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Los años fueron pasando. Los dos pequeños se hicieron inseparables, iban juntos a todos lados, incluso Brian llevaba a su amigo de vacaciones, jugaban durante los recreos y se sentaban juntos en clases.

Un día, Brian —ya de diez años recién cumplidos—, se encontraba nervioso. Roger estaba a su lado para acompañarlo y apoyarlo. ¿Y en qué? Un examen. El llamado test de parches, donde pondrían veinte alimentos inyectados en su espalda con un parche y tras un par de días, verían cómo evolucionaba y qué era alergeno y qué no para él.

Claro, ya le habían hecho un examen similar. Veinte alergenos inyectados en su brazo. Estuvo a punto de desarrollar una anafilaxia, pero su madre logró darle su dosis de prednisona en jarabe. Odiaba el amargo sabor que tenía y que se le quedaba retumbando y danzando por su lengua por horas, y que cuando intentaba comer algo, lo volvía del mismo sabor amargo. Pero el remedio en pastilla contenía suero de leche, y aquello le haría peor.

Retomando el tema principal, la causa principal del nerviosismo de Brian era prácticamente el temor al pinchazo. En el brazo estaba acostumbrado, dos o tres veces había realizado el examen, pero la espalda era algo distinto, y de seguro también dolería quitarse los parches.

— ¿Brian May?

— Vamos, Bri —la madre de Brian se puso de pie. Roger se quedó en la sala de espera con la abuela del paciente.

— ¡Suerte, Bri! —exclamó. Brian le sonrió y entró.

La oficina médica estaba adornada con varios juguetes. Brian estuvo tentado a jugar con ellos, pero sabía que debía comportarse. La camilla estaba al fondo y el escritorio de su doctora cerca de la puerta, este tenía un lapicero de una avestruz con bastante pelo y varios papeles. Las baldosas blancas hacían un pequeño sonido al ser pisadas y una bonita jirafa poseía una regla para medir a los pacientes.

Sin dudas, la oficina de la doctora Wood era su favorita. Incluso era mejor a la de su pediatra. Además la sala de espera estaba repleta de varios juguetes y sillas para el dibujo. De seguro Roger se entretendría allí mientras lo esperaba, al igual que estuvieron jugando antes los dos.

Tomó asiento con su madre a un lado del escritorio. Como siempre, miraba por la ventana a los pájaros que se posaban en los arbustos y al hermoso cielo de la mañana y los rayos de Sol que se filtraban. La doctora Wood sonrió.

— Buenos días, Bri, ¿cómo has estado?

— ¡Genial! Vine con mi amigo Roger, él me está esperando en la sala de espera —respondió contento.

— Eso es muy bueno —sonrió ella—. Déjame hablar un poco con tu mamá de tu estado y podremos conversar de tu amigo mientras te hago el examen, ¿sí?

— ¡Claro! —exclamó Brian contento. Aquella era su parte favorita: jugar con los juguetes de la consulta.

Rápidamente corrió a la alfombra que simulaba una autopista y comenzó a jugar allí. De seguro a Roger le encantaría, podía imaginarlo jugando con él y sonriéndole como le gustaba que hiciera. Tomó el muñeco de Max Steel y el de Darth Vader y comenzó a jugar a que peleaban mientras decía en voz alta sus diálogos y los subía a la camilla y estanterías. Su madre siguió explicándole y poniendo al día a la doctora respecto al estado de Brian. Cuando estuvo lista, ella le pidió que se sentara en la camilla.

— ¿Debo guardar los juguetes? —preguntó.

— Sí, hijo —le susurró su madre, Ruth.

— No, cielo, puedes jugar con ellos mientras hago el examen, pero no te muevas tanto —sonrió la doctora Wood preparando todo y yendo a sentarse con una bandeja llena de insumos.

Alergies [Maylor]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora