Fuego: Segunda Alma

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La ceniza se acumulaba en las calles, cubriendo los cadáveres mientras el fuego ardía alrededor. El olor se volvió casi insoportable. Demasiada vida implicaba demasiada muerte. El herrero, envuelto en llamas, golpeó con flamígera a la mata dioses, enviando por los aires al caballero. <<No la suelta, es como si fuera parte de su cuerpo>> pensó.

El errante hincó su rodilla y clavó la espada para no retroceder, alzó una mirada de rencor. Una llamarada le atravesó la mitad del rostro, perforándole la cabeza. Ni se inmutó. Terf babeaba lava, demasiadas bolas fuego.

-¡Deberías estar muerto! -gritó el herrero. Se agachó para examinar a Terf, clavando su espada al suelo para apoyarse-. Descansa, deja que me ocupe del resto, ya has hecho más que suficiente -dijo acariciando a su "dragón". Terf se tumbó en el suelo, manteniendo su forma llameante y sus ojos clavados en la muerte.

Los dos extrajeron sus espadas de la tierra. El caballero serpenteaba con su espada rozando el suelo, dejando un rastro a su paso. Con flamígera al hombro, cerró los ojos. Olía la ceniza, sentía el calor del fuego, el aliento cansado de Terf; escuchaba el siseo de la espada acercarse, los llantos de las personas, los latidos de los corazones. <<No lo entiendo>> aquellas pulsaciones sonaban lejanas, <<Nuestros corazones no laten>>. Abrió los ojos rápidamente y observó a Terf que seguía tendido en el suelo; se tocó su pecho, notaba la palpitación. Dirigió una mirada al caballero, <<El suyo tampoco late. Nuestras almas han dejado palpitar>>.

El herrero gritó mientras alzaba su espada, no fue un grito de batalla, fue un rugido de desesperación. Las espadas impactaron, golpeando consecutivamente en una danza armónica acompañada por las llamas.

-¡¿Qué nos han hecho?! -dijo golpeando con toda su fuerza. El caballero saltó esquivando hacia una pared, impulsándose para contraatacar - ¿Esto es obra de los Dioses? -El herrero alzó su espada para bloquear el tajo aéreo. Flamígera estalló con un alarido.

El herrero miraba con horror su espada fragmentada en el suelo, apoyándose con sus manos y piernas en el suelo. Una lágrima se evaporó cuando tocó a Flamígera.

-Os mataré -dijo mientras alzaba su mirada al firmamento, de rodillas. Las lágrimas recorrían su rostro-, ¡Juro por la forja de mis ancestros que os mataré!

El dolor silenció sus palabras. Uno de sus brazos salió volando, la sangre irrumpió con la ceniza. Se giró torciéndose de dolor, cubriéndose la herida con la otra mano mientras su grito era arrebatado. El caballero alzó su espada, frente a él; aquel ojo le observaba de nuevo. Sería rápido, un simple corte, un inocente silbido. La espada comenzó a sisear con el viento. Un rugido.

La espada desgarró la carne de Terf, clavándose en su pecho. El herrero rugió mientras levantaba su mano hacia su compañero, sacándola de aquella espada maldita. Se arrodilló, abrazándolo con fuerza entre sus brazos, llorando, observando las estrellas y las llamas. El caballero se acercó, apuntándole con la espada en su espalda.

-Puedes hacerlo, ya nada importa -dijo con la cabeza gacha, acariciando a su perro entre sus brazos-. Dentro de poco estaré contigo Terf -le susurró al oído, cerrando los ojos con fuerza.

El errante levantó su espada, las llamas iluminaban su armadura negra. Atravesó sus corazones a la vez, dos almas juntas.

-Las cenizas son nuestro destino.

La llama se apagó.

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