La nueva misión

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Dicen que los sueños que más recuerdas, son imágenes proyectadas unos minutos antes de que despiertes. De pendiendo qué tan vívidas se sientan, implica lo frescas que sean las memorias o lo cerca que estás de despertar. Recordó ese detalle porque las imágenes que vio en sueños eran tan reales que el escalofrío que subió por él, endureció su cuerpo por un largo rato, como si le fuese imposible siguiera mover los dedos de los pies o formular una mueca con sus labios.

Estaba de pie ante una montaña de escombros, pedazos de lo que fue alguna vez un complejo de edificios comerciales de gran envergadura, el polvo fue cubriendo la piel de su rostro, lo sentía a la perfección. Giró sobre sus pies y vio que la destrucción era la escenografía completa; había varios edificios derrumbados, hecho pedazos hasta los cimientos, el fuego comenzaba a aumentar producto de vehículos estrellados unos contra otros o aplastados por cascotes que fueron disparados por el aire a consecuencia de los derrumbes.

El cielo estaba oscuro pero no era de noche, era un atardecer oscuro, un rojizo tono que iba del color carmín al negro ceniza, o quizá sólo era eso, cenizas empañando su vista. Todo era destrucción, todo era desolación.

Dio unos pasos más, torpes pero eran pasos que se sentían pesados, no se sentía él pero sabía que lo era. Era extraño, como los sueños. Detuvo sus pasos cuando escuchó el chapoteo que dio una de sus botas al encontrarse con un charco. Bajó la vista a sus pies y los vio manchados de ese tono rojizo que tenía el cielo, pero no, no era un atardecer. Era sangre. Abrió bien los ojos, lo observó atónito, no sabía cómo reaccionar.

De alguna manera, sabía que ya había visto eso. Y sabía que lo vería a continuación.

Su cuerpo comenzó a temblar, no podía cerrar los ojos, por extraño que sonase, no tenía demasiado control sobre su cuerpo, por algo eran sueños, ¿no? Él era consciente de eso, pero a pesar de todo, no quería ver lo que a continuación aparecería. Levantó los ojos de sus pies al horizonte, a la destrucción que ya observó minutos atrás y entre todo el infierno presenciado, la vio.

Su menudo cuerpo parecía más pequeño desde su perspectiva, su casco estaba roto, tirado a un costado de ella, sus brazos estaban abiertos al cielo y sus piernas formaban un cuatro con facilidad. Su rostro miraba el cielo, para él era fácil distinguir el corte de su garganta desde donde estaba y por la posición de su rostro, se apreciaba mejor.

No quería acercarse, sin embargo en su sueño, él no mandaba y tras parpadear (o eso creyó), estaba frente al cadáver de Uraraka Ochako. El corte en su garganta no era la única herida en su cuerpo, pero sí la que acabó con su vida; tenía el traje roto en varias partes de su pierna derecha, se vía la sangre de su piel al igual que los cortes en su costado a consecuencia de varillas del hormigón donde terminó cayendo y éste perforó su cuerpo, quizá fue después de recibir el corte de gracia en su cuello.

No supo distinguir cuánto tiempo estuvo observando la atrocidad de la muerte de la mujer ante él, pero fue demasiado. Entonces, los ojos de Ochako se movieron, se volcaron sobre él. Una mueca, una palabra formuló sus labios llenos de polvo y él despertó enseguida.

Despertar de las pesadillas dejaban siempre desorientado a una persona, llevaban demasiada carga en emocional y psicológica que parecía que tu cuerpo no descansó absolutamente nada. Se enderezó sobre la cama y vio a su alrededor, estaba en penumbras aún pero reconocía su habitación a la perfección. Bajó la vista a su cuerpo, estaba desnudo pero cubierto por su sábana.

Pasó sus manos por su rostro y acentuó presión sobre sus ojos, necesitaba quitarse esas imágenes desagradables de su mente. Entonces, el recuerdo de Ochako vino a él. Pegó un respingo y la buscó a su lado. Había pasado la noche con él, pero no estaba acostada allí. ¿Por qué? Buscó con la vista (acostumbrándose aún a la oscuridad) a Uraraka y no encontrarla fue suficiente como para desesperarlo.

Cuando regresesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora