Humanidad

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Caía el agua a paso calmado, no era estrepitosa pero la gente huía despavorida, todos buscaban refugiarse en las proximidades. Bajo la lluvia, muchas penas se olvidan, otras pasan desapercibidas. La vida suele dar vueltas interesantes y crear las más extrañas y crueles casualidades.

A lo lejos, en un callejón un pequeño cachorro vaga sin rumbo, el sonido de su estómago es más fuerte que su respiración, a cada paso un gemido de agonía acompañado de una lágrima imperceptible que desaparece entre las gotas de lluvia que recorren su rostro.

El pelaje, empapado, sucio y con las marcas de cigarro que algún desgraciado dejó como recuerdo. Esa era carta de presentación que se podía ver. Buscaba desesperado una hogaza de pan, algún pedazo de comida olvidado, pero solo hallaba basura y uno que otro golpe en las costillas cada que se acercaba a una persona. Ya no importaba si caía el mismo cielo sobre su esquelético cuerpo, el dolor de la lluvia, podría ser una sensación que jamás sufrirán muchas personas, pero este cachorro luchaba con el impulso de doblegarse ante las gotas que azotaban su debilitado cuerpo, cada una representaba un tajo directo sobre su piel maltratada, sobre ese pelaje que amenazaba con separarse de su cuerpo apenas cediera la batalla. Era el hambre, un sentimiento más fuerte que el dolor que sentía en su frágil ser.

A paso lento encontró un buen lugar donde descansar, bajo una banca de piedra en un pequeño parque, el olor a comida proveniente de un restaurante cercano, despertaba con dolor y llanto a la pobre criatura, la cual se retorcía sin fuerzas, buscando un momento para conseguir al menos lamer del piso los restos comida embarrada que alguien pisó. Ese era su único propósito.

Desde que su madre y sus hermanos murieron, no había probado bocado, es igual a un niño pequeño, indefenso, sin conocimiento del mundo. Vagando a su suerte, con el dolor de perder lo poco que conocía de no poder entender qué sucedía.

Al nacer buscó por instinto la teta de su madre, con los ojos cerrados y húmedo se arrastraba buscando calor, ella, una perrita delgada color negro y una línea blanca que cruzaba su lomo, con las patas maltratadas, la cola quemada, en sus ojos se veía un odio irracional, un sentimiento de tristeza que acongojaba al instante al más duro. 

Se escondía en un hueco improvisado en el lateral de la base de un árbol, las raíces que crecían por fuera de la tierra, le daban protección. Estaba en la parte trasera de un viejo parque sobre la avenida, alguna vez existieron juegos en aquel lugar que hoy, no era más que un refugio para olvidados y alguno que otro maleante. Ella permanecía con los ojos abiertos en todo momento, la experiencia le había enseñado en nunca confiar en los humanos. A pesar de que aquellos a su alrededor solían de vez cuando aventar un trozo de pan, las marcas del horror llenaban su cuerpo, había sido abusada, golpeaba, quemada, mutilada, para ella el sobrevivir era más doloroso que la muerte. En su regazo, seis pequeños y desnutridos cachorros yacían durmiendo, a pesar de odiar el mundo en el que vivía, ahí acostados y temblando al dormir, estaba su familia. Tal vez, los únicos en los que podía confiar después de todo.

Los días transcurrían con una calma tan plácida que lograba mitigar el dolor de vivir, los pequeños a su alrededor se arrastraban y aprendían a ladrar, unos exploraban el pequeño agujero sin salirse, los rayos del sol iluminaban el rostro de la madre, ella observaba el entorno, inmutable, de vez en cuando volteaba a ver a sus cachorros, que jugaban y buscaban en la teta de su madre, leche que empezaba a escasear. Ella lo sabía, necesitaba salir de aquel agujero a conseguir algo de comer.

Con el paso de los días todos abrieron los ojos, estaban desnutridos, sucios y tenían piojos que caminaban libremente en sus pequeños lomos, pero mamá llevaba rato sin volver.

Las horas se hacían eternas, el frío los invadió, juntos uno encima del otro buscaba refugio, lamian sus cuerpos buscando calmar el apetito, pero mamá jamás volvió.

Unas cuadras atrás de aquel parque, tres tipos de mala monta se divertían golpeando a una pobre perrita. Amarrada del cuello a un contenedor de basura peleaba por soltarse al mismo tiempo que soltaba mordidas para defenderse. Una patada alcanzó a dar en la mandíbula rompiendo varios dientes desorbitada, cedió ante el dolor, uno de aquellos hombres se bajó la cremallera y abusó de la víctima mientras los otros gritaban porras y obscenidades ante esa brutal escena, solo querían divertirse a cuesta de ella. Al terminar su cometido, otro de los hombres mutiló sus patas traseras "para la suerte" gritaba. El tercero fue más piadoso, con una sonrisa en el rostro, agarró a la débil perrita por el cuello la levantó a la altura de los hombros, desangrándose y en un sus ojos la tristeza, soltó sus últimas lágrimas. En un movimiento breve pero contundente rompió su cuello generando una muerte instantánea, su cadáver fue arrojado al mismo contenedor donde la ataron y después continuaron su camino.

En aquel hueco, seis huérfanos con hambre se movían inquietos. Un hombre lleno de suciedad, con el cabello lleno de rastas que se ve no ha visto el jabón en mucho tiempo, les aventaba migajas del pan que comía. Entre ratos hablaba solo, parecía peleaba con alguien, con aquellas voces que le reclaman el darle comida a esos pequeños, pero en el fondo sabía que debía hacerlo. Los miraba juguetón se reía a carcajadas con cada tropiezo que daban entre ellos. No existía la lucidez en sus ojos, su mundo estaba limitado a sonreír y cantar, era la única cura para no ceder ante esas voces que le ordenaban arrancar con sus dientes las patas de esos cachorros, disfrutar aplastando sus cabezas para después comer lo que sobrará de esos pequeños cuerpos.

Un sentimiento invadía su ser, había algo malo dentro de sí, antes de perder la cordura, ese fue su último pensamiento, "Ríe, canta, así no lastimaras a nadie"

Conforme pasaron aquellos días, uno a uno, los pequeños cachorros cayeron presa del sueño, el vagabundo, que de alguna manera había sido su cuidador, no le quedaba de otra más que deshacerse de sus cuerpos en silencio.

De Seis, uno quedó en pie. Aquel vagabundo un día quedó riendo con los ojos abiertos miraba al cielo pero no se movía. Frío había en su ser.

La lluvia golpeaba y se ve, no dará tregua, aquel cachorro lloraba amargamente, un niño perdido, sin familia ni casa, sin comida ni caricias.

Al amanecer la gente pasó a su alrededor, todos ignoraban su presencia, no era más que una pobre alma sin valor para las personas.

Morir, lo único tangible en nuestra realidad. Es lo único de lo que estamos seguros llegará.

"¿Tienes hambre? Dijo un pequeño al perrito mientras acercaba un trozo de su torta al hocico. Con las últimas fuerzas pudo morder el pedazo. "Hueles feo, pero me agradas, si tienes hambre puedes venir conmigo" seguido de esas palabras, levantó al perro y lo llevo cargando en su regazo. "Tienes bigote pero estas bebé, te llamaré pelos".

Cuentos breves de la soledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora