Te doy mi vida y la de mi familia.

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Hideaki Fujita era un buen general, siendo parte del ejército principal de su señor Nobunaga, no se podía esperar menos. Sin embargo, en esos momentos no había estado nada contento, no cuando Hideyoshi Toyotomi le había arrebatado todo por lo que había luchado, solo por una mujer.

Pero si alguien le hubiera dicho que desposarse con la hija de Takeda Shingen le traería tales problemas, con gusto se la hubiera dado a Toyotomi sin dudar, quizá eso le hubiera dado un heredero varón y unas tierras más prósperas.

Ahora solo tenía una hija que no podría sucederlo, unas tierras en desgracia y casi a su señor Nobunaga en su contra, todo por ese tipo...pero eso no se quedaría así, así tuviera que vender su alma al peor de los yokai con tal de que matara a su más grande enemigo.

Había preguntado por las regiones a su cargo y después de mucho vagar finalmente había encontrado lo que buscada: Un templo dedicado a un Inu Youkai.

Era un lugar oscuro y con muchas estatuas realizadas por los devotos a ese demonio, la guerra y falta de alimento te hacía creer en cualquier cosa, él era prueba de ello.

Encendió una vela a la estatua principal, donde se podía ver al comandante perro en todo su esplendor, Hideaki no había sido devoto a nada, más que a su señor Nobunaga, así que empezó con lo más básico.

—Inu yokai, ayúdame a vencer a mis enemigos y a lograr que mi tierra sea próspera, mi gente feliz y que esta guerra sea para mi señor, te doy mi vida y la de mi familia a cambio, tuyo es lo mío, por siempre y para siempre.

Al principio no ocurrió nada o al menos algo que le indicara a Hideaki que sus plegarias serían más escuchadas y dado que la paciencia no era una de sus virtudes, sin importarle estar en un lugar "sagrado" y ajeno a él, pateo el altar donde se presentaban respetos al demonio.

—Menuda tontería, si Kamisama no existe los yokai tampoco —dijo con desprecio para irse dejando todo consumiéndose por la llama de la vela.

Nunca se dio cuenta que alguien lo estaba observando.

(...)

Izayoi Fujita sabia que de cierto modo era afortunada, ya que al haber heredado la belleza etérea de su madre, era propensa a que su padre la casara con alguien importante para que se hiciera cargo de sus tierras, era claro que a ella jamás se las confiaría, primero muerto.

Ese día era su cumpleaños número quince y si ahora su padre no había querido venderla al mejor postor, ese día comenzaría.

Lo que no sabía era que su destino sería mucho peor.

—Pequeña niña —decía un hombre de cabello largo de color plateado mirando a la luna, mientras veía la ventana del cuarto de Izayoi—. Voy a cumplir tus deseos, porque:

"Tú no eres aquello para lo que te hicieron. Tú eres algo más. Eres lo que decides ser."

Lo que habita en mi.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora