No sé en qué momento específico de mi vida empecé a cambiar de esta manera tan radical, no me atrevo a decir que antes era una chica extrovertida con muchos amigos, es más, nunca tuve muchos amigos y la mayor parte del tiempo me la pasaba jugando con mis peluches y soñando que iba a casarme. Me encantaban los vestidos o "chachás" como les decía mi mamá, las princesas, la magia y el ballet, amaba el ballet, todo el día daba pequeños brinquitos por donde sea. Era la princesa de mi papá, la compañera de mi mamá y el saco de box de mi hermano, siempre jugábamos peleas sobre la cama de nuestros papás y casi siempre terminaba con algún chinchón en la cabeza.
La pasábamos bien entre familia y aunque no hayamos sido millonarios, nunca nos faltó nada cuando éramos niños, viajábamos de vez en cuando por el trabajo de mi papá y pasábamos mucho tiempo juntos. Mi mamá siempre ha sido una bromista natural y a veces hasta con un toque de malicia, todo lo contrario a mi papá, que a pesar de ser un hombre muy divertido, es muy propio y conservador, incapaz de decir o escuchar la palabra "calzón" sin alterarse. Y ahí aparecen los genes, mientras que yo saqué la cara exacta de mi mamá y toda la personalidad de mi papá, mi hermano Luis Felipe sacó todo lo contrario, se cree el rey del mundo y todos nosotros somos sus súbditos, no voy a mentir, también sacó un lado dulce, dulce pero peligroso a la hora de pedir, tiene un poder de persuasión increíble y así es como yo casi siempre terminaba jugando a los Pokemones en vez de mis muñecas.
Yo nunca pude hacer esa clase de cosas, nunca fui buena para persuadir a otros de hacer lo que me parece y casi siempre me he dejado influenciar, solo si sé que tienen más carácter que yo. Es un poco difícil de explicar, pero siempre he tenido la necesidad de observar mi entorno y a la gente para saber cómo se comportan y saber a quién hablarle y a quien no. Aunque sé que son prejuicios, muchas veces no puedo evitarlo, y es que me ha pasado tantas veces que me doy la oportunidad de conocer gente nueva, hacer amigos y termino encerrada en un ambiente de hipocresía y malas vibras que al final me hacen sentir enferma.
No es preciso decir cuándo empezó todo, porque eso data de mucho tiempo atrás, pero sí el saber cuándo fue que me di cuenta por primera vez, lo que era el rechazo y la hipocresía. Fue la segunda vez que fuimos a Tumbes por el trabajo de mi papá en el 2003, tenía solo 10 años y dejar mi colegio y a mis amigas para empezar de nuevo en ese lugar no tan extraño y totalmente nuevo a la vez, digamos que no me entusiasmó demasiado, pero quedaba la emoción del viaje. Vivimos medio año en ese hotel, el Costa del Sol, en un pequeño departamento, que quedaba justo en la parte de atrás. Me quedaban algunos recuerdos de la última vez que estuvimos ahí, pero era más como un deja vu, se sentía extrañamente familiar y algo incómodo, pero no tardé en acostumbrarme, Luis Felipe, por otro lado, creo que nunca llegó a adaptarse por completo, sobre todo por el colegio, y es que, como mencioné antes, su carácter es algo especial y sacarlo de su zona cómoda para llevarlo a provincia no era su ideal.
El primer día clases mi papá nos dejó en la puerta, "Colegio Santa Maria de la Frontera", uniforme de falda celeste cielo por debajo de la rodilla, una blusa de tela dura y blanca con el logo en el bolsillo, medias celestes altas a tono con la falda y zapatos negros. Estaba muy nerviosa, mil cosas pasaban por mi cabeza mientras caminábamos por ese terral para llegar a la entrada: Nunca he sido "la nueva", que debería decir, hacer, como será mi salón, me presentarán o me siento de frente. Felizmente todo pasó rápido, me presentaron, me hicieron hablar un poco de mí y mientras hablaba, me puse a observar, eran maso menos unos 20 niños, todos escuchándome con atención, había entre ellos tres niñas que resaltaban un poco más que el resto, no le di mucha importancia, terminé de hablar y me senté atrás junto a la ventana.
A la hora del recreo me quedé sentada un rato sin saber bien que hacer mientras los demás niños salían a jugar, no quería quedarme sola, así que pensé en salir a buscar a Luis, solo me quedaba suponer que estaba en la misma situación que yo, guardé mis cosas y cuando me disponía a salir me di cuenta que no estaba sola, ahí al fondo, sentada al otro lado del salón estaba una de las niñas que me había llamado la atención al principio, piel blanca, pálida, pelo largo, oscuro y lacio con un cerquillo mal cortado, sus brazos y piernas parecían palitos de chupete, estaba con la mirada perdida, algo melancólica diría yo. Sin saber por qué, me acerqué. Me senté en una carpeta delante de ella, la saludé y le dije que me llamaba Alyssa. Levantó la mirada un poco, sonrió y me dijo su nombre. Diana. Le pregunté por qué estaba sola en el salón, ella bajó la mirada otra vez pero siguió sonriendo.
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Perdida En Mi Sombra
Non-FictionLa vida a través de los diarios y cuadernos de: Una niña tímida y sensible. Una adolescente con miedo al rechazo. Una joven perdida y sin ganas de un futuro. Una mujer tratando de enfrentar su presente.