Epílogo

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— ¿Murió? — repetí y me quedé en silencio, tratando de entender lo que me decía, mientras poco a poco una corriente eléctrica y fría comenzaba a atravesar mi columna, tan lenta, que por un momento me mareó.


Podía oír mi propia respiración a través del auricular, sonaba espesa y casi ajena; sentí de pronto, que podía verme a mí mismo sosteniendo el móvil contra mi oreja, con semblante vacío y pálido.


— ¿Oniichan? — habló bajo, sacando mi mente del estado en que me había sumergido — ...No sufrió... — tenía la leve noción de que aquello, sólo lo decía para hacerme sentir mejor.


— ¿Cuándo? — pregunté lo más bajo que pude, Asuna dormía.


El día había sido difícil, su avanzado embarazo y la enfermedad no daban tregua; la miré por el umbral de la puerta entreabierta, tratando de no dejar entrar la luz del pasillo a su rostro dormido.


—Anoche... tarde... — hizo una pausa larga — ¿cómo está Asuna? — mis ojos temblaron y mi mentón se arrugó.


—Estable... — sollocé, sintiendo raspar mi garganta para no llorar — ¿Mamá? Ella... — guardé silencio, si seguía, terminaría llorando como un niño.


—Kazu... mamá, está triste... pero bien, mañana lo despediremos... ¿le dirás? — inspiré profundo y volví mis ojos hacia la oscuridad de la habitación — no, no, ella debe estar tranquila...


Me quedé de pie en el angosto pasillo varios minutos después de que ella cortara, casi sin moverme, casi sin respirar.


No llore, no hice nada, solo estaba ahí, aunque sentía que no lo estaba.


Tal vez era la enorme distancia, yo estaba al otro lado del mundo, no estuve cuando despertó, tampoco cuando perdió su lucha contra esa parálisis; debería sentirme culpable... pero no lo hice...


Asuna me necesitaba, a mí.


Entonces... ¿por qué no podía llorar?


Caminé a pasos lentos a la pequeña cocina, sin encender la luz, tomé un vaso y bebí agua, el líquido transparente parecía arder en su paso, apoyé ambas manos sobre el fregadero e incliné mi cabeza.


Mis manos apretaban los bordes donde me apoyaba, mi cuerpo temblaba y mi mente daba vueltas sin parar, parecía mentira; tal vez Sugu nunca me llamó y sólo había sido un mal sueño, tal vez, sólo me sentía asustado por el nacimiento de mi hija, por la salud de Asuna.


Estaba en negación, no quería creer; comencé a reír sin ánimo, fingido; unos brazos delgados, muy frágiles ataron mi cintura, su vientre era pequeño para las semanas que ya tenía, un suave beso en mi espalda, relajó mis hombros; y como si hubiese drenado mi fuerza, el vaso que mantenía entre dos de mis dedos, cayó al suelo, estallando en varios fragmentos y el sonido del cristal hizo eco en la noche silente.

La Chica de al LadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora