja"La casa abandonada conservaba en su interior un gran secreto, eso era obvio; pero además le ocurría algo maravilloso, algo que nadie en el pueblo conseguía explicar pero que todos esperaban. Ese acontecimiento tan esperado ocurría todos los 28 de n...