Entre Croweld y McFly.

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—ESTARÁS DE COÑA.

—Pues claro que sí so tonta. No soy tan torpe. —dijo, sonriendo de lado—, escucha, no puedes estar con Austin. —añadió.

—¿Qué dices?

—Yo te creía más lista, ¿no me has oído?

—Que te jodan. —dije, dándome media vuelta.

Me agarró el brazo y tiró de mí delicadamente cuando me iba a ir. En cuestión de milésimas, me encontré con sus ojos mirándome detenidamente a escasos centímetros de los míos.

—Es peligroso.

—¿Austin? —asintió.

Si no me separo ya de él acabaré creyéndole.

—¿Me oyes? —preguntó secamente mientras me agitaba el brazo.

—En cuanto vea que me quiera azotar con sus polos de marca de colores pasteles te aviso, ¿va? —dije, cruzándome de brazos y encarándome a él—. ¿Hace nada te metías conmigo y ahora vienes con esas gilipolleces? No hay quien te entienda, chaval.

—Puedes hacer lo que te venga en gana, pero aléjate de él, por favor. —eso sonó más como una súplica que como una petición.

¿Qué podía tener de peligroso un chico como él?

Claramente intenta que me vaya. Me detesta, joder.

—Ey, sab. ¿No te ibas a casa? —dijo una voz detrás de mí. ¿Austin?

Miré a Connor que apretaba los dientes. Di media vuelta y encontré a Austin cruzado de brazos y su sonrisa prepotente pero perfecta pegada en su cara.

—Ehm… sí, me encontré a Connor por el camino y estuvimos hablando.

—Croweld, vete. Ya.

—Tranquilo, tío. Pero no creo que ella sea una de tus conquistas de usar y tirar.

Volví a mirar a Connor. Tenía los dientes tan apretados que chirriaban.

—Lo siento chicos, pero paso de ver una demostración de machos alfas y a ver quién me mea antes en la cabeza.

Fui dirección a la parada del bus mientras pasaba al lado de Austin.

—Sab. —me llamó Austin. Le miré y me guiñó un ojo—. Ya hablaremos del baile. —rodé los ojos y le canteé la cara y seguí mi camino, pero él se puso delante de mí. Oí como Connor gruñía—. Era broma, no te enfades, mañana nos vemos. Si quieres, claro.

—Eh… claro.

Fui hacia la parada hasta que escuché como alguien corría detrás de mí.

Mi corazón se empezó a hacelerar. Escuchaba los pasos más cerca de mí y no se me ocurrió otra cosa más fantástica a pararme y no mirar hacia atrás.

Estaba anocheciendo, hacía frío y no había nadie en la calle.

Los pasos los escuchaba desde que estaba en varias calles atrás pero hasta que el silencio no fue absoluto no me di cuenta.

Vale, Sab, estás paranoica. Que alguien corra por la calle no es tan raro.

De repente una mano tocó mi hombro y me sobresalté provocando tropezar con el pie de quien fuese y haciendo que también diese un traspiés y cayesemos los dos al suelo de culo.

Volví la cabeza a la persona que fuese más cabreada que asustada y era…

—Collin… —dije, malhumorada.

Taquilla 316.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora