06|Como enterrar un cadáver.

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ADONIS.

El suave contacto de sus labios debilitó mis defensas y una sensación de calor se extendió por mi cuerpo. Mi cabeza iba a explotar. Apenas recuperé el control, empujé a Samael lejos de mí de forma brusca y me pasé la mano por los labios para limpiarme mientras mi mente intentaba asimilar lo que había ocurrido, aunque fuera una pérdida de tiempo total. No era momento para pensar en esto. Suspiré antes de volver a mirar al frente.

¿Qué estaba haciendo aquí? Necesitaba volver al caso, deshacerme del cuerpo y volver a la normalidad antes de que saliera el sol.

—¿Sabes enterrar un cadáver? —pregunté expectante.

—No, pero podría ayudarte —respondió sonriente.

Aunque intenté encontrar alguna emoción en su expresión, no logré saber cómo se sentía. Su respiración se escuchaba calmada y cuando pude estar en contacto con él, sus latidos estaban estables. Lucía cómodo, cómodo como si la mierda en la que nos encontramos fuera casual, y eso me estaba carcomiendo por dentro. Me fastidió al punto en que no creía poder mantener la calma por más tiempo.

—Llévanos a donde dijiste —ordené.

Él asintió y me pasé al asiento del acompañante, tirando el cuerpo de Leroux al suelo. Samael se movió a donde yo estaba, pero no sin antes darme una mirada de pies a cabeza y morderse los labios, los mismos labios que había estado besando hace un par de minutos. Me coloqué al lado suyo manteniendo la máxima distancia posible. Mi cabeza reposaba en la ventana, admito que sentarse sobre sangre es una sensación asquerosa, pero no tan desagradable como imaginé. Estaba calentita.

Samael manejó en silencio todo el camino. En un punto del viaje, entró entre unos árboles ubicados de forma extraña y apagó las luces. Mi curiosidad empezó a crecer cuando entre los grandes pinos se formó una especie de camino precario, uno hecho por las veces en las que las llantas del auto pasaron por el sitio.

¿Por qué venía seguido a un lugar en medio de la nada?

—Adonis, ¿puedo preguntarte algo? —preguntó Samael.

—Ya lo estás haciendo.

—¿Por qué no me mataste? —cuestionó confundido.

No tenía la mínima idea.

No respondí y me acurruqué en mi asiento, hundiéndome en los pequeños espacios con los ojos cerrados. Mi mente necesitaba un descanso de todo este drama, acabar con el problema y poder meditar en paz con un poco de té de tilo.

Lo oí chasquear la lengua y abrí mis ojos para observarlo sacudirse rítmicamente en su asiento y mover sus labios como si estuviera cantando. Su mirada seguía fija en el camino, pero sentía que me observaba. Sentía que seguía esperando una respuesta, a pesar de que lo ignoré de forma clara.

Pero no respondí, imité su posición apreciando el oscuro paisaje de una noche siniestra y silenciosa, de una noche pasando entre árboles en zig-zag con lo que pareciera ser un patrón, el cielo estrellado brillando entre las hojas de los pinos secos. El frío se hizo presente en nuestra noche al sumergirnos aún más en el bosque en donde ya la luz de la luna no nos entregaba claridad.

—¿No lo vas a admitir? —susurró Samael.

—¿Qué cosa?

—Que te gusto.

Un nudo se formó en mi garganta aunque lo eliminé tragando grueso, aspiré profundo antes de enfrentarlo de vuelta.

—No me gustas. —espeté.

No me respondió, no parecía haber escuchado mi respuesta, siguió su camino dando vuelta a la derecha sin notarme, ni siquiera algún mínimo músculo de su cuerpo cambió al escucharme.

Me sentí algo tonto por haberme acercado para responderle como si fuera algo importante, lo dijo por decir y le di más importancia de la que debería. Me regañé mentalmente.

Después de unos minutos de silencio incómodo nuestro recorrido nos llevó a algo, una casa blanca bastante grande con aspecto antiguo muy descuidado abrió sus puertas principales cuando Samael tocó un pequeño botón en su teléfono. Al entrar se cerró ante nosotros, las luces del auto se volvieron a encender para mostrarme un patio espacioso con plantas marchitas, una fuente principal seca con figuras de cerámica de medusa de piedra.

—Adonis. —él murmuró de Samael me quita del trance en el que entré apreciando el lugar.

Me sonríe pasándome su teléfono, está abierto en WhatsApp y lo primero que veo es mi chat, fruncí en ceño confundido para darle una mirada interrogatoria, no parece notarme, tiene la mirada perdida en la estatua al lado mío. Volví a ver la pantalla del teléfono para encontrarme con que el segundo chat es con Leroux.

Entré en su chat para encontrarme con que la última conversación de ellos dos fue unos minutos antes de que acabara mi presentación y la encontrara en el bar, todos eran audios así que miré de reojo a Samael antes de empezar a reproducirlos.

Olivia: No puedo creer que sea él, es impresionante lo que pudimos lograr en una tarde con un par de pruebas extra.

La irritante voz de Olivia se escucha a todo volumen en el coche. Presiono el siguiente.

Olivia: Necesitamos capturarlo. ¿Puedes encargarte de alertar a la policía? Yo lo atraparé en algún lugar cerrado después de la función.

Siguiente audio.

Olivia: Espera, necesitamos tenerlo controlado por si los refuerzos no llegan pronto ¿Alguna vez fingiste estar secuestrado?

La risita al final de esa oración me dejó petrificado.

Él: Es bastante peligroso, pero no te preocupes, todo saldrá bien

Exclamó Samael en la grabación, sus manos empezaron a sudar. Los siguientes audios fueron unos minutos después. Los últimos de hecho.

Olivia: Se está acercando, prepárate rápido y ponte en la parte de atrás del auto. Recuerda que dejé un chip de rastreo en el asiento del conductor por si algo se desvía.

Él: Lo tenemos.

Los audios terminaron.

Mi corazón dio un vuelco en cada palabra y fue aún peor cuando al levantar la mirada lo primero que me encontré fue con el arma que dejé en el asiento del conductor apuntándome, con la oscuridad haciendo contraste en el rostro de Samael en medio de una sonrisa torcida de lado. La sorpresa no me cabía en el cuerpo, me sentía tonto y acorralado.

Acomodó su arma en las manos moviéndolas un poco de lado, lo suficiente para que si no la manipulaba de forma adecuada no le hiciera daño en absoluto, con el ángulo perfecto para traspasar mi estómago y los ojos clavados en mí, apreté mi mandíbula. El maldito lo tenía todo calculado.

—¿Por qué no sonríes? —inquirió Samael—. La luna está hermosa hoy. 

Rito de herejes | RESUBIENDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora