«1»

1.1K 106 499
                                    

Un caluroso día de verano, un pequeño niño llamado Brian May iba en su bicicleta por la avenida den la que vivía.

Sus cortos y esponjados rizos castaños se movían con el viento, mientras que sus ojos color avellana brillaban alegres y su boca se mantenía abierta gracias a la radiante sonrisa que adornaba su rostro u qué dejaba al descubierto sus pequeños colmillos y su incisivo faltante. Vestía una camiseta color rojo del superhéroe Flash y unos pantalonzillos de mezclilla azules. Sus rodillas llevaban rasmillones por jugar tanto agachado en la cálida acera, y llevaba los cordones de sus zapatillas desabrochados. Se notaba desde lejos lo alegre que estaba.

Mientras pedaleaba a toda velocidad, contento de por fin haber dejado las rueditas de entrenamiento atrás, logró divisar a la distancia un camión de helados. Se acercó a mirar. Siempre hacía eso, para oler los diferentes sabores e imaginar a qué podrían saber.

La temperatura del día provocaba que el pequeño camión estuviese rodeado de niños de más o menos su edad que hacían una fila para comprar. Brian paró la bicicleta cerca de ellos para poder olfatear todo. Al reconocer a algunos solo pudo soltar un suspiro.

— ¿Otra vez olfateando? —preguntó uno de los niños—. Pareces un perro callejero así, ten la dignidad si no puedes comprarte uno.

— ¿Te afecta en algo? —repuso Brian con una ceja arqueada y fingiendo no inmutarse.

— Bueno, no, pero...

— Entonces cierra la boca —dijo mirándolo con el ceño fruncido.

— Al menos puedo comprarme el helado —dijo el niño burlón y se fue con el postre en la mano.

Brian dio un suspiro. Iba a irse con los ojos llorosos cuando logró escuchar una voz suave y algo aguda.

— Yo puedo comprarte el helado... tengo dinero extra... —dijo. Brian en ese entonces pudo notarlo, un niño de baja estatura, cabello dorado como el sol, ojos azules como el cielo y el rostro bello como un ángel.

Y en ese momento, Brian pensó que era lo más hermoso que había visto.

— Oh, no es necesario —dijo—. No es que no tenga dinero, es que soy alérgico.

— ¿Alérgico? —preguntó el Niño ángel confuso y volteando la cabeza levemente—. ¿Al helado?

— A la leche y al huevo que tiene el helado —respondió—. Y a las nueces que tiene el de chocolate suizo que estás comiendo ahora.

El niño ángel por instinto miró su propio helado y luego a Brian con notorio asombro.

— ¿Y qué pasa si comes?

— Bueno, depende de la cantidad. Si es poco me da diarrea con sangre y si es mucho una anafilaxia —respondió.

— ¿Qué es una adafalasia? —preguntó el niño ángel.

— Anafilaxia —corrigió Brian acentuando cada sílaba—. Y es un poco raro, es como que no puedo respirar y se me infla mucho la cara. Como un globo.

— ¿Y alguna vez te ha pasado eso?

— Mi mami dice que una vez cuando era pequeño me pasó y que gracias a eso descubrieron mis alergias, pero yo no me acuerdo. Ella dice que se asustó mucho y que por eso mi papi nos abandonó, pero que no es mi culpa. Aunque yo creo que sí.

— No es tu culpa —repuso el Niño ángel—. Y puedo pedirle a mi papi que sea tu papi. Así no te sentirás solo.

— No es necesario, pero gracias —sonrió Brian—. ¿Cuántos años tienes?

— Ayer cumplí ocho —respondió.

— ¡Yo los cumplí la semana pasada! —exclamó el pequeño contento—. Soy Brian Harold May, pero me puedes decir Bri.

— Yo soy Roger Meddows Taylor y puedes decirme como quieras, menos Meddows porque parece el nombre de un anciano —respondió el Niño ángel.

— Yo creo que el nombre Meddows te queda bien, porque suena como un nombre para un gatito y tú eres muy tierno.

— ¡No soy tierno! —exclamó Roger molesto hinchando las mejillas y con el ceño fruncido, pero con un gran sonrojo.

— Como digas, pero para mí sí —se encogió de hombros—. ¿Quieres venir a jugar conmigo a mi casa?

— ¡Claro, me encantaría! —exclamó Roger feliz—. ¿A qué más eres alérgico?

— A todos los frutos secos, a las frutas tropicales, a los mariscos y a las fresas.

— ¿A las fresas? Qué mal... son mi fruta favorita.

— No tienes que compadecerte, estoy acostumbrado —se encogió de hombros.

— ¡Qué linda pulsera! —exclamó Roger y tomó su mano para verla mejor. Esta vez fue Brian quien se sonrojó—. ¿Son tus alergias?

— Sí, las principales —respondió.

— ¿Y nunca has comido helado?

— De esos no, solo a veces mi mami o mi abue me hacen jugo de manzana o de uva y me lo congela —respondió—. Las uvas son mi fruta favorita.

— ¡Son deliciosas! —exclamó Roger dando pequeños brincos al caminar

— ¡Sí! ¡Lo son! —exclamó Brian feliz. Cuando se disponían a cruzar la calle, Brian tomó la pequeña mano de Roger y cruzaron. No quería que le pasara nada aquel pequeño ángel caído del cielo.

Cuando llegaron a la vivienda de Brian, este saludó a su abuela con un beso en la mejilla y le presentó a Roger.

— Él es mi nuevo amigo, se llama Roger —dijo contento—. Roger, mi abuelita, mi abuelita, Roger.

— ¡Hola!

— Hola pequeño —sonrió ella—. ¿Te quedarás a cenar?

— No sé... —respondió.

— ¿Tienes el número de tu casa para preguntarle a tu mamá?

— No me lo sé...

— Está bien, entonces después deberías acompañarlo a su casa, Bri —dijo la anciana.

— Eso mismo haré —sonrió Brian—. Vamos a jugar a mi habitación, tengo autos de juguete.

— ¿¡Autos de juguete!? —exclamó Roger con los ojos brillantes—. ¡Vamos, vamos!

— ¡Adiós, abue! —exclamó Brian mientras subía las escaleras con Roger tras él.

— ¡Adiós, Bri!

— ¡Adiós abuelita de Bri! —exclamó Roger.

Cuando entraron, Roger miró asombrado la enorme cantidad de juguetes que Brian poseía en su habitación. Además de el techo pintado con estrellas y planetas. Él no tenía nada así. Solo tenía pocos juguetes, que compartía con su hermana pequeña, Clare. Además de compartir la habitación con ella. Y darle las prendas que le quedaban pequeñas.

Sus ojos se iluminaron cuando vio el pequeño baúl lleno de autos de juguete. Soñaba con tener alguno, y por eso había decidido entregar el periódico por las mañanas. Ese mismo dinero estaba usando para comprar aquel helado, y lo que le sobró quiso compartirlo con Brian. Aunque bueno, por suerte no tuvo que gastarlo.

— ¡Qué hermoso es! —exclamó Roger tomado uno—. Siempre quise uno.

— Puedes quedártelo —sonrió Brian.

— ¿De verdad?

— ¡Por supuesto! —exclamó contento el rizado—. Con la condición que me invites algún día a tu casa.

— ¡Hecho! —exclamó el pequeño rubio contento y emocionado—. ¡Ven mañana mismo!

Y claro, ese solo fue el inicio de todo lo que ocurriría después.

Alergies [Maylor]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora