Capítulo cincuenta: ''¿Qué hemos hecho?''

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Narra Lillai:

El dolor no tiene nombre, la desesperación es inimaginable y los gritos destrozan cada cavidad de mi interior, de mi malvado interior. Clavo mis uñas en el suelo para hacer que Drako me deje de arrastrar, siento como estas se doblan con el esfuerzo hasta quebrase. El diminuto ardor sobre la punta de mis dedos no se compara con el de mi pecho y tampoco con el que debe de sentir Leander. Lo he lastimado con potencia y atrocidad, lo sé porque he sentido cómo la presión se clavaba con tanta fuerza sobre su pecho que lastimó sus pulmones. He escuchado y presenciado cómo sus costillas se quebraban, cómo la sangre comenzaba a brotar de su boca. Sentía como lo dejaba paralizado, indefenso... Éste resistía mis ataques inconscientes con maestría y no escuché ningún alarido por su parte. En esos instantes he podido contemplar una de sus muchas facetas, el momento en cómo transformaba su cuerpo en un caparazón de obsidiana. Yo lanzaba lava y éste la resistía al instante.

Drako me arrastra a la habitación, alejándome de la imagen de un sangriento Leander en el suelo y mi hermana completamente asustada. El aire comienza a ser nulo dentro de mis pulmones, se me hace difícil respirar, parecido a los ataques de asma. El enorme animal se coloca sobre mi, haciendo que su peso evite que me levante; ruge con fuerza. De tal manera que me hace cerrar los ojos y se mueva mi cabello, alejándolo de mi rostro. Mis lágrimas se detienen, pero no dejo de temblar y sudar. Drako, con sutileza, coloca su frente contra la mía. Su grande rostro es el doble del tamaño que el mío y mantiene el cuidado de no lastimarme, siento como me transmite su paz y calor... Pero no es suficiente. El magma que yace dentro de mi cuerpo es peligroso, no solo para ellos si no que también para mi. Esto no es más que un fuego cualquiera, ya que el que está por salir de nuevo, es la física representación del que nace en el infierno.

—Piensa Eliza, piensa maldita sea —escucho como mi hermana rebusca información en los libros y entre nuestras mochilas—. Mantenla ahí Drako, haz que no se mueva —sus palabras son precipitadas y nerviosas—. ¡Lo tengo! —la escucho correr hasta llegar a mi lado en el suelo. Sus ojos conectan con los míos y sus respiraciones agitadas golpean mi semblante—. No te preocupes hermana, esto hará que se te sea más fácil controlar tu magia —toma las ramas espinosas y las parte en dos, con la fuerza y rapidez con la que lo hace corta las palmas de sus manos. Puedo sentir la energía de las plantas mágicas desde mi lugar en el suelo, las vibraciones son tan fuertes que me sacuden ligeramente.

—Quiero ayudarle —gimo y comienzo a sentir el rasposo y sofocante nudo en la garganta—. Déjame ir —pataleo. El cosquilleo sobre mis hombros empeora, no son amigables hormigas las que caminan sobre mi piel... No, esta vez son escorpiones; miles de ellos.

—Shhh, ya ya —coloca al rededor de mis muñecas, como si fueran brazaletes, las punzantes ramas.

Abro los ojos como platos al sentir la corriente que corre con fuerza por mis venas, mi pecho se ensancha ampliamente cuando siento el aire de nuevo. Aunque las espinas se claven contra mi piel, las propiedades de esta planta hacen que ya no sienta mi magia desbordarse; la controla y la mantiene a cierta altura. Es como si el agua de un manantial destruyera toda la maldad sobre la Tierra y la reemplazara por bondad. Drako se hace a un lado con cautela y yo me coloco de pie de un salto, corro con velocidad fuera de la habitación hasta llegar a Leander. Su respiración es irregular y el sudor acumulado sobre su frente comienza a derramarse en grandes cantidades, el líquido salado se combina con la sangre que cubre su torso desnudo—. ¿Qué demonios tienes en las muñecas? —pregunta al ver que yo comienzo a derramar sangre también. Mis pies descalzos sobre el frío suelo no logra que mi temperatura o adrenalina bajen.

No respondo, coloco mis manos con precaución sobre su pecho lleno del espeso líquido escarlata y dejo que la energía celeste fluya de mi hacia el cuerpo adolorido de Leander. Cierro los ojos y coloco toda mi concentración sobre éste, las costillas vuelven a tomar su lugar y me aseguro de aliviar cualquier dolencia que le he causado. Cuando Leander se reincorpora y me mira asegurándome que está bien, mis ojos se vuelven llorosos con alivio. Antes de que pueda abrazarlo Drako vuelve a alejarme, yo lo miro con confusión y frunzo más el ceño cuando veo a Eliza con una de las enormes espinas de la planta entre sus manos, pero hay algo distinto en la espina. Está cubierta por un líquido blanco casi transparente, parece saliva—. Es un remedio que leímos una vez en uno de los libros para brujas que tienen problemas de control —y antes de que pueda responder a su advertencia, clava la astilla sobre mi muslo expuesto y caigo inconsciente sobre Drako.

La Magia En Ella [#1]✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora