Escritor de Sueños

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Veo a una mujer maravillosa, una que estoy seguro llegaría a ser; ella roba miradas y la mía nunca deja de pertenecerle, veo a una madre amorosa… ella realmente lo sería… realmente así sería...

(…)

Había días buenos, otros no tanto… y luego… luego estaban esos en que, apenas ella cerraba sus ojos, sin dejar de mirarla, retrocedía despacio, siempre chocando contra la pared, me deslizaba hacia abajo apoyado en el muro, escondía mi rostro entre mis rodillas y comenzaba a llorar; pero al sentirla moviéndose, elevaba mis ojos oscuros, secaba a manotazos mis lágrimas y regresaba a su lado, a tomar su mano, a susurrarle que todo estaría bien, que no debía rendirse, ella se calmaba y de algún modo, yo también lo hacía.

El agotamiento fatigaba mi cuerpo en días como esos, mas al ver sus párpados abrirse tan lento, como el aleteo de una mariposa emprendiendo su primer vuelo desde su capullo; y lograr con dificultad enfocar sus pupilas como miel en mí, todo el cansancio se esfumaba para darle una sonrisa, porque con esa pequeña mueca de mi boca, ella me regalaba su resplandor cándido desde sus labios pálidos; y sin importar como ella me decía que había perdido su belleza, entre sus ojos y su sonrisa, podía llegar a perderme horas; acomodaba gentil el largo pañuelo en su cabeza, mis dedos acariciaban su mejilla sin color y ella, aun cansada, regresaba sus ojos al sueño; y yo me quedaba como su guardián a custodiarlos.

Había veces en que oía los murmullos, mientras me recostaba sobre el sillón, que hasta cómodo ya se sentía, cuando cerraba mis ojos para descansar.

Tal vez, debí decirles, que aunque no pudiese ver, e incluso mi respiración sonara acompasada, siempre pude oírlo todo, casi como un sexto sentido que no se desactivaba nunca para velar sus sueños y calmarla, en ocasiones de pesadillas y dolores; tal vez, si les hubiese dicho, ellas habrían callado; pero no lo hice, a veces, ni siquiera las miraba después.

—Pobre chico, tan joven y guapo y arruinando su vida...

—Es una lástima,  que pena que ella lo tenga sufriendo así...

Si supieran que una sola de sus miradas cargada de ternura, aun en medio de su dolor, bastaba para hacerme el hombre más feliz; que en los días buenos, salir a pasear a la luz del sol, me hacía sonreír como un idiota, porque volvía a enamorarme de lo bella que era; si supieran que cuando cerraba mis ojos, recordaba su calor, anhelando el momento de poder volver a sentirla así, entendiendo con ello, que mi cuerpo, mi mente y mi alma, solo la quería, amaba y deseaba a ella; si lo supieran, silenciarían sus críticas y lamentos, porque sabrían que ella me hacía feliz en su sola compañía, en su lucha por vivir… y era entonces que renovaba mi propio espíritu, en su fuerza, en su valentía; porque para todos era fácil decirle que fuera fuerte y luchara; pero ninguno sufría su dolor físico, el emocional… el social… y a pesar de todo, había días, muchos días, en que su alegre personalidad me llenaba de historias, de lecturas de libros de mundos de sueño, de chistes mal terminados y risas amorosas; luego le contaba mi historia de amor, como si ella fuera una mera espectadora…

—Debe ser una mujer muy afortunada, vecino…

—Se equivoca, vecina… el afortunado, siempre he sido yo...

Aquella conversación siempre acababa en un beso ligero, con sus brazos delgados rodeando mi cuello con posesión; y de manera muda, ella me hablaba de su miedo… de mi propio miedo…

Siempre, desde la primera mirada, supe que la amaba, pero no fue hasta ese momento en que en verdad, fui totalmente consiente de aquello.

Y aquel miedo, no era a todo lo que estábamos pasando, ni siquiera a su enfermedad; era miedo a tener que abrir mis ojos un día y notar que ella no estaría más regalándome sus sonrisas; entonces cerraba mis ojos y devolvía aquel abrazo tan fuerte como podía sin llegar a lastimarla.

La Chica de al LadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora