viii

32 5 2
                                    

Abrí los ojos lentamente, sintiéndome descansada pero a la vez muy pesada, sin saber en dónde me encontraba. La habitación era blanca, y estaba rodeada por unas dos o tres caras que me resultaban familiares, pero que no reconocía porque mi entorno estaba borroso.

Poco a poco, mis ojos comenzaron a adaptarse a la luz. Podía oír a gente murmurando cosas, pero se sentían muy lejos de mí a pesar de estar a centímetros. Con dolor, conseguí acomodarme un poco y miré mis brazos. Estaban desnudos, mi sudadera había sido retirada, dejando ver mis múltiples heridas, moratones y cardenales.

—¿Señorita Birlem?— preguntó una voz femenina que reconocí al instante, era nuestra enfermera, la señora Williams.

Mis ojos comenzaron a adaptarse un poco más al entorno en que me encontraba, dejándome ver algunas caras con mayor precisión. Había tres personas en la habitación.

—¿Qué... qué ha pasado?— pregunté sentándome en aquella camilla dura e incómoda. La señora Williams me ayudó a sentarme, tirando de mi brazo levemente.

—Te has desmayado, Sophia.— respondió otra voz, que también reconocí. Era mi compañera de pupitre y única amiga en esta escuela de locos, Dylan.

Volví a centrar la atención en mis desnudos brazos después de su respuesta. Lo que más me preocupaba en esos momentos era que descubrieran de dónde provenían.

—¿Y mi sudadera?— pregunté de nuevo, buscando la prenda con la mirada.

—No te preocupes por eso ahora, tienes que...— comenzó la enfermera.

—¡Quiero mi sudadera!— chillé, alterada.

Empecé a moverme histéricamente, hasta que una mano se posó sobre la mía, relajándome. Pude notar quién era desde el primer roce. Siempre era él, siempre era Jacob.

—Sophia, tranquila.— dijo y me animé al notar que me había llamado por mi nombre, algo que usualmente no hacía ya que solía llamarme por mi apellido.

—Sacarme de aquí ya.— dije haciendo pucheros.— Me duele el culo, estas camillas son horribles para una Kardashian como yo.— bromeé, haciendo que Dylan y yo comenzáramos a reír como posesas.

—Chicas, basta.—dijo la señora Williams severa.— Y, gracias por la crítica sobre la comodidad de su trasero, señorita Birlem.— prosiguió en un tono que no se sabía si estaba bromeando o reprochando.—Puede irse...—sonrisa de mi parte.—... en cuánto me explique esas heridas.—desesperación de mi parte.

Estuve callada varios segundos, intentando formular una excusa convencible que decir.

—Fue al caerme, señora.—mentí.—Me golpeé con el suelo.

Ella me miró a los ojos unos segundos antes de asentir lentamente.

—Está bien, solo ponte hielo.—aconsejó la enfermera.—Ya puedes irte, pero deberás volver mañana en cuanto acabes las clases a que te chequeé.

Asentí algo enfadada por tener que volver a esa fría consulta.

—Sophia.—dijo Dylan mientras me abrazaba, en cuanto me levanté.—Estoy muy feliz de que estés bien, pero debo irme. Tengo club de matemáticas y el profesor Robins me rogó que acudiera lo antes posible cuando le conté que me debía ir para venir a verte.

Asentí comprensiva y, después de ochocientos abrazos, se marchó, dejándome a solas con Jacob.

—¿Qué hora es?—pregunté, agotada.

—Hora de ir a casa.—dijo, dándome a entender que habían acabado las clases ya.

—Bien.—dije, mientras nos acercábamos a la salida.— Adiós.

—¿Qué haces?—dijo cuando puse un pie fuera del instituto.

—¿Irme, por ejemplo?— respondí con ironía.

—De ninguna manera.—negó cruzándose de brazos.—Te acompañaré a casa, esta tarde me toca cuidarte.

—No puedes entrar a casa, mi padre me matará...—respondí intentando disimular una sonrisa.

—Bueno, pues te acompañaré.

Le agradecí con la mirada, de verdad que no quería ir a ese infierno sola. 

La mayoría del camino fuimos en silencio, yo pensaba en cómo lograría que mi padre no me viera al entrar, para no tener que soportar su borrachera.

Diez minutos después, estábamos delante de la puerta.

—Bueno, adiós.— me despedí, algo tímida.

—Una última cosa, Birlem.—dijo el chico y yo asentí, dándole vía libre a preguntar.— ¿De qué son en verdad esas heridas?—preguntó señalando mis brazos.

Ahí es cuando me dí cuenta de que se me había olvidado volverme a poner la sudadera y la llevaba en la mano.

Miré al suelo, tratando evadir su pregunta.

De repente, sentí sus brazos rodeándome. Me estaba abrazando.

—No tienes que responder si no quieres.—susurró en mi oído, haciéndome temblar.—Hasta mañana, Sophia.

Y después de eso, se marchó, dejándome en la puerta de mi casa, viéndole marchar y con un mar de dudas en mi cabeza.





War Of Hearts♡ (Jacob Sartorius, Sophia Birlem)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora