He vuelto del sueño. Parece que sigo la marcha, subo por una montaña verde, con la compañía de las sombras en mitad de la noche. Noto que me observan, impacientes, son espectros de la noche. Recuerdo canciones sobre ellos, donde poseen a los humanos y los obligan a realizar acciones hasta que acaban con su vida.
Miro al cielo, aquel ojo me sigue observando; todos me miran, nadie hace nada, el silencio es mi único compañero, junto a la espada que también no me quita el ojo de encima. Prefiero no mirarlo, me entran escalofríos.
Aquel herrero, creo que lo maté, aunque no recordaba haberlo hecho. Es extraño, yo no sé pelear, en mi vida lo he hecho. Yo no puedo haber matado, no puedo haberlo hecho, eso me convertiría en un... asesino. Cierro mis ojos intentando contener las lágrimas, aprieto con fuerza tanto ojos como mi mandíbula.
Abro los ojos de repente, estaban ahí, mis ojos y mandíbula, antes no las sentía, antes del... herrero. Recuerdo una bola de fuego arrasando con la mitad de mi rostro, cuando desperté por primera vez creía que los tenía, pero no. ¿Qué está pasando?
Mi cuerpo sigue avanzando, un destino desconocido, un final que no recuerdo. Quizás mejor dicho un principio que no conozco, un origen que me ha sido arrebatado. ¿Es algún tipo de castigo, o quizás un sueño? Solo espero que esta pesadilla acabe pronto, quiero volver con mi familia.
Cierro mis ojos, cada vez hay más espectros, sus rostros me dan miedo. Es como mirar a la propia muerte. Me siento solo, quiero llorar con todas mis fuerzas, pero no puedo, solo sigo un interminable camino. Creo que aquel herrero y yo nos parecemos. Estábamos solos, nadie reparaba en nosotros, lo único que hacen es observar y observar, extrañados frente a nuestra presencia, como si no debiéramos estar ahí, o quizás, es porque no encajamos del todo con el resto. La soledad es nuestra más fiel compañera, es nuestra sombra, nuestros recuerdos e incluso, somos nosotros mismos. Es extraño, pero cuando nos sentimos más solos no es cuando estamos con nosotros mismos, es cuando nos rodean las personas, cuando sus miradas nos acuchillan, cuando nos ignoran, cuando simplemente parece que no existimos para el resto del mundo. Únicamente cuando estamos solos, es cuando nuestro ser sale de nuestras sombras, donde la máscara que cubre nuestras mentiras se resquebraja, la soledad nos hace ser nosotros mismos.
La luz del sol me despierta, no estoy seguro de cuanto tiempo ha pasado, la nieve cubre el terreno. No hay demasiada, pero el paisaje nevado es bonito. Hay caramelos en los árboles para guiar a los mercaderes, son brillantes y rojos. Recuerdo cuando de pequeño los colgaba junto a mi padre, era divertido.
El camino lleva a un pueblo, el humo sale de sus chimeneas, risas de niños y los cascabeles de las cabras. Sin embargo, me dirijo hacia las afueras, subiendo una escarpada montaña, donde yace el cuerpo de un ser alargado, una serpiente gigante.
La cabeza yace junto a un pequeño templo, con la boca abierta y los ojos escarchados, como si sus lágrimas se hubiesen congelado. El templo está construido por tres rocas, dos a los lados verticales y una horizontal, donde hay un gran corazón.
Mi cuerpo se acerca a las piedras. Mi mano derecha alza la espada frente a mí, con el ojo observándome. La clava en el corazón y absorbe la sangre; el ojo se llena del rojo de la furia mientras clava su mirada en mí. Otra vez no, por favor. Me pierdo en su mirada y comienzo a recordar.