EPÍLOGO

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Una dulce brisa veraniega acarició las copas de los árboles, meciéndolos ligeramente, un sencillo roce que se llevaba algunas hojas con ella. El aroma a jazmines colmaba el templo, entremezclándose con el incienso encendido. Uraraka cerró los ojos cuando se puso de rodillas sobre el suelo, la frescura de la piedra contra su piel elevó un ligero escalofrío por su cuerpo, haciéndola esbozar una pequeña sonrisa. Sus manos juntas y su sereno rostro, oraba en silencio mientras el aroma a jazmín penetraba aún más su sistema.

Sintió la calidez de una mano sobre su hombro y cuando su rezo terminó, abrió los ojos para dirigir aquellos orbes castaños hacia la persona de pie junto a ella. Bakugo mantenía sus ojos cerrados, la cabeza ligeramente baja en significado de una oración personal. Ella tomó la mano que éste colocó sobre su hombro y él entrelazó sus dedos con los de ella, ayudándola a ponerse de pie. Él abrió sus ojos para mirarla entonces.

―¿Cómo te sientes? ―Formuló él.

―Con mucha hambre ―Respondió. Bakugo rio por lo bajo y la atrajo hacia él, besando la coronilla de su cabeza―. Gracias por acompañarme.

―Como si te hubiese dejado sola, tonta.

―No se insulta frente a los difuntos, Katsuki ―Dijo ella. Él chasqueó la lengua sencillamente.

Ochako acomodó las flores que dejó sobre la tumba de sus padres, al igual que el incienso que encendieron para su visita. Habían transcurrido dos años desde que ella se había hecho costumbre de visitar la tumba de sus padres en compañía de Bakugo. A él le gustaba comprar jazmines, decía que el aroma era lo mejor que podía ofrecer. Ella nunca se negó a sus atenciones cuando venían de visita.

El cementerio se encontraba lleno de flores en distintas tumbas, algunos vinieron a visitar a sus parientes esa mañana de verano. Uraraka miró a su novio y éste levantó una ceja en respuesta.

―Será mejor que nos vayamos, ya sabes cómo se pone tu madre si nos retrasamos ―Bakugo rodó los ojos hastiado―. No pongas esa cara, que aceptaste su invitación.

―No tuve opción, maldita sea, ustedes dos se ponen de acuerdo a mis espaldas. ―Bakugo dirigió su vista hacia la mujer castaña que guardaba distancia a sus espaldas con su pulcro cabello corto, la orquilla entre sus hebras y su ropas oscuras―. Y hablando de ponerse de acuerdo.

―Cambia esa cara, idiota ―Rezongó Yuko fulminando a Bakugo con los ojos tras los critales de sus lentes.

Ochako echó un suspiro cansino. Dos años de noviazgo con Katsuki significaron dos años de constantes ladridos entre él y su tía. Sin duda, entre esas palabras que se dedicaban, había un extraño afecto entre ambos, muy a su manera.

―¿Quién carajos te invito, a todo esto? ―Preguntó Katsuki de camino a la salida del cementerio, tomando a Ochako de la mano y teniendo a Yuko a un lado.

―Tu madre, pedazo de bruto ―Respondió Yuko cruzándose de brazos―. No cabe duda que eres un desconsiderado.

―Ya, ya.

Ochako los veía discutir sin poder ocultar su sonrisa en sus labios, apretó un poco la mano de Katsuki al caminar, miró el cielo y el sentir los rayos de sol acariciando su piel era el recordatorio más satisfactorio de que era feliz.

...

Los almuerzos domingueros en la casa de la familia Bakugo se había vuelto una tradición adorable para Ochako, a diferencia de Katsuki que siempre termina en rabietas contra su madre; ese día no fue distinto en absoluto y para mejorarlo, la presencia de Yuko parecía ser un tipo de escarmiento celestial en contra de Ground Zero.

Cuando regresesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora