Capítulo 8.

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Seonghwa fruncio su entrecejo, buscando de alguna forma, hacer que Yeosang cambiara de parecer. Por su expresión pudo notar que no tenía otra opción, sus motivos los desconocía por completo. Fue entonces que se dio cuenta de que pasó por alto algo muy importante, y ya no podía hacerlo por el bienestar de Yeosang, al ser menor de edad. Si bien el lugar en el que vivía parecía bastante cálido, no conocía dentro de las cuatro paredes en el que compartía el techo con alguna otra persona.

—¿Puedo ir contigo?

Tres palabras bastaron para que Yeosang se cuestionara su partida. Si bien se veía obligado a ir, no era buena idea llevar a Hwa con él. Ambos estarían en problemas.

—¿Qué?—balbuceó luego de tres largos segundos, con sorpresa en sus ojos.

—Quiero asegurarme de que vivas en buenas condiciones.

Yeosang rió, como si le hubiese contado un chiste, pero al ver la expresión tan seria de Seonghwa su sonrisa decayó.

—No quiero llevarte a ese lugar—frotó su pantorrilla con la otra pierna—. Me gustaría quedarme, Seonghwa. Estoy dispuesto a seguir contigo, pero, tu padre no querrá verme por aquí.

Supuso que metería a su padre en la conversación, así que ya pensó en eso. Tomó a Yeosang por los hombros, arrastrándolo hasta la salida. No hizo caso a sus preguntas y quejas, hasta varar frente a las únicas dos personas que establecían una aburrida charla en la sala de aquel lugar. Yeosang posó sus ojos en el señor Park, luego en la mujer alta a su lado, y volvió sus ojos al hombre, asustado, sin saber qué tipo de locura tramaba su amigo.

—Antes de que los dos digan nada—soltó al fin, sin perder contacto visual con su padre—. Papá, si no dejas que él se quede, entonces yo me iré con él.

Se sintió seguro con la presencia de la señorita Mirra, la mujer encargada del bienestar de Seonghwa luego de la muerte de su madre. Ante ella, el señor Park no tenía tanto poder sobre su propio hijo, ya que cualquier mala decisión lo dejaría sin hijo, y sin fortuna.

Tanto su padre como Yeosang mostraron su sorpresa ante el escándalo de Seonghwa. Yeosang, en su intento de no salir corriendo del miedo que le causaba el señor Park, cubrió sus ojos con una mano, intentando también no reírse ante semejante ocurrencia. Entonces entendió la intención del mayor, sintiéndose más aliviado con la idea.

—No quiero que vuelvas a meterte el problemas, hijo—respondió, intentando no perder la calma.

—No es culpa suya lo que pasó la otra noche, es mía—respondió—. ¿O no recuerdas cuáles fueron tus primeras intenciones al contratar a alguien?

—¿¡De qué intenciones habla!?—expresó la señora Mirra, molesta.

—Está bien, pero salgan de mi vista—les ordenó.

—¡Park!

Eso fue lo último que escucharon antes de correr nuevamente hasta la habitación de Hwa. Con el corazón latente, y los pelos de punta, Seong se tiró en la cama, intentando recobrar la calma en su alocado pecho. No recuerda la última vez que tuvo la oportunidad de hablarle de esa manera a su padre. Lo hacía en presencia de gente que le inspira confianza. La señorita Mirra pudo no traerle problemas, pero sentir la cercanía de Yeosang convirtió una atmósfera tensa en una más tranquila, en donde se sintió seguro de soltar sus palabras sin pensarlas. Era hombre muerto, ya lo sabía, pero logró su cometido, y ver la sonrisa de Yeosang y sus mejillas coloradas hicieron que valiera la pena.

—¿Quién es ella?—quiso saber Kang, luego de algunos segundos de silencio.

—Es Mirra Yeongha, mi supervisora—respondió sentándose en su lugar—. Es la única persona que se preocupa por mí, a pesar de que ese sea su trabajo.

—Yo también tengo una supervisora. La llamo "mi abuelita".

Hwa rió a la par suya. Esa noche no pegaron un ojo, Yeosang lo obligó a no hacerlo, y en su felicidad por tenerlo de vuelta, Hwa no durmió por él. En ese transcurso de la noche Yeosang volvió a recuperar toda su simpatía, lo cual Seonghwa disfrutó presenciar cada segundo que pasaba. El reloj marcó las 4am, cuando se encontraron sumidos en un interminable debate de preguntas y curiosidades. Seonghwa no le prestó mucha atención a las cosas sin sentido que el castaño decía, sino a cómo su silueta se movía en la cama entre tanta oscuridad, y a su voz suave, la cual hacía que perdiera contra sus ganas de seguir despierto.

—Estoy empezando a tener sueño—murmuró Kang, cerrando sus ojos—. ¿Tu cama suele ser tan acogedora o es por el sueño?

Hwa sonrió, y atrajo más su cuerpo del borde de la cama.

—Duerme aquí esta noche—dijo Seong con intención de irse, pero los brazos de Yeosang se lo prohibieron.

—No tienes que irte, hay mucho espacio en la cama.

A pesar de aquel espacio que asignaba, no se separó de él hasta caer profundamente dormido, haciendo que ese espacio no existiera entre ambos. Algunas actitudes afectuosas le eran difíciles de comprender, preguntándose en varias ocasiones "¿Esto es lo que hacen los amigos?". Quería pronto acostumbrarse a todo aquello, y poder en un futuro tener los mismos impulsos que Yeosang dejaba salir con total normalidad. Sonrió ante su pensamiento, con la seguridad de que tenía un amigo en casa, y que ya no volvería a sentirse solo.










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Me merezco que me odien, mildisculpas.

1990. [SeongSang AU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora