05| Besa(r)me

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ADONIS.

Samael no es del tipo de personas que le teme a la muerte. Pero tampoco del que la busca, entonces ¿Por qué me pidió que lo mate?

Sostuve el arma en mis manos sin reaccionar, más que afectarme me intrigó toda esa situación.

—El mensaje. —le reclamé.

—Fui yo. —admitió.

—La investigación.

—Le di todo lo que debía saber, la iba a culpar, el mensaje, el pizarrón, hice que llegue a mis conclusiones. —murmuró.

—¿Por qué?

¿Me está diciendo la verdad? ¿Y si todo esto es un operativo policial para atraparme?

No, la policía no es tan lista.

—Es impulsiva, asumí que trataría de quitarte información a la fuerza y la matarías... —su tono de voz bajó tanto que por poco no escuché lo que dijo—. Bueno, siempre hay altercados.

—¡Altercados! —grité—. Maté a alguien de forma poco profesional por tu culpa.

Sin mencionar que arruiné mi camisa favorita.

—No, la mataste así porque querías, pudiste haberla secuestrado.

Apreté mi mandíbula con rabia, mis músculos se tensaron ¿Cómo se atrevió a decirme eso? Lo peor es que tuvo razón, actué sin poder evitarlo, es mi naturaleza. No debí matarla, aunque ya es muy tarde para arrepentimientos, puedo desaparecer tres días mas no revivir gente.

—Cuidado con tus palabras. —advertí.

—Deberíamos irnos, alguien nos puede ver con el coche lleno de sangre.

—Tú no me dices que hacer.

Samael retrajo una pequeña sonrisa, miró hacia otro lado, se lo notaba divertido. Ladeó la cabeza al devolver el contacto visual.

—Adonis, soy quien te dice que hacer en el trabajo.

—¡¿Crees que esta mierda es del trabajo?! —vociferé—. ¡Hay un jodido cadáver al lado nuestro!

—Por eso debemos salir de aquí.

Me mordí la lengua por intentar mantener la calma sin éxito en absoluto, giré a la parte delantera del coche y encendí el motor. Resoplé al ponerme a conducir en línea recta por varios minutos, obligado a mantener el ojo en el camino y la mente luchando por mirar el retrovisor para ver a Samael.

Un millón de preguntas rondaron mi cabeza, ¿Tendrá miedo? ¿Seguirá drogado? ¿Es real lo que dijo?

¿Por qué no aceptó irse? ¿Por qué luce tan calmado? ¿Habrá hecho algún pastel antes de venir?

Estoy muriendo de hambre.

Conduje lo que pude con la poca predisposición, paciencia que me quedaba y el tanque medio lleno. He tenido días donde las cosas no salieron como quería, sin embargo, esto es demasiado.

Al llegar al lugar más solitario del pueblo me permití bajar la velocidad, nadie frecuenta el bosque en horas de la noche, nunca se sabe que podrían encontrar. O quienes.

Eso porque Murden es un pueblo en extremo religioso y es un rumor de boca en boca que se practican ritos en estos lugares. Lo único que puedo confirmar es que hay gente con la mente muy jodida viviendo en el bosque.

Me recosté sobre el asiento ya sin importarme las manchas de sangre en mi ropa, cerré los ojos por un instante.

—Adonis... —susurró Samael.

—Cállate.

—¿A dónde vamos? Tenemos que trabajar mañana.

—Solo cállate. —repetí enfadado, hubo una separación entre ambas palabras, cada una más alto.

Poco a poco el silencio tranquilizador fue adueñándose del ambiente, esperaba que fuera así. A los costados apretaba mis puños contra el asiento lo suficiente fuerte para dejar la piel blanca por la presión, traté de controlar el ritmo de mi respiración.

—Pero Adonis... —el sonido de la bocina me impidió escucharlo, apreté esta por al menos un minuto entero.

—¡Estoy pensando! ¡Ten la decencia de cerrar la boca!

—No me hables así, así no se hablan los amigos. —murmuró indignado.

Me van a salir canas de colores para mañana con este chico metido en mis asuntos.

Lo ignoré, mis ojos se deslizaron al cadáver de Leroux terminando de sangrar al lado mío. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al caer en cuenta de lo terrible que he hecho esta misión, de lo probable que era que me descubrieran por ese error.

Las preguntas me atormentaron cada segundo más, puse mis manos encima de mi rostro, dejé descansar mi cabeza sobre la ventana. Era imposible olvidar la presencia de mi mejor amigo a metros mío.

¿Por qué aún no lo he matado?

Escuché a Samael acercarse a mí.

—Tengo un lugar donde podríamos dejar el cuerpo, es privado y nadie se enteraría —comentó—. Nos limpiamos, descansamos y vamos mañana al trabajo. —propuso en un tono dulce.

Me acurruqué en el asiento, bufé abrumado sin responderle.

—Luego puedes encargarte del cuerpo, no es propicio solo dejarlo aquí. —me recordó.

Asentí resignado, lo miré directo a los ojos, estaba tan cubierto de sangre como yo y la intensidad con la que me observaba me preocupó, una sensación extraña de calor se abrió paso en mi pecho cuando me sonrió.

Como siempre lo hace desde que lo conocí, sigue actuando igual. Eso me hace preguntarme ¿Qué hay dentro de su cabeza?

Sus labios se movieron cual si estuviera hablando, pero no emitió ningún sonido, me incliné sobre su rostro impulsado por un sentimiento exasperante carcomiendo mi ser, él mordió su labio al fijarse en los míos antes de abalanzarse sobre mí.

No reaccioné al principio del beso, pero intenté seguir su ritmo, su lengua se deslizó dentro mi boca apretándose contra mí, mordisqueó mis labios, el espacio era nulo entre nuestros cuerpos cuando me di cuenta, de lo que no me di cuenta fue que ese intento de robarme un beso duró demasiado sin que lo apartara.

Tal vez si lo hice, pero no lo detuve.

Mierda, eso no era parte del plan.

Rito de herejes | RESUBIENDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora