Prólogo

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Desde los seis años, mí padre abusaba sexualmente de mí. Una y otra vez, al principio, la primera vez que lo hizo tuve una herida interna, casi muero. Con el paso de los años me "acostumbré" si, seguía temblando cada vez que escuchaba la puerta abrirse, pero de rabia, de impotencia y de odio. Hasta esa noche, en la que saque mí verdadero yo, en la que el monstruo que tenía cautivo dentro de mí, estallo en incontenible furia. Bien dicen "Lo que no te mata, te hace más hijo de puta, te quita el miedo, te convierte en monstruo"
Aún recuerdo como fue, a mis 15 años maté a mí padre a sangre fría.
(***)
Era tarde noche llovía, como si de alguna forma el cielo presagiara lo que se avecinaba y, de alguna manera, quisiera limpiar las oscuras manchas.
Volví del instituto, decidida a poner fin a la basura que tenía como progenitor. Quisiera decir que estaba alcoholizado cuando me abusaba, pero no, estaba totalmente lucido, con una sonrisa enfermiza plasmada en su rostro.
Él, como siempre, no había vuelto aún, siempre iba a bares de mala muerte a conquistar mujeres ingenuas.
Antes de ir a casa pasé por la ferretería, compré una soga y cinta negra. Había comprado cloroformo semanas atrás, estaba todo listo.
Sonó el timbre, me levanté, con la determinación martillando todo mí ser. Abrí la puerta, ahí estaba, el mismísimo hijo de puta de toda la vida.
Entró si dirigirme siquiera una mirada, lentamente me puse tras el, lo suficientemente cerca como para alcanzar a tapar su boca, lo hice de golpe, el trato de zafarse, me dio un codazo e la boca del estómago que amenazó con dejarme si aire, pero ni siquiera me inmute. En segundos su cuerpo, lánguido por el cloroformo, cayó al suelo. Era hora de llevarlo a el salón de los horrores, usaría el mismo viejo y polvoriento sótano que el usaba para torturar, matar y desmembrar a sus víctimas.
Su cuerpo era pesado y largo, me tomó alrededor de veinte minutos bajarlo. Lo até de manos y pies, lo colgué sobre un tanque lleno del mismo ácido que el usaba para desaparecer cuerpos.
Una hora después despertó, mientras yo leía plácidamente, para ser exactos "120 días de Sodoma"
-Maldita perra, bájame, te voy a dar la follada de tú vida, hasta dejarte totalmente inconsciente, después, te desmembraré y le daré tu carne a los animales- dijo, con todo el odio que sus palabras pudieron denotar.
-Sigue, bastardo, disfrutaré cada maldito segundo de tu agonía- repliqué, con mucho más odio y desdén.
-Eres una...- no pudo decir nada más, porque sumergí su cabeza en ácido, accionando el botón de la polea que estaba conectado a la cadena de la cual guindaba.
Joder, puedo recordar sus gritos, sinfonía irresistible. Y así, una y otra vez hasta que terminó inconsciente.
-Vuelvo luego, "papi". Y cuando lo haga, lamentarás haber nacido- dije, con la sonrisa torcida de un monstruo cuando atrapa a su presa.

Sublime inocenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora